Opinión / Ensayos · 26/02/2021

1990: treinta años después

*Escrito por Elvira Cuadra hace un año

El 25 de febrero de 1990 ha quedado marcado en la historia de Nicaragua como un hito sin precedentes. Ese día, una amplia mayoría de nicaragüenses se volcó a las urnas para cambiar al país con los votos. Los resultados de esas elecciones presidenciales no sólo terminaron con la guerra civil que desangraba a toda la sociedad desde hacía diez años, también abrieron un proceso de transición complejo. Treinta años después Nicaragua se enfrenta nuevamente a la contradicción entre democracia y dictadura. ¿Cuál es la significación de ese 25 de febrero en este nuevo contexto?

Una de las lecciones más profundas y perdurables es que el voto de los ciudadanos puede provocar cambios importantes en la vida política. La masiva participación electoral de 1990 rompió con la tradicional forma de realizar cambios utilizando la violencia y la sustituyó con el ejercicio democrático por excelencia: las votaciones. Esa lección perdura hasta ahora y se puede ver en la firme voluntad de la ciudadanía, sostenida durante casi dos años, para expresarse y buscar un nuevo cambio político mediante acciones cívicas. Por eso Ortega se empeña inútilmente en empujar a la gente hacia la violencia.

La conformación de la Unión Nacional Opositora (UNO) demuestra que es posible construir alianzas y coaliciones políticas amplias. Esa coalición tenía propósitos principalmente electorales y no era perfecta, pero permitió aglutinar a las fuerzas y liderazgos políticos cívicos de ese momento, proponer una alternativa legítima y creíble a los ciudadanos y llevar el barco a buen puerto. La posibilidad de dar vida a una coalición amplia que permita construir una nueva alternativa política para salir de la crisis que vive Nicaragua por medios cívicos, es una realidad cercana, por eso Ortega también se empeña en impedirla. Sin embargo, en este caso la construcción de esa coalición amplia tiene un reto mayor que el de la UNO y es trascender el momento electoral, y convertirse en la fuerza motora para restablecer y consolidar la democracia.

Contar con un sistema electoral transparente, creíble y respetuoso de la voluntad ciudadana. Indudablemente ese fue un factor clave en 1990 y mantiene su importancia en el tiempo. Lo sabe el propio Ortega, tanto así que controlar el sistema electoral fue una de sus jugadas clave para regresar a la presidencia y permanecer en ella. Pero también lo sabemos nosotros, los nicaragüenses, por eso la importancia de las reformas electorales y los cambios en el Consejo Supremo Electoral (CSE).

El período de democracia liberal que se abrió en 1990, le permitió a la sociedad nicaragüense probar el sabor de las libertades ciudadanas. Antes de esa fecha, las libertades eran solamente anhelos y conceptos abstractos; pero en esa época, aun en medio de los conflictos y las tensiones de la transición, Nicaragua respiró libertad y esa sensación de aire fresco quedó en los pulmones del país.

El 25 de febrero de 1990 dejó muchas más lecciones a Nicaragua. Es una fecha que no va a quedar escrita nada más en los libros de historia para recordarla como otra efeméride. Es una fecha que se metió en las venas de la cultura política nicaragüense.