Opinión / Ensayos · 22/12/2020

¡YO VIVÍ AQUEL HORROR!

Por Hugo J. Vélez Astacio

Fue hace 45 años, en diciembre de 1972. Un año en donde todos a nivel nacional nos habíamos embriagado, y todavía estábamos celebrando con gran jubilo y felicidad, los brillantes y continuos triunfos de nuestro equipo nacional de béisbol, en el recién finalizado, XX Campeonato Mundial.

Aun reteníamos en nuestro vivir de entonces, el maravilloso triunfo propinado a la selección cubana. Esa lechada de 2 a 0, y aquel desarrollo del ultimo inning, en donde la bruja de Argelio Córdoba al entrar al Bull Pen, supuestamente para sacar al majestuoso Julio Juárez, solo llego a decirle: “Oye viejo! Apúrate y termina esto, que una jeba me está esperando!”

Pero también fue en los tiempos, en que recién habían pasados asuntos de convulsiones sociales y políticas. Tiempos en que según mi memoria se desarrollaron hechos dramáticos porque la juventud de entonces, a costa de su propia vida, manifestaba su repudio al dictador de entonces. Hechos como el ocurrido cerca de la entonces iglesia de Santo Domingo, en que la Guardia Nacional acribilló  a tres jóvenes soñadores de la libertad de su patria amada. Tres jóvenes que cabe con respeto y honor recordarles. Sus nombres  eran: Marco Antonio Rivera, Aníbal Castrillo y Alesio Blandón, asesinados el 15 de Julio de 1969.

Eran tiempos duros, eran tiempos difíciles. Eran tiempos en que la dureza de la realidad se imponía, y que la lucha por hacer ver el alto anhelo y felicidad  en los niños de las madres abnegadas, solo era posible mediante jornadas de trabajo de mucho sacrificio. Eran tiempos en que: el niño llora, el niño se inquieta, el niño se ensucia y pide su leche, y la madre no está, porque anda luchando y templando su carácter con el trabajo diario, duro, pero digno a fin de garantizarle, además de su leche de pecho, en su ausencia la leche Nido o la leche Nestlé, para apagar su llanto y su necesidad.

Así eran esos días, así los recuerdo yo. Para entonces, algunos eventos particulares que nos acaecieron, nos indicaron malos presagios de pasar una navidad oscura.

¡Nunca imagine fuera de tanto horror!

El día 7 de diciembre  la cosa empezó, cuando se metieron a robar a la casa que recién mi hermana María Antonieta había alquilado, y que quedaba de la Hormiga de Oro cuadra y media abajo mano izquierda. Era una casa grande, con frente de dos pisos y cuyo alquiler seria soportado con el pago que como estudiantes universitarios enteraríamos por vivir en ella, nuestros primos Carlos José Cabrera A. y Rommel Astacio M., así como mi hermano Antonio (Toño) y yo.

Era diciembre del año de 1972, o sea hace 45 años, ¡Y todavía me parece ayer!

El robo no se esclareció, y oscuro fue, como negra era la vida del jefe de la patrulla que prometió resolverlo. Su nombre Ronald Sampson, hermano de la jefa de los hampones mayores del contrabando mayor; la famosa llamada Dinorah Sampson, que era la  consorte y querida oficial, del dictador de entonces Tacho Somoza Debayle.

Era diciembre del año 1972, año en que ocurrió el terremoto más devastador en la historia de nuestra querida Managua, Nicaragua. ¡Y todavía me parece que fue ayer!

Fue en ese terremoto que tuvimos como desgracia familiar, la muerte de nuestro querido primo Carlos José, a quien quise despertar segundos antes de producirse el desgraciado terremoto, para enseñarle el fenómeno reflejado en el cielo, de un gran y enorme circulo rojizo, y contarle la noticia de ultima hora que pocos minutos antes había escuchado –que en Chinandega nuestra ciudad natal, se había producido un bombazo cerca de la Iglesia de El Calvario, matando a un hombre que ocupaba un camión-, y así ya despierto, poder continuar la grata platica que horas antes habíamos tenido, antes de irme al cine, después que él volvió feliz de la UCA por haber terminado con éxito el último examen del semestre.

Continuar la amena conversación que había hecho acompañar con las notas de principiante en la guitarra, y el tarareo de esa inolvidable canción de Roberto Carlos Un gato en la oscuridad , marcando en mi hasta la fecha un sentimiento de gran pesadumbre y de nostalgia, que hace que lo recuerde siempre que la escucho, y lo vea sentado sonriente en el lado izquierdo del sillón de la pequeña sala, que se encontraba en el corredor de la entrada de la casa, dos horas antes del gran terremoto.

Y es que la felicidad de haber pasado el último examen, lo hacía como dice la canción, “tener una alegría de chiquillo, saltar una verja, abrir mejor los ojos, para hacer suya como una rosa, el porvenir, que sin ella la ventana es más grande”.

Pero un gato le hacía compañía.

Como hecho y sentimiento gris premonitorio, de un espíritu que estando aquí, de allá me llaman, como lo dice el verso de Alfonso Cortés:

Un viento de espíritu, pasa

Muy lejos, desde mi ventana,

Dando un aire que despedaza

Su carne una angélica Diana.

Y en la alegría de los gestos

Ebrios de azur, que se derraman…

Siento bullir locos pretextos,

Que estando aquí. ¡de allá me llaman!

Casi todas las paredes de la casa cayeron, y la alta pared que cayó sobre el lecho de Carlos José, lo aplasto y lo cubrió totalmente, haciendo que su cama de hierro, al rescatarlo a las 4 horas posteriores, auxiliado por los primeros rayos de luz de la mañana siguiente, la encontráramos doblada en posición de cerrado, aprisionando su cuerpo, con claros visos de haber tenido una muerte instantánea.

Y pasados los breves pero intensos momentos de muerte que el terremoto causó, y con la dificultad de ver bien por la inmensa nube de polvo que se levantaron al caer miles de casa, pero principalmente por la de las casas aledañas y dentro de la manzana donde vivíamos, pude escuchar el continuo llanto de un niño de dos años, -que aprisionado y encerrado en una cuna de cedazo, con una viga caída sobre su centro en claro aviso de muerte inminente para cualquier cristiano que pudiera haber estado en esa cuna, se había detenido por gracia divina, unos centímetros antes del mensaje funesto,-  hizo de mi reaccionar y sin dudar un instante acudir en su auxilio, rescatándolo de una muerte segura.

Ese niño era el hijo de mi hermana Antonieta.

Confieso y creo sin peso alguno que la muerte de nuestro primo Carlos José causada por el terremoto fue una muerte que estaba señala por el destino, ya que las circunstancias de lo rápido con que se inició, con las consecuencias e impactante de su destrucción, ante la magnitud e  intensidad del cataclismo,  hizo que no pudiera en absoluto evitar que fuera él uno más, de los más de 10.000 víctimas que en esa noche de terror tuvimos que llorar, unos como yo derramando lágrimas en silencio y otros como mi hermano Alberto (mi querido Capullo) que superados por el sentimiento y pesar, era fuente en un abierto mar de lágrimas, rodeados por los gritos de  miles de desesperados horrorizados por todas partes, clamaban al cielo: ¡Piedad y Arrepentimiento!.

Y ante esa dantesca y cruda realidad, claro y seguro, que Carlos José ya se nos había adelantado, mi homenaje fue encabezar junto a mi hermano Toño, un equipo de samaritanos a fin de dar auxilio, y luchar para salvar a gente herida que bajo los escombros, clamaban a gritos: ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Sálvennos!.

Debajo de los escombros, lo que encontré era desgarrador. Mas el espíritu y la esperanza de lograr sus salvamentos nos motivaba y nos vitalizaba. Muy gratificante fue tener éxito en varios de ellos, y  el mejor homenaje que en aquellos momentos duros podíamos hacer, en honor a nuestro querido Carlos José

Han pasado 45 años, de ese terrible terremoto del 23 de diciembre de 1972. ¡Y todavía me parece ayer! ¡Yo viví aquel horror!

Dic 2017.