Opinión / Ensayos · 07/06/2021

Arturo está preso por poner el odio en su lugar

*Por Lafitte Fernández

No sé cuando conocí a Arturo Cruz. Pero fue en El Salvador donde alguien nos presentó. Tiene una hija salvadoreña que le quita el aliento como a todo buen padre.

Hace dos días supe que Daniel Ortega quiere despedazarle la dignidad a Arturo. El es uno de los principales candidatos presidenciales de la oposición. La otra es Cristiana Chamarro, a quien también conozco por el periodismo.

Arturo fue a Estados Unidos a pedirle al gobierno que vigile las elecciones presidenciales. También se lo pidió a la OEA y a la ONU. En Nicaragua es lo menos que se puede hacer.

Cuando Arturo regresó, el sábado, a Managua, los esbirros de Ortega lo metieron en una sala y después lo conminaron a quedarse, en silencio, y preso, en su casa. Ortega le montó una ceremonia triste y mezquina. A él ni siquiera le aplicaron una crueldad dulzona. Está acusado de traidor, como si el alma necesitara de esos recovecos.

Aunque Arturo siempre ha usado un horario para gente estoica, a Arturo lo colocaron del lado oscuro de la historia. Le conozco y sé cómo estará: debe sentirse indigno porque un tirano le ha quitado su libertad. Pero también es porfiado: no dejará de pelear. No señor.

No veo a Arturo hace rato. La última vez que lo ví fue en el aeropuerto Juan Santamaría. Pasamos un par de horas analizando el bipartidismo costarricense. Arturo tenía la tesis que los costarricenses no sabemos conducirnos, políticamente, con el poder fraccionado con muchos pedazos, como pasa ahora.

Para él nos ha costado gobernarnos sin el bipartidismo. Por eso es que, con su imagen poco quieta, me decía que lo mejor que podíamos hacer es modernizar y adecentar el bipartidismo. Tal vez tenga razón. Tal vez no. No lo sé.

Antes de ese encuentro, asistí, en El Salvador, a una reunión privada en la que se juntaron los principales líderes de los partidos políticos (antes del huracán de Nayib Bukele), con los hombres más ricos y otros líderes de opinión, en la que Arturo fue el orador principal.

La regañada que les dio a los ricos, y a los partidos políticos, fue una pateada de cantina, como se dice en ese país. Fue tumultuosa. Y les dijo cuatro verdades en su cara. Parecía que Arturo estaba presagiando los años que vendrían en El Salvador si nadie se atrevía a descorrer la cortina de la realidad.

A los dos partidos les dijo que habían sido incapaces de construir un modelo de desarrollo económico y social que llevara bienestar, desarrollo y justicia a los salvadoreños.

Recuerdo parte de la regañada: “cada vez que pueden se inventan un conejito pero nada les da resultado. Lo hacen mal y la gente ya no cree en ustedes”. Lástima que, en El Salvador, no aprendieron la lección a tiempo y se quedaron con aquello que basta con exportar productos nostálgicos para estar bien, como lo dijo uno de los ministros de economía más incapaces que ha visto en mi vida.

Arturo es un verdadero maestro. Pasa muchas temporadas en Costa Rica. Nos conoce bien. Sobre todo nuestros pecados y arrogancias.

Con él pasé muchas y largas aventuras intelectuales en El Salvador. Arturo es un hombre extremadamente listo y un gran disectador de la realidad. Sospecho que ahora quiere ser presidente para aplicar todo su juicio crítico a la realidad de Nicaragua.

Arturo lleva consigo la viveza de la enseñanza del Instituto Centroamericano de Administración de Empresas (INCAE). Caso a caso encontramos los caminos para sanar un problema. Pero su voz no es la de un locutor con la voz resfriada. Es firme, calculada. Domina el arte de encontrar una solución a un problema económico y social, de acuerdo con el pensamiento de quienes gobiernan. El problema es que no o hacen caso.

Y mientras lo dejas pensar, Arturo cumple dos ritos: le gusta comer bien y leer siempre un buen libro. Pero hay algo que le parte el alma: la pobreza, las necesidades de su país, las ocurrencias de un tirano que ahora le arrancó su libertad.

Arturo siempre ha dicho que el verdadero demócrata no llega, jamás, al poder para reducir el número de oponentes. Para él, siempre serán los votos los que te dirán hasta donde llegan tus oponentes.

Siempre le oí decir que si llegas a la política, siempre debes calcular tu victoria, pero, sobre todo, tu derrota. Conociendo a Arturo, estoy seguro que no es candidato presidencial sin conocer los dos escenarios. Pero, sobre todo, si no estaba seguro que podía contribuir con su país.

Lo que más le incomoda a Arturo que, incluso, fue embajador de Ortega en Washington, donde es un hombre muy conocido, es que sabe que el juego de Ortega siempre ha sido ir de tortura en tortura y luego hacer creer que el mejor negocio es pactar la paz en medio de una feroz represión. Y lo peor es que los torturadores viven en tu propio barrio y son capaces hasta de violar una mujer embarazada.

Para pelear por Nicaragua se debe ser valiente. Muy valiente. El tiempo tiene arrugas y verrugas. Sé que Arturo sabe eso. Y sabe más: que Ortega quiere ser eterno e implacable. Su reto será poner el odio en su sitio. Y sé que estará pensando cómo hacerlo. El problema es que le llaman traidor y le pusieron una bayoneta en su pescuezo.