Opinión / Ensayos · 31/05/2023

Cabeza de Playa: Cómo el régimen en Nicaragua quiere convertirse en un apéndice del Kremlin en Centroamérica

Por Echo25

La profundamente debilitada diplomacia orteguista llega a nuevos bajos. En un contexto internacional de aislamiento y con menos opciones de financiamiento, Ortega ha optado por una política exterior securitizada y más ofensiva en la promoción de intereses extrarregionales, especialmente de la Rusia de Vladimir Putin.

Hitos como las presiones del régimen a favor del ingreso de Rusia como observador al Sistema de Integración Centroamericana, la visita del ministro ruso de exteriores Serguéi Lavrov, el voto en la asamblea general de la ONU negándose a reconocer las guerras rusas de Georgia (2008) y de Ucrania (2022) como agresiones (resolución A77/L65), y la transferencia de tecnologías de seguridad, signan un deterioro significativo de la política exterior, ahora más activa en la promoción de los intereses de Rusia, y que suponen significativos riesgos estratégicos tanto para Nicaragua como para Centroamérica.

A pesar de que el régimen Ortega Murillo repite con apasionado fanatismo los mantras de Moscú, como el colapso del dólar estadounidense y la emergencia de un orden internacional multipolar en el que las transacciones geopolíticas no requieran un mínimo de rendición de cuentas ante la comunidad internacional, balance democrático de poder o el respeto a los más básicos a derechos humanos, lo cierto es que la dictadura, al igual que en el pasado, está apostando a un futuro incierto con aliados crecientemente desacreditados e inestables.

El surgimiento de cada vez más frecuentes actos de sabotaje al interior de Rusia, desde incendios “fortuitos” en instalaciones del aparato de seguridad y de la industria militar, hasta el surgimiento de insurgencias como la Legión Libertad de Rusia que incursionó en Belgorod, la Rusia de Putin se encuentra en una posición cada vez más inestable. Una vez que Ucrania lance una contraofensiva de gran escala el riesgo de colapso del régimen de Putin se incrementará impredeciblemente. Si el Kremlin anticipa dicho riesgo, este podría llevar a cabo operaciones de variada índole para tratar de desestabilizar los vecindarios inmediatos de sus adversarios en occidente a través de sus proxis o aliados subsidiarios.  En el caso de Centroamérica, el régimen Ortega Murillo constituye un agente claramente dispuesto a participar en dichas operaciones de desestabilización.

Una de las principales preocupaciones que surgen en torno al claro interés de Ortega en apalancar su posición internacional estableciendo vínculos más significativos de cooperación estratégica con potencias extrarregionales, es que este obtenga tokens militares rusos, sean misiles tácticos o estratégicos, equipamiento de cibervigilancia y disrupción electrónica, o el otorgamiento de acceso naval.

La securitización de las relaciones exteriores

La fijación de Ortega en hacerse con recursos estratégicos rusos que le sirvan para disuadir adversarios estaría sustentando en parte la decisión que llevó a Estados Unidos a designar a un especialista en seguridad nacional como encargado de negocios en Managua. Esa decisión anuncia un cambio importante en el futuro inmediato, y es que probablemente la política exterior de Washington hacia la dictadura se endurezca significativamente. En tal sentido, Estados Unidos entiende que la mejor forma para lidiar con la dictadura orteguista es negándole acceso a fuentes de financiamiento. Es decir, la respuesta no será militar sino económica, y es que las dictaduras contemporáneas no aspiran a mantener un relativo nivel de satisfacción entre la población, tampoco necesitan ganar elecciones. En su lugar, la clave que sostiene al déspota es que este sepa en todo momento “dónde está el dinero.”

Naturalmente, los riesgos de la securitización de la política exterior de la dictadura vulneran las perspectivas de una resolución de suma variable a la enquistada crisis sociopolítica de Nicaragua, mientras se establece un período prolongado de deterioro económico. Además de esto, los países de Centroamérica deben reconocer las amenazas que supone una dictadura nicaragüense dispuesta a lo que sea necesario para preservar su propia existencia.

Sin embargo, hasta ahora la respuesta de los países centroamericanos al desafío que supone la dictadura en Nicaragua, sobre todo frente a la influencia de Rusia, suele omitir cualquier forma de presión para una salida legítima a la crisis interna. En tal sentido, la oposición debe resaltar los riesgos políticos y de seguridad que suponen la nueva fase en que parece haber entrado la dictadura en Nicaragua, utilizando como lección la efectiva campaña que culminó con el voto negando la reelección de Dante Mossi en la jefatura del BCIE.

El orden multipolar entendido patas arriba

Por último, el régimen insiste, al igual que Rusia, en la inexorable emergencia de un orden mundial multipolar en el que Rusia y China serán actores con peso decisivo. En este nuevo orden, el régimen parece negarse a reconocer que se está produciendo una reversión de la globalización según la cual las potencias regionales empiezan a reafirmar sus zonas de influencia inmediata. En tal sentido, Nicaragua difícilmente será capaz de orbitar la influencia económica china o rusa como lo hace en torno a Estados Unidos, que constituye el destino de más del 60% de sus exportaciones. En su lugar, la tendencia sistémica es hacia la regionalización de esferas de influencia.