Opinión / Ensayos · 19/07/2020

“De la revolución sandinista al hundimiento del régimen orteguista” – Mónica Baltodano

Hace 41 años, el 19 de julio de 1979, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, a la cabeza de las masas trabajadoras nicaragüenses, derrocaba al sangriento dictador Anastasio Somoza. La revolución nicaragüense abrió enormes expectativas en Latinoamérica y el mundo. La derrota electoral de 1989 abrió el camino a un proceso de burocratización de parte dela dirigencia,  dispuesta a sacrificar los ideales originales de Sandino con el fin de volver al gobierno. La Comandante Guerrillera Sandinista Mónica Baltodano desarrolla aquí un balance de ese proceso de claudicación y degradación política encabezado por el propio Daniel Ortega.

Miles de nicaragüenses dieron su vida en la lucha popular contra la dictadura militar somocista, a lo largo de los cuarenta años de su duración. Las mayores cuotas de dolor y sufrimiento se pagaron en la fase final, cuando hombres y mujeres, particularmente jóvenes, se incorporaron de manera masiva como combatientes en las insurrecciones que culminaron con el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979. Fue un largo, doloroso y sacrificado recorrido. ¡Eso no lo olvidaremos jamás!

¿Qué sueños animaban a los héroes de abril de 1954, capturados y torturados hasta la muerte por la Guardia somocista? ¿Qué hizo que Ramón Raudales, uno de los generales de Sandino, se volviera a enmontañar en el año 58, dando su vida en este esfuerzo?  ¿Qué propósitos movieron a los luchadores de ideología liberal o conservadora, que sufrieron cárcel, destierro y la muerte en distintas etapas de la lucha anti somocista? ¿Qué ideales impulsaron a la juventud a involucrarse en la lucha armada sandinista a riesgo de perder su vida, como lo hicieron decenas de héroes?

Las ciudades y las montañas se tiñeron de sangre muchas veces en el largo camino que tuvimos que transitar hasta acabar con la dictadura somocista. A lo largo de este trayecto, miles de campesinos fueron desaparecidos y no tuvieron, como decía Sandino, “ni siquiera un palmo de tierra para su sepultura”.  Centenares de líderes obreros organizados en sindicatos socialistas o socialcristianos, fueron encarcelados una y otra vez, como ocurrió con Domingo Sánchez Salgado, “Chagüitillo”. Cientos de mujeres fueron violadas en las mazmorras somocistas, como Lesbia, Doris, Rosi, Angela, Cándida, Amada… Y población civil fue masacrada por bombas lanzadas por la aviación somocista en las insurrecciones de 1978 y 79.   

¿Qué unificó a todo un pueblo para que, procedente de distintas ideologías, pensamientos, estratos sociales o adscripción religiosa, se decidiera a aportar, desde distintas formas de lucha, al torrente nacional que puso fin en julio de 1979 al despótico y criminal régimen que nos subyugaba?  

En Nicaragua logramos al final construir un consenso de lucha contra la dictadura somocista, tras años de diversos tipos de resistencia, por el brutal escalamiento de la represión y los crímenes contra la población.  Sin duda, uno de uno de los más aberrantes e impactantes fue el asesinato del reconocido periodista opositor Pedro Joaquín Chamorro, en enero de 1978. Tras el asesinato de Pedro Joaquín hasta los sectores más tibios de la oposición contra Somoza se percataron de su naturaleza criminal irreformable; la población, a su vez, llegó a sus propias conclusiones: si no respetaron la vida de Pedro Joaquín, ¿quién podrá salvarse? Se construyó pues un consenso nacional con respaldo internacional: ¡Basta ya de dictadura!

Para la construcción de Nicaragua post-Somoza, la mayor parte -aunque no toda- de los guerrilleros sandinistas, dirigentes sociales y el pueblo en general apostaban a un modelo propio, derivado de nuestra realidad con sus límites y oportunidades. De una nicaragüense lectura del marxismo surgió luego la propuesta de economía mixta, la convivencia de la economía social, cooperativa y del Estado, con la propiedad privada y el mercado. Nos sentíamos comprometidos con el pluralismo político; no nos gustaba el partido único y no nos interesaba alinearnos con ninguna de las potencias. Al fin y al cabo, aunque Somoza nos calificaba como “comunistas”, la mayoría de la militancia no sabía siquiera qué era eso, y su lucha era por construir una sociedad donde valiera el voto democrático, en dónde la gente pudiera organizarse para defender sus derechos, que no se persiguiera a nadie por sus ideas, ni se encarcelara o asesinara impunemente a los opositores. Y muchos soñábamos, sobre todo, que el fin de la dictadura nos permitiría acabar con la pobreza que afligía a más del 60% de los nicaragüenses. En la nueva Nicaragua, habría progreso, educación, salud y trabajo para todos. 

El 19 de julio fue entonces la victoria de una inobjetable mayoría social y una hermosa fiesta nacional.

Se trataba también de tener un país en dónde se respetarán los diversos credos. Esta visión de país explica que a la lucha revolucionaria nos integráramos miles de jóvenes cristianos y sacerdotes, desde nuestras convicciones del “dios de los pobres, humano y sencillo”, como rezaba la misa campesina.

Eso sí, yo creo que una gran mayoría de los nicaragüenses de entonces rechazábamos la abusiva injerencia, del gobierno de los Estados Unidos en nuestro país y en la región, de larga y conocida historia. Esta postura era compartida también por Pedro Joaquín Chamorro, anticomunista confeso, quién cuestionaba seriamente las concesiones ventajosas dada a los capitalistas norteamericanos para la explotación de Nicaragua. Es por ello también por lo que en el programa del Gobierno de Reconstrucción Nacional hubo un consenso en contra de las prácticas tradicionales de subordinar la política exterior del país a los intereses norteamericanos. Aspirábamos a una política exterior verdaderamente independiente y no alineada.

Lo que quiero enfatizar es que la lucha contra la dictadura somocista y en favor de un nuevo proyecto nacional llegó a ser una bandera en la que se involucró la gran mayoría del pueblo nicaragüense. Podría afirman, sin temor a equivocarme, que al llegar al 19 de julio de 1979 sólo el núcleo central de somocismo, una clara minoría, estaba con el tirano y el régimen impuesto. El 19 de julio fue entonces la victoria de una inobjetable mayoría social y una hermosa fiesta nacional.

Lamentablemente, como es sabido, tras el triunfo revolucionario los sueños de democracia, libertad, justicia, progreso e independencia nacional no se pudieron alcanzar por completo. No es este el espacio para explicar las razones, pero es importante recordar el impacto que la guerra contrarrevolucionaria, impulsada por la administración Reagan, tuvo sobre el mismo destino de la revolución. Una guerra en que, como en toda conflagración, hubo que lamentar miles de muertos, violación de derechos humanos, crueldad, dolor y sufrimiento de las familias, todo ello de un bando y del otro.

Así el gobierno revolucionario terminó confiscando a los opositores, aún en contra de lo que decía la propia Ley de Reforma Agraria y, para sobrevivir, terminó dependiendo del campo socialista encabezado por la Unión Soviética, potencia que nunca había apoyado a los guerrilleros sandinistas. A su vez, la revolución erróneamente terminó afectando libertades esenciales como la libertad de información, y tuvo que instaurar un impopular Servicio Militar obligatorio.

En 1999 Ortega pactó con el corrupto presidente Alemán para distribuirse y socavar las instituciones del Estado.

Lo anterior llevo a grandes rupturas y el consenso nacional se perdió. Pero incluso tras la derrota electoral de 1990, una gran mayoría de quienes nos involucramos en la lucha y en el proyecto revolucionario lo seguimos respaldando desde posiciones sinceramente democráticas y profundamente populares. No es de extrañar por tanto que, en esa elección, aún con la economía destruida, con los servicios sociales casi inexistentes, con todas las bodegas vacías y un enorme desgaste impuesto por la guerra, la revolución conservara, en el peor de los escenarios posibles, el 40.8% de respaldo expresado en votos.

Sin embargo, como es sabido, durante la década de 1990 se dio una dispersión en el sandinismo, en virtud de distintas fracturas. Así surgió el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), en 1995. Posteriormente otros denunciamos la deriva neoliberal, autoritaria y la cultura de repartos de poder en la cúpula del FSLN en 1999, cuando Ortega pactó con el corrupto presidente Alemán para distribuirse y socavar las instituciones del Estado.

De la esencia popular y progresista de la revolución sandinista ya no quedan ni vestigios para la arqueología política.

Pero al tiempo que Ortega transmutaba al FSLN, sectores tradicionalmente antisandinistas, contrarrevolucionarios, social cristianos, conservadores y parte de la jerarquía católica y del gran capital nicaragüense se aliaban con Ortega. Por poner solo un par de ejemplos, Daniel Ortega tendría como Vicepresidente a su regreso al ejecutivo (2007-2011) a uno de los jefes de la Contra, Jaime Morales Carazo; y no vaciló en penalizar el aborto terapéutico, para complacer al Cardenal Obando y Bravo, jerarca católico del país.

El régimen autoritario de Ortega y su esposa y actual vicepresidenta, Rosario Murillo, derivado claramente en dictadura criminal desde abril de 2018, no solo acabó con la ya frágil institucionalidad democrática de Nicaragua, sino que también finiquitó los últimos logros de la revolución. De contar con un pueblo organizado y defensor de sus derechos, se pasó a nutrir organizaciones totalmente sumisas y corporativizadas: cúpulas de sindicatos, gremios, organizaciones de mujeres y de pobladores, cuya única divisa es la defensa  de Ortega, del gobierno y sus políticas a cambio de  trabajo y privilegios; de universidades críticas y autónomas se terminó en el  control absoluto y fascistoide de las cátedras y el profesorado para imponer el relato y discurso del gobierno; la participación ciudadana fue confiscada y sustituida por el control orteguista. La Policía Nacional, reconocida como profesional y apartidaría durante décadas, se convirtió en una guardia orteguista fuertemente represiva; y un Ejército que evolucionó favorablemente en los años noventa bajo una lógica patriótica y no beligerante, se convirtió en pieza estratégica para sostener al dictador en el poder.

De la esencia popular y progresista de la revolución sandinista ya no quedan ni vestigios para la arqueología política. Desde inicios de siglo Ortega se plegó a la versión más reaccionaria del capitalismo, otorgando todas las garantías a los principales capitales nacionales y transnacionales. Leyes que durante los gobiernos anteriores establecían límites y procedimientos públicos y transparentes para otorgar concesiones para la inversión extranjera, fueron desvalijadas para poder entregar de forma expedita control sobre territorios y recursos naturales a estas empresas. El caso más patético fue el de la concesión, a un empresario chino, del proyecto para la construcción de un canal interoceánico sobre territorio nicaragüense. Esta concesión aún vigente permite, aunque el canal no se haga, se pueda disponer del territorio y del Gran Lago, sin ningún tipo de limitaciones y sin pasar por mecanismos jurídicos y de control, de ningún tipo.

Tras la rebelión de 2018, la CIDH comprobó al menos 328 muertos, incluidos 28 niños, más de cien mil exiliados y 800 prisioneros políticos, de los cuales más de ochenta aún siguen detenidos.

Así llegamos al 19 de abril 2018, cuando estalló una sublevación cívica en Nicaragua. Como es ya sabido, la demanda de justicia y democracia de una población autoconvocada fue respondida con un altísimo grado de represión por la policía y fuerzas paramilitares orteguistas.  La CIDH comprobó al menos 328 muertos, incluidos 28 niños, más de cien mil exiliados y 800 prisioneros políticos, de los cuales más de ochenta aún siguen detenidos.

Todas estas políticas autoritarias, represivas y corruptas, así como los crímenes cometidos desde abril de 2018, han sido ejecutadas en nombre del sandinismo, de la izquierda y de un proyecto “cristiano, socialista y solidario”, al que el orteguismo llama cínicamente “la segunda etapa de la revolución”. El orteguismo, con su control absoluto de los medios de comunicación y una inmensa maquinaria publicitaria, pretende así adueñarse de la historia de la justa lucha del pueblo contra Somoza, de sus iconos, de sus emblemas, como lo ha hecho con el FSLN. Y lamentablemente, hay que decir que lo está logrando. Por una parte, un sector de combatientes de la lucha contra Somoza se ha mantenido cercanos a Ortega, llegando incluso a convertirse a paramilitares encargados de “operaciones limpieza” y una criminal represión contra población desarmada.

Mientras Ortega muestra cada vez más su talante reaccionario y burgués, personeros de la administración Trump insisten en llamarlo comunista, porque no lo quieren reconocer como uno dictador más. Del otro lado, sectores de la izquierda internacional asumen el discurso de Ortega en lugar de examinar sus políticas y acciones, con lo que acaban ingenuamente apoyando a un dictador conservador, corrupto y criminal, como cualquier otro.

Adicionalmente, hay quienes que, por mezquinos intereses, persisten en asimilar la brutal dictadura orteguista con la revolución de 1979; y los asesinatos y crímenes de lesa humanidad cometidos en 2018 contra la ciudadanía, con los muertos productos de la guerra civil de los años ochenta en la que se enfrentaban dos ejércitos: el Ejército Sandinista y la Contra, que contaba con 17 mil soldados fuertemente armados

Pero la historia, que pone en su lugar los hechos, motivaciones y a los verdaderos héroes y heroínas, sabrá diferenciar entre los hombres y mujeres que lucharon y dieron su vida por la libertad a lo largo de cuatro décadas (50-80’s), de los criminales que usando esta gesta oprimen hoy al pueblo de Nicaragua.  La historia sabrá distinguir entre lo honroso de aquella lucha encabezada por el FSLN de Carlos Fonseca, y la tragedia de quienes, manipulando los símbolos y el discurso de entonces, hacen todo lo contrario a los ideales de libertad, justicia, democracia y derechos humanos que movieron a miles de jóvenes al combate.

Nada tiene que ver este Ortega con los sueños de más de 50 mil nicaragüenses que dieron su vida por una Nicaragua libre.

El FSLN de hoy es una mueca macabra. Se parece mucho a las organizaciones fascistas que respaldaron los golpes de Estado de los años setenta, como el de Pinochet. El dictador que oprime a los nicaragüenses se parece mucho a Somoza y a Trujillo o cualquiera de esos dictadores de derecha, porque en realidad, todas las dictaduras son horrendas e inaceptables. Nada tiene que ver este Ortega con los sueños de más de 50 mil nicaragüenses que dieron su vida por una Nicaragua libre.

Los nicaragüenses asesinados, desaparecidos, o muertos en combate antes del 19 de julio, se involucraron con el mejor de los propósitos, al igual -hay que decirlo- que la mayoría de quienes murieron en la guerra civil de los años ochenta, de un bando y de otro. Los ejemplos de los héroes de esas jornadas inspiraron a miles de participantes de la sublevación pacífica del 2018, a levantarse y luchar contra esta nueva dictadura. Los asesinados de 2018, a quienes les fueron injustamente arrebatadas sus vidas, son hoy íconos de las nuevas generaciones de luchadores y se fundirán en la historia con los de las gestas pasadas.

Un reto del presente es aprender a ver nuestra historia sin subordinarla a prejuicios y relatos ideológicos interesados. Es imperativo conocer la historia para tomar lecciones de ella, no para tergiversarla y acomodarla a nuestra ideología o intereses particulares o de grupo. Y en este aniversario de la revolución, es importante darse cuenta de que, hoy como ayer, la lucha del pueblo de Nicaragua sigue siendo por alcanzar libertad, democracia, justicia para las víctimas y justicia social para todos y todas. Para ello se requiere el relanzamiento de un verdadero proyecto transformador que una a las fuerzas vitales de los nicaragüenses. En ese desafío están comprometidas las nuevas generaciones y sus liderazgos emergentes, y nosotros empeñados en acompañarlos.

* Comandante Guerrillera de la Revolución Sandinista, tuvo un rol protagónico en la Insurreción de Managua y el Repliegue a Masaya, y en la toma de Jinotepe y Granada. Durante el primer gobierno Sandinista fue Vice Ministra de la Presidencia y Ministra de Asuntos Regionales.  Miembro de la Dirección Nacional del FSLN, fue electa Diputada en 1997. Luego del pacto  con el corrupto presidente derechista Arnoldo Alemán en 1999, rompe en rechazo de  la deriva pervertida y autoritaria impuesta al FSLN por Daniel Ortega.  Diputada por Rescate del Sandinismo 2007- 12, es Presidente de la Fundación Popol Na, cuya personería jurídica fue ilegalmente cancelada y sus bienes ocupados en 2018.

Historiadora, ha publicado 4 volúmenes de MEMORIAS DE LA LUCHA SANDINISTA y otros textos: http://www.memoriasdelaluchasandinista.org

Nota tomada de Estación Finlandia