Opinión / Ensayos · 30/10/2020

Debilidades, rupturas y reacomodos en la oposición

*Por Bonifacio Miranda Bengoechea

El retiro de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD) de la llamada Coalición Nacional (CN) ha causado un enorme escándalo en algunos medios de comunicación. En el último periodo hemos sido atosigados con una propaganda que remarca la falsa idea que la “unidad de la oposición es clave para salir de la dictadura”, por ello la reciente ruptura de la Coalición Nacional causa confusión y desasosiego entre la ciudadanía.

En defensa de la sagrada unidad, algunos dirigentes de la Coalición Nacional se rasgan las vestiduras, vociferan, se recriminan mutuamente en público, y el necesario debate político termina en una guerra de puñales, ahondando resentimientos y transformando en insalvables las diferencias políticas.

El primer gran fetiche: la unidad de la oposición

Para comprender la compleja situación política actual, obligatoriamente debemos echar una rápida mirada al pasado inmediato. Después del brutal aplastamiento de la rebelión de abril del 2018, los grupos de oposición abandonaron dos consignas centrales: la renuncia de la pareja presidencial y la exigencia de elecciones anticipadas. Hubo ilusiones en que, a pesar del terror que impusieron los paramilitares frente a una población desarmada, se podía lograr una solución negociada, hasta que fracasó el segundo Dialogo Nacional a mediados del 2019.

En el segundo semestre del 2018 y durante todo el 2019 no hubo una orientación precisa para superar la paliza y organizar la resistencia cívica. Los “piquetes exprés” y las “chimbombas azul y blanco”, aunque ayudaron a mantener alta la moral en realidad reflejaron el declive de la lucha popular. La represión generalizada terminó disolviendo el fenómeno de autoorganización social que reflejaban los autoconvocados. Las masas populares que salieron a las marchas y que protestaron en los tranques, al final tuvieron que retroceder. La dictadura había logrado imponerse, al menos temporalmente.

Anta la incapacidad de formular una estrategia para organizar la resistencia popular, una labor gris, de discreto trabajo molecular en las comunidades, surgió la poco brillante idea de recurrir al fetichismo de la unidad, como panacea para salir de la dictadura. Aferrados al crucifijo de la unidad, rezando oraciones milagrosas, creen poder expulsar a los demonios de la dictadura. Fue una repuesta simple y primitiva a un problema complejo.

La unidad de la oposición se parece a aquella fabula en la que los ratones discuten acaloradamente como ponerle el cascabel al gato. Los grupos que han invocado la unidad de la oposición, no comprenden que su realización no solo obedece a una confluencia de voluntades, sino, fundamentalmente, de una complicada armonización de diversos intereses sociales y políticos. Una tarea bastante difícil, que no se impone con ultimátum, ni con campañas mediáticas, maniobras o chantajes de unos grupos sobre otros.

La UNAB fue la primera coalición

A veces se nos olvida que la primera gran coalición de los grupos de oposición fue la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), creada el 4 de octubre del 2018. En ella participó la ACJD como uno de sus principales componentes. El repliegue de las masas populares y el debilitamiento paulatino de los grupos autoconvocados permitió que los viejos grupos políticos se reciclaran en su interior, disfrazados como una parte significativa del amplio y diverso movimiento azul y blanco. Estos viejos grupos, con más recursos, cuadros y experiencia organizativa, terminaron copando todos los espacios unitarios, imponiéndose sobre otros, especialmente sobre los grupos juveniles críticos, desalojando y liquidando a las disidencias, produciéndose una reconfiguración interna dentro de la UNAB.

En el transcurso del 2019, las divergencias fueron creciendo al interior, entre un ala supuestamente “progresista” y otra supuestamente “reaccionaria” representada por la ACJD. En conclusión, la ACJD se retiró de la UNAB a finales de diciembre del 2019, aunque la ruptura se dio a conocer a nivel público hasta comienzos de enero del 2020. La ruptura sirvió de antesala de la elección del segundo Consejo Político (CP) de la UNAB, en donde evidentemente no participó la ACJD. El campo había quedado libre. Este fue el nacimiento de la UNAB como una organización independiente, pero ya no obedecía a las fuerzas sociales autoconvocadas del 2018, sino que era controlada por los viejos grupos políticos que habían logrado reciclarse.

Lanzamiento y fracaso de la (segunda) Coalición Nacional

Esta primera ruptura fue rápidamente ocultada con la propuesta de lanzar el proyecto de la Coalición Nacional, primero el 15 de enero y después otra vez el 25 de febrero del 2020. ¿Por qué hubo ruptura y separación entre la UNAB y la ACJD si en el fondo coincidían en la misma política de crear la Coalición Nacional?

Al parecer, la separación obedecía al afán de hegemonizar o controlar el aparato de la futura Coalición Nacional. El forcejeo interno de los meses siguiente demostró fehacientemente que no había una estrategia, ni un discurso político para reanimar la lucha contra la dictadura, por lo tanto, la unidad era misión imposible.

Así como los devotos de Santo Domingo, con profunda alegría bailan alrededor de la imagen venerada, quienes impulsaron la segunda Coalición Nacional hacían lo mismo en relación al fetiche de la unidad.

No es uniendo a pequeños grupos y desprestigiados partidos zancudos que se logrará la unidad. Los pleitos, conspiraciones, codazos y puntapiés bajo la mesa, se debieron a que no había una política ni intereses comunes para consolidar una alianza. Aunque suene tautológico, el punto de partida de cualquier proceso unitario son los intereses comunes. Sin ellos, es imposible la unidad. No se trata de redactar programas generales sino definir los pasos concretos para unir a las masas populares en torno a puntos. Y esos no existían.

El segundo fetiche: las reformas electorales

Contrario a los pronósticos, en vez de estrechar las relaciones con la ACJD, la cúpula de la UNAB giró hacia los partidos zancudos, estableciendo una alianza contra natura. Y para mostrar que ahora sí, la unidad opositora avanzaba con paso firme, después de largas y tortuosas negociaciones, incluso como momentos de mucha tensión, la Coalición Nacional anunció, de cara a la 50 asamblea general de la Organización de Estados Americanos (OEA), que había logrado un nuevo consenso sobre reformas electorales que, por cierto, nunca fueron dadas a conocer a la población. No hubo campaña de explicación y difusión masiva.

Las reformas electorales son indispensables para unas elecciones libres, pero los cancilleres de la OEA no definirán el contenido de las reformas electorales. Si la población no las asume como suyas, no luchará por ellas. Sin presión social interna que exija las reformas electorales, las condiciones de las elecciones del 2021 son realmente inciertas.

Anta la ausencia de una estrategia de lucha y un discurso atractivo, después de 8 meses, las reformas electorales consensuadas se transformaron en el único logro, en el nuevo fetiche de la Coalición Nacional.

Sin discurso claro, no habrá victoria

El Frankenstein de la Coalición Nacional estuvo a punto de estrangular a uno de sus creadores: la ACJD. Mas adelante le puede tocar el turno a la UNAB, su más ferviente defensora, cuando el PLC, rejuvenecido y revitalizado por la unidad, decida romper con la Coalición Nacional y lanzarse solo, llevándose valiosos aliados como el Movimiento Campesino (MC).

La ACJD rompió sin explicar cuál es su proyecto, si se convertirá en una nueva fuerza política, o si intentará crear una nueva coalición con otras fuerzas existentes. Esta ruptura es apenas uno de los primeros reacomodos dentro de los grupos de oposición. No debemos asustarnos, nada está escrito en piedra.

En medio de la polvareda de la confusión, si hay algo claro: sin una estrategia y una política convincente, sin un discurso que atraiga y refleje las aspiraciones de las amplias masas populares, no existe la más mínima probabilidad de un triunfo electoral. Las reformas electorales, por muy profundas que sean, no garantizan por sí solas la victoria sobre el todavía formidable aparato electoral de la dictadura.