Opinión / Ensayos · 08/07/2021

Demonios Bicentenarios

200 años de ataduras

*Por Róger Salgado García

En septiembre de 1821, empezó a fraguarse la nueva nación que hoy nos da identidad: la República de Nicaragua. Desde hace muchos años atrás, solemnes y a veces exóticos desfiles escolares, con absurdas comparsas militares, hacen sus pasarelas ante el mandador de turno. Quizás la mayoría saben el título de la fiesta: pero algo opera mal en este contexto. Los celebrantes no tienen idea de la patria que se celebra; porque sí tenemos identidad cultural, sí tenemos nombre, lagos, mares, volcanes, ríos y montañas; pero hace falta mucho patriotismo, que nos haga avanzar y liberarnos de ciertos fardos que empantanan a la nación en fangos de cinco componentes. Estos nos alejan de una patria en firme ascenso.

¿Empantanados en qué? Si presumimos de nicaragüenses, debemos examinar que pasa en los ámbitos de lo cultural, lo económico, lo humano y lo espiritual.

Les presento a continuación, lo que a mi juicio son, los cinco demonios centrales, que atan a Nicaragua a ese pantano.

Primer Demonio: La ira guerrerista

La ira es uno de los cinco grandes demonios que han postrado a Nicaragua en todos los ámbitos antes señalados (cultural, económico, humano y espiritual).

Precisamente, la famosa batalla de San Jacinto, que celebramos cada catorce de septiembre es una importante evidencia de cuan relevante ha sido la imposición de la ira guerrerista a lo largo de dos siglos de existencia.

Estábamos en guerra contra una fuerza extranjera, porque la ira excluyente de los bandos destacados de la época (timbucos y calandracas), imposibilitó la convivencia entre los nicaragüenses y puso en bandeja el escenario básico para que un norteamericano se proclamase en Granada como presidente de la “república” y decretase nuestro futuro como esclavos, en nuestra propia tierra.

Solo la unidad de los que parecían enemigos a muerte, hizo posible enfrentar y vencer al filibustero y sus huestes, logrando la adhesión a la batalla a indígenas que no pretendían mandar y a fuerzas extranjeras, que solo querían extirpar la amenaza expansionista. Pero la naturaleza y trascendencia de esta acción, pasa inadvertida en los textos de historia.

Una pedrada, destacó más que el espíritu de unidad, que la estrategia militar y mucho más que los valientes flecheros matagalpinos que fueron determinantes para que huyera el invasor. Una anécdota de coraje, que es válida, destaco más que la ciencia y la esencia del hecho.

La paradoja ingrata de la historia es que luego de ganar sendas batallas, el general José Dolores Estrada fue declarado traidor y expatriado a Costa Rica (suena tan contemporáneo). Mientras Andrés Castro, el héroe de la pedrada, volvió a su labor campesina (sin retiros dignos) y unos años después fue asesinado por los celos de un hombre inseguro.

Ambos fallecieron sin fortuna, como la cobrada o arrebatada vergonzosamente los altos mandos de 1979 o de 1990. Ambos casos demuestran como el guerrerismo y la ira solo son instrumentos de otro demonio: la codicia corrupta, del que hablaremos más adelante. La ira se alimenta en una cultura básica en que los débiles se conforman con la clásica expresión: «Pero le dije cuatro». Es una suerte de catarsis en la que los gritos y rabietas, dejan espacio libre a los abusos de los más astutos que se quedan con «el botín». Está presente en todos los estratos de la sociedad.

La ira nos despoja de valiosa energía humana y nos tiene, dos siglos después, aplaudiendo y exaltando a posteriores falsos héroes matarifes, mientras subestimamos a quienes tienen la real capacidad de levantar Nicaragua en su necesaria producción de bienes y servicios. Hay evidencias diversas de matarifes aventureros en uniforme o revestidos de consignas, que amasan y despilfarran enormes fortunas, que resultan obscenas ante la extrema pobreza de muchos y la carencia de un desarrollo sostenible para la población.

La ira, en ocasiones, nos ha hecho pensar que somos una nación de tromponeros (boxeadores de escasos recursos técnicos), que nos debemos a caudillos oportunistas (miserables del cerebro que terminan amasando como propias las fortunas de los botines de guerra), en lugar de buscar las virtudes de quienes alguna vez emprendieron desafíos edificantes en las diversas oportunidades productivas y culturales que tiene Nicaragua.

Para rematar, la ira es destructiva. La mayoría de muertes por causas de la ira política se registran en los tiempos de esos que, creyendo tener derecho a gobernar toda la vida y heredar el poder a su descendencia, despliegan luchas fratricidas. Centenares de miles han muerto, creyendo defender causas nobles o atacar causas enemigas.

Ambos bandos se auto destruyen, cultivando ira y cosechando muerte. La ira, que tiene por expresión cimera la guerra y la eliminación del adversario, destruye vidas, destruye a la nación, destruye los sistemas productivos, destruye familias. No edifica nada. Es un demonio de ropajes sociales e ideológicos, que nos hace retroceder en un año, lo que tanto cuesta edificar en diez.

Segundo Demonio: Envidia Separatista

La envidia es un mal fruto del Espíritu, con el que conviven muchos y al que se le permite mucha libertad individual y social. Pero esa naturaleza suave y permisible es como germen que a fuego lento extermina vidas.

La envidia es un espíritu divisor que nos llevó hace dos siglos a atomizar Centroamérica hasta un perfil muy diminuto, desde el que cualquier astuto se puede valer para tomar control y proyectarse como «gran líder» en el escenario internacional.

Nicaragua era una de las provincias de una nación mayor que proclamó su independencia frente a la monarquía española hace doscientos años. México y Centroamérica, que firmaron el acta que nos hace “celebrar a la patria”, sumaban un territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados.

Pero vino de inmediato la viveza del miope astuto (corto de visión, pero audaz). Los centroamericanos, que sumaban un poco más de medio millón de km2, vio mal eso de someterse al liderazgo azteca y se apartaron (envidia del poder mexicano). La anexión al imperio solo duró un año. Así nació la efímera Federación de Repúblicas Centroamericanas que, en medio de pugilatos divisionistas, existió por menos de dos décadas.

Muy pronto vino un nuevo zarpazo separatista, fruto de la viveza de ratón: NO podemos someternos al liderazgo de Guatemala y … «plop» el unionismo centroamericano se desarticuló y nacieron las cinco republicas reducidas. (Una de ellas Nicaragua). La naturaleza de la envidia fue tal, que el líder unionista fue fusilado. La unidad da vida y esperanza la división mata.

Entre 1938, hasta 1955, volvió la naturaleza invivible de la envidia y los «timbucos» de Granada, frente a los «calandracas» de León, diezmaron al país, en la disputa por gobernar la pequeña, pobre y atrasada nación. Miles de campesinos murieron en el proceso de batallas por el poder.

Pero lo peor del separatismo envidioso, contrario a la unidad o a la mínima convivencia humana, fue la llegada del filibustero Walker; para quien resultó fácil dividir más a los nicas y proclamarse oficialmente como el presidente extranjero, que quiso imponer su lengua y la esclavitud, como novedades de la nación intervenida. Lo increíble es que los libros de la historia lo reconocen como presidente de Nicaragua para julio de 1856.

Walker fue invitado por los liberales de León, para “vencer a los conservadores”, del mismo modo que unos años antes, los conservadores habrían abiertos las puertas al General salvadoreño Francisco Malespín, quien sometió León a base de una crueldad sin precedentes, que incluyó la ejecución de un sacerdote.

La guerra de 1856, trajo tal calamidad y vergüenza nacional que dio lugar a una firme unidad para la sobrevivencia nacional y centroamericana. Más allá de las victorias militares, que incluyó la participación indígena, la unidad dejó un buen sabor histórico y entonces se logró extirpar el tumor divisionista por al menos cuarenta años. Pero quedaron de aquel mal, miomas terribles, que han sobrevivido a lo largo de doscientos años.

El caudillo liberal de 1893 (José Santos Zelaya), destruyó la frágil armonía de 30 años, en que no hubo guerras y se dieron algunos pasos en la recuperación económica. Zelaya impuso un gobierno autoritario de 17 años, estableciendo el modelo excluyente, la primera dictadura criolla. Luego vendría otra intervención USA, para después dar paso a otro régimen dictatorial (Somoza) de dos generaciones y miles de muertos.

Luego vino otro régimen que también creyó ser lo mejor y se quiso entronizar y ha sumado dos etapas que acumulan 24 años de dominación. En la segunda etapa, que ya lleva 14 años, opera cual absurda monarquía extemporánea, que pretende para mantener a Nicaragua sometida, dividida, empobrecida e inculta. Opera como apartheid no racista, basado en la exclusión de pensamiento que judicializa toda pretensión de proponer y propiciar un régimen diferente.

Este demonio de la envidia divisionista nos ha llevado a ser un país donde no se discute para ubicar la mejor opción, sino para justificar quien es el «menos peor», desde el cual se defiende el derecho de mandar por más de toda una vida, sin más programa ni estrategia que la defensa del poder. Es una envidia fragmentaria, que desune; contrario a la proclama de Rubén Darío de «unir tantos vigores dispersos un solo haz de luz». La lógica divisionista busca separar los vigores de la nación para reducir a destellos el poder de una pequeña nación.

Se trata, doscientos años después de las guerras iniciales, de un predominio de sesgos que, sin ser programático, ni ideológico, se queda en modelo dinástico, sanguíneo y ruin. Falta tanto para la unidad razonable, para las agendas compartidas, para el enfoque de nación. ¿Cuánto falta? Soltar envidias separatistas y encontrar al menos el Mínimo Común, como nicaragüenses; y ¿por qué no? como centroamericanos.

Tercer Demonio: la Codicia Corrupta

Este pareciera ser el más obvio de los demonios, pero realmente pretende ocultar en supuestas «buenas prácticas», toda una legión de maldiciones. Desde 1821, hasta 1856, la tarea de los poderosos pseudo líderes de la nueva república era capturar el botín que implicaba el control del gobierno. Por su codicia sometieron al país a medio siglo de guerra fratricidas y alternaban el control en León o Granada. Pero el botín mayor lo pretendió Walker, el filibustero que aspiraba a algo más que la presidencia del país. Su enfoque era el control de la entonces afamada ruta canalera.

Hubo 30 años posteriores, en que los gobernantes no robaron, rendían cuentas y hubo paz, con crecimiento sostenido, lo cual es sorprendentemente positivo y esperanzador. Ante la peligrosa codicia de entonces, resolvieron con firmeza prohibir la reelección presidencial y simplificaron al Estado, al extremo de que ni siquiera había vicepresidente. También redujeron el tamaño de las fuerzas armadas y ´para entonces Nicaragua creció.

Pero llegó el tirano, que dio el golpe militar y se atornilló a la silla por 17 años. Volvió la codicia para abusar del «Estado botín». El segundo tirano hasta heredó la silla a sus hijos (luego de salir de la presidencia mediante balas). El tercer tirano de nuestra historia, parece haberse sellado en la silla presidencial y ha tomado control de los sellos por más de dos décadas (el más prolongado de la historia). Su descendencia luce como especies de jeques, multimillonarios sin que se le conozca proceso de cultivo y maduración del inmenso y obsceno capital, jamás antes visto en familia política alguna de nuestro empobrecido país. Pero esto es lo más obvio.

La codicia también brota en empresarios que han amasado fortunas explotando las miserias del país. Unos metalizaron las gargantas de los alcohólicos, otros mordieron las remesas que mandan los exiliados socioeconómicos, otros sirven créditos leoninos, algunos aprovechan las exoneraciones fiscales; sin faltar narcotraficantes corruptores y los corruptos de pura raza que pagan coimas para seguir haciendo trampas. Estos nutren a los corruptos funcionarios.

Inmensas riquezas en un país que realmente es rico, pero empobrecido por el ecosistema codicioso donde, además, los agentes judiciales, fiscales y contralores no operan en base a derecho y donde los balances de poder no existen, porque la codicia no solo atrapa dinero, también captura asientos tanto en juntas bancarias como en tribunales y poderes del Estado.

Lo más triste ocurre cuando la gente de a pie convive con la codicia corrupta y dice: «roba, pero hace», «la defensa es permitida», «baboso porque no aprovechó el cargo», etc.

Una de las máximas expresiones de la codicia corrupta se refleja en los diferentes momentos históricos de robo institucionalizado a propiedades. Miles de manzanas de tierras agrícolas, centenares de fábricas y abundantes recursos financieros, pasaron de una mano a otra sin el menor pudor durante cada etapa caótica de nuestra historia.

Mientras los gamonales codiciosos se han quedado con miles de manzanas y millones de dólares en bienes y productos, entregaron decenas de miles de casas, vehículos u otros bienes a pobladores, que más adelante, han terminado vendiendo estos bienes a los viejos y nuevos ricos o los entregan a los banqueros que tienen legalizado el mecanismo de expropiación con bases legales y mercantiles. ¿Qué sería de Nicaragua sin tanta codicia ni tantos bobos?

Cuarto Demonio: Ignorancia Inepta

El Cuarto Demonio es la Ignorancia Inepta, un cóctel perverso con dos componentes: el NO saber qué hacer y el NO hacer nada finalmente. Durante su primer siglo y medio, Nicaragua era un país domado por el analfabetismo. Para 1850, el analfabetismo alcanzaba al setenta y cinco por ciento de la población. Para 1980, el analfabetismo era del 53%.

Eso permitió a unos pocos letrados dominar los espacios de poder económico a base de leyes arbitrarias, prisiones, sangre y olvido. A otros «ultra codiciosos» la ignorancia extrema les permitió arrebatar tierras, industrias, derechos y hasta vidas. Quizás podríamos contar las fortunas bien habidas, con los dedos de la mano de un tunco.

La ignorancia ha sido como una venda sobre los ojos de gobernados y gobernantes, en que el tuerto miope se vuelve «virtuoso» y hasta se cree monarca en su mediocre entorno. «En el mundo de los ciegos el tuerto es rey»; y usualmente, el tuerto ignorante se cree monarca.

En 1980 se hizo una memorable gesta para conceder alfabeto al 40% de los nicas, quedando reducida la tasa de analfabetos al 12.9% de la población. Pero un líder gubernamental, a quien oí personalmente, dijo: «la Cruzada de Alfabetización NO ES un hecho pedagógico con implicaciones políticas, sino un hecho político con implicaciones pedagógicas». Dicho y hecho.

Una vez ganado el premio de la UNESCO, los mismos gobernantes se ocuparon de abandonar la innovación pedagógica desarrollada en el país, porque debía priorizarse la guerra. La educación con filosofía liberadora se abortada. Fui parte de esa proeza pedagógica corroída luego por la mugre y la oscura puja por el poder absoluto. Fue más importante un ejército, que las escuelas o la educación alternativa.

Entonces, la obra de la ignorancia descansó en el «analfabetismo por desuso». ¿De qué se trata? No leemos noticias, ni libros, ni investigaciones, ni leyes… nada. Preguntá a tu alrededor cuantos libros han leído en lo que va del año y verás a varios neo analfabetas del siglo XXI. Es algo más que un déficit educativo neto; es un déficit integral que abarca todos los ámbitos.

La ignorancia construye gente superficial y fácilmente manipulable. Eso hace al pueblo caer fácil en una ineptitud profunda, porque los sesos están dormidos, corroídos o congelados. Y basta muy poca sapiencia y algo de maldad para tomar pírrica ventaja.

La minoría astuta se impone y aprende a ajustar a grupos masivos, con estímulos vergonzosos (bolis de guaro hacían decir a unos: ¡No te vas, te quedás! Después vendrían los conformistas: «roba, pero hace». Luego vendrían combos de láminas de zinc, gallina y cerdo, etc.).

La fórmula es la misma: a la mayoría ignorante carente de todo, con una nada se le provoca falsa satisfacción. Eso da lugar a la ineptitud ciudadana y crea masas que ponen sus voces dispuestas a repetir frases (consignas o mentiras) sin pensar, sin analizar, ni crear casi nada.

Mueren los desafíos intelectuales, se abren las puertas de universidades como corrales, se cierra puertas al pensamiento (o se le encarcela) y se anula los méritos. Cada vez más niños no terminan la primaria, cada vez menos jóvenes descartan el bachillerato y mucho más bajo el nivel de universitarios titulados que no responden a los requerimientos de sus puestos.

La ignorancia es diversa, completa y alcanza hasta a las altas esferas socioeconómicas. No es solo una crisis académica, es un lastre que provoca un profundo pozo. Es sabido que en Nicaragua se «escala’ por apellido, amistad y complicidad (argollas), dando lugar al hundimiento de la nación. Olvídense de preguntar cuántos científicos, patentes, premios nobeles, literatos galardonados, magistrados honorables, o atletas de alto rendimiento hay en el país. Y si los hay, preguntemos en qué posición están.

Si sos espía (el nombre elegante de un soplón), eso basta para tener salario estatal o hasta empresarial. No es algo exclusivo del régimen actual. Es un demonio parejo en la historia de Nicaragua. No es problema de presupuesto educativo, sino de la pertinencia de la educación.

Este demonio es un cáncer terminal, y no actúa solo. Hace sinergia con la ira, la envidia y la corrupción. A sus efectos desastrosos se le suma el quinto demonio, la Pereza Sumisa.

Quinto Demonio: La Pereza Sumisa

El quinto demonio bicentenario es la Pereza Sumisa. Grillete invisible y «auto soportable», que sujeta a las víctimas de por vida, sin necesidad de atarle o encerrarle; a veces sin resistencia.

La pereza lleva al individuo a abrazar lo poco que tiene a la mano, con resignado estancamiento (que en estos tiempos es hundimiento), y con una perversa gratitud hacia un falso dador humano, un impostor que le borra su capacidad de saber lo que ya tenía alcanzado, vendiendo lo que ya era suyo, como una regalía del “poderoso”. Lo deja sin capacidad de reaccionar porque se programa para recibir pronto un próximo paquete. Lo deja sin capacidad de edificar la capacidad de ser auto sostenible. Y lo peor sin capacidad de poder dar la mano a otros a quienes él puede ayudar. Es el predominio extremo de la llamada ley del menor o el nulo esfuerzo. Cercena el potencial al ser humano, mediante un esclavizante conformismo.

La pereza sumisa te regala una falsa «zona de confort» en la que nadie pasa de la orilla sin probar si puede nadar; nadie sale del abismo sin probar su capacidad de escalar o saltar. Y así, el mediocre aliado al poderoso, se toma el rol de «liderar» ese congelamiento y castiga todo lo que pretende alterarlo. Es un modelo de esclavos sin cadenas ni grilletes, que deja a los ricos de turno (algunos por toda la vida y otros según los vientos que gobiernan) el derecho a su poder financiero; además de dejar a los poderosos de turno el derecho a decidir el futuro de «las masas».

La pereza se opone al ímpetu luchador del ovulo perseverante que llegó al momento oportuno de la fecundación, o el del semen victorioso que alcanza la oportunidad de fecundar y ser humano, o el del bebé que, sin instrucción alguna, se desplaza por el ducto maternal, para entrar al juego de la vida. Nada más destructor de la naturaleza luchadora del ser humano, que la pereza sumisa que nos lleva a Latinoamérica y África (entre otras regiones del mundo) de imperio en imperio, de tirano en tirano, de oligarquía en oligarquía; sin importar colores o tintes ideológicos. Nos enseña a buscar culpables en lugar de soluciones.

La pereza sumisa es la más fácil de vencer, porque radica en el individuo mismo, pero es tan difícil de vencer por que la pereza misma lo deja para más tarde y a veces lo mata sin intento alguno. Ahhh, antes de caer, el perezoso pudo ocuparse de criticar a otros de su especie, sin dejar un poco de energía para transformarse a sí mismo.

NOTA FINAL: Si terminaste de leer esto, has dado un paso para vencer la pereza sumisa, has dado un paso contra la ignorancia y estás preparado para abrir mentes a la capacidad de poner fin a todos estos demonios. Si estás de acuerdo, compartí y sé parte de una nueva Nicaragua.

Si estás en capacidad de hablar sobre esto, habrás dado un paso mayor y estaremos construyendo la Nicaragua inclusiva. Gracias por dar tiempo a algo que puede ser clave para salir de los demonios bicentenarios, que trascienden banderas y partidos.