Opinión / Ensayos · 21/10/2021

El Escritor que Ríe: La falacia narrativa de Tongolele no sabía bailar (IV y final)

* Eduardo Estrada (Gorki) 

La historia que nos cuenta Tongolele no sabía bailar es la historia de un grupo de agentes de seguridad que resguardan al régimen y cuyas pugnas los hacen matarse entre sí, de viejos revolucionarios utilizados para destruir a los insurrectos de abril, de líderes religiosos católicos que se convierten en representantes de la lucha política popular, en fin, en su obra Sergio Ramírez hace un alegato político y manipula a los personajes a su conveniencia, sin guardar la distancia que se espera de un escritor que escribe una obra de arte.

Y aunque algunos críticos literarios quieren catalogar la novela como un “thriller” y respetar el marco literario en que se mueve la narración del autor, en una lectura analítica y desinteresada, evidencia que nos hallamos ante una falacia narrativa de los hechos históricos de abril. “La historia de América Latina está en sus novelas y su narrativa”, ha dicho Sergio Ramírez, una frase que evoca la pretensión de Carlos Fuentes de que la novela contiene no solo la historia de la región, sino incluso su sociología.

Evocaciones de las historias

No se puede negar que las novela latinoamericana hace evocaciones de  las historias de América Latina, pero de ahí, afirmar que para comprender nuestra historia debemos leer las obras literarias, dista mucho de la realidad, pues ni siquiera la historia moderna es capaz de explicar la dramática historia que hemos vividos, pues la Historia no solo es en parte ficción y un texto que se reconstruye constantemente –de ahí las diversas versiones–, sino que su cometido epistemológico está entredicho. La Historia no puede explicar las historias en forma cabal, solo nos acerca en forma tosca a la realidad de los hechos pasados.

La literatura entonces, y especial la novela, nos puede llevar a recrear esos hechos, para entretenernos o para buscar una verdad que el narrador trata de compartir con sus lectores, pero siempre andará a tientas, evocando aquí y allá ciertos hechos o pasajes, recurriendo a la metáfora, a la alegoría, a una historia particular o historias anidadas para dejarnos un mensaje, un mensaje que tiende a múltiples interpretaciones en función de las percepciones de los diversos lectores. El lector no es un ser pasivo, por muy neófito o avezado que sea, siempre interpretará el mensaje y la novela tendrá muchos mensajes.

Así, pues, yo no estoy exento de una interpretación particular, pero de eso se trata también una crítica literaria: el crítico debe desmenuzar la obra, triturarla y compartir con sus lectores sus hallazgos, y es lo que he hecho al escribir sobre Tongolele no sabía bailar. Si algunos disfrutan o comparten la crítica, bienvenido sea, los que no, están en todo su derecho de hacer y compartir su interpretación, en espera de buenos argumentos y no en preferencia personales.

En el principio

En el principio hubo aquí un grupo de revolucionarios, una especie de élite ilustrada mezclada con jóvenes aventureros, que asumieron posiciones ideológicas extremas, como en los Endemoniados de Fedor Dostoievski, que retomaron las ideas patrióticas de Sandino y las combinaron con otras ideologías adversas a las tradiciones del liberalismo y la democracia. Ahí también mezclaron cristianismo y feminismo, marxismo y populismo, guerra de guerrillas, y así se fue formando un frente militar que retomó las tradiciones totalitarias del país y las mezcló con el marxismo, para contraponerse al poderío hegemónico de EE UU.

–¿Por qué el totalitarismo y no la democracia?

La vocación dictatorial del sandinismo es intrínseca en sí mismo, nació con Sandino y se fortaleció con el movimiento sandinista y una mezcla de diversas ideologías. Su visión extremista fue tan profunda, que jamás comprendieron la dimensión geopolítica de Nicaragua, y en una vez que llegaron al poder, desafiaron al imperio alineándose a otro poder imperial, al país de los soviets, de donde se nutrieron de su ideología, de su inteligencia militar, de su forma de dominar una sociedad, de la pretensión de crear un hombre nuevo, cuyo alter ego era el Homus sovieticus…

Llegaron al poder y continuaron la guerra más allá de nuestras fronteras en nombre del internacionalismo, y menospreciaron las negociaciones con el imperio, mientras forzaban a miles de jóvenes al servicio militar, a la matanza…Por los azares de la historia cayó el poder de los soviets y ello dio lugar a una nueva negociación, que desembocó en una democracia formal en Nicaragua, democracia mediocre y corrupta, pero al fin, democracia.

Pero esos años fueron como un sueño, y nuevamente despertamos en la noche oscura, viejas alianza de la élite revolucionaria se destruyeron y los “endemoniados” asumieron otras posiciones, unos se quedaron el extremismo de siempre, otros se “beatificaron” con la democracia”, vendiendo la idea de un sandinismo histórico, cuya corrupción explicaban por problemas de personalidad de algunos de sus líderes políticos, y negando, que cualquiera que hayan sido los líderes que se apoderaran del partido, degeneraría en un poder totalitario.

Y vueltos al poder, reimplantaron un régimen de terror, con un poco de barniz de democracia, un barniz que los jóvenes y estudiantes, se ocuparon de derruir y entonces se reveló la fuerza demoníaca del poder… y miles de jóvenes fueron nuevamente objeto de matanza y cárcel, de exilio, pero estos no eran hijos de aquella revolución a la que hace alusión Sergio Ramírez, sino hijos de una visión más avanzada, basada en la democracia y la pluralidad, era la versión opuesta del Homus Sovieticus.

Así nació El Escritor que Ríe, que nos contó una historia distinta en los años 70 y 80, con su Pensamiento Vivo de Sandino, con el Chavalo de Niquinohomo, La Marca del Zorro, entre muchas otras obras que hizo a sus más preciadas figuras políticas, amén de su famoso discurso sobre Daniel. Unos años más tarde, salió de sus entrañas una especie de mea culpa en Adiós muchachos, pero no sabía explicar por qué no había renunciado antes a las fuerzas políticas cuya dominación comenzó en 1979, una revolución de la cual fue uno de sus principales teóricos.

–¿Por qué el totalitarismo y no la democracia?

CoGito interruptus

Al contextualizar su thriller en los sucesos de abril, el narrador se limitó a contar la historia de cómo un grupo de agentes de la seguridad resguardan el poder de los dictadores, asesinando entre bambalinas, pero la historia viva y tortuosa, la historia e ideología errática de aquellos jóvenes de los años 50 y 70, no aparece reflejada en las matanzas de abril. No se evoca, como una continuidad narrativa, la masacre de octubre de 1982 en Monimbó, donde se emplearon los mismos métodos en menor escala, pero al fin, las mismas técnicas de terrorismo de Estado que entonces avaló. La narración es una especie de Cogito interruptus. El Escritor que Ríe entonces estaba en el poder.

Tongolele nos sabía bailar, es una falacia narrativa, se le llame como se le llame, noveleta, obra de ficción o thriller, una versión minimizada del poder totalitario que nació entre los años 50 y 60. Esos son los ecos de la historia que debería incluirse en una narración y no usar solo a ciertos personajes con sentido de vendetta. Es necesario deconstruir al Humus sandinista.