Opinión / Ensayos · 12/04/2022

EL FRACASO DE LA IZQUIERDA EN EL COVID

Toby Green y Thomas Fazi escriben un texto excepcionalmente necesario y oportuno, asumiendo el papel del niño que señala lo obvio algo que no se dice, aunque todxs lo sepamos: el rey está desnudo. Es que debemos aceptar una orden, la línea correcta: tiene un traje puesto y hay quienes se niegan a verlo. ¡Está desnudo! Los hechos y argumentos que presentan para ilustrar el fracaso de la izquierda frente al COVID son contundentes, pero no pueden restringirse al COVID, ya que son sintomáticos de un fracaso mucho más rotundo que no se nos permite señalar ni abordar so pena de una purga inclemente. 

La Burocracia, la izquierda y la defensa a ultranza del Estado

A manera de provocación y de invitación a respirar y superar la asfixia que impide otros ámbitos distintos a los de estás conmigo o con el enemigo, que en realidad hace tiempo traduce en los hechos a: “no hay más espacio que dentro del orden colonial-estatal-autoritario; el de la derecha o la izquierda del sistema“. Para ir directo al asunto: El difunto David Graeber señaló cómo a la -débil y fácilmente refutable, muy neoliberal- crítica al estado con la que la derecha justificó e impuso un componente esencial del ajuste estructural; el de la reducción del gasto social, la transferencia de poder y recursos al sector privado y al sector financiero y la privatización de todo, la izquierda respondió de una manera predecible, pueril y simplista que ha consistido -y persiste- en defender el estado capitalista con nostalgia por el orden keynesiano y de seguridad social, como lo público

En consecuencia y sobre todo en los “pequeños estados”, el guion de la izquierda aspirante al poder del estado o que lucha por conseguir de los estados de derecho (que el neoliberalismo, por si no nos hemos enterado, eliminó) y se moviliza aún más hoy, cuando menos sirve, para tener un pie dentro, no como medio sino como el único fin posible, se convirtió (y Graeber lo demuestra de manera fantástica) en el adalid y defensor de las burocracias ahora sacralizadas desde esta postura como objeto y sentido de la lucha popular

Mientras las derechas hace tiempo no se someten a ninguna ley, a ningún reglamento y a ninguna estructura del estado, en cambio, de manera perversa, moralista y exitosa, se sirven de estas reglas y exigen a las izquierdas que se sometan al orden institucional-legal-democrático-estatal y además, proceden con golpes de estado, denuncias, juicios y todo lo que esté a su alcance sirviéndose de las reglas estatales -supuesta o realmente violadas-, que la propia derecha creó para condicionar y tolerar que la izquierda gobernara sin cambiar nada, a las que no se somete esa derecha corporativa y transnacional, para condicionar a la izquierda en el poder y para que la izquierda aspire al poder para someterse y ser sometido a las reglas que se ha condenado a defender a nombre de la justicia, el cambio y un largo etc.

La burocracia y la obediencia incuestionable a lo público son así, el estado permitido. Llegar al poder para asumir la función de burócratas en estados pequeños -imposibilitados en el concierto del poder global amarrado- para realizar cambios y por ende, obligados a convertirse en funcionarios de bajo nivel, administradores del orden de los de arriba y afuera, -dueños de todo y acumulando mucho más- que así se lo imponen y exigen. 

Pues bueno, no sólo en los ejemplos de los gobiernos progres, empezando por La Concertación en Chile y pasando por todos los demás, sino en los debates “ideológicos” y el curso por el que conducen a las luchas y levantamientos populares, no se trata ahora de desatarnos del capitalismo, ni de sacudirnos del sistema. Eso es “poco práctico y utópico“. Se lucha por llegar al poder para administrar los recursos públicos sometidos desde arriba y afuera, al orden imperial, extractivista y narco-mafioso-fascista, es decir, al orden de acumulación de capital dominante, a nombre de administrar bien este orden, que debería según esta lógica, ponerse a funcionar, sanarse, para bien de toda la sociedad a pesar de seguir siendo por naturaleza (“estructuralmente”, se señalaba) el mismo que ha existido siempre para despojar, explotar, acumular, destruir, robar, masacrar, encubrir y mentir. Gane quien gane, el orden se mantiene y se relegitima. Cuando llegamos en uno y otro lugar a decidir ¡Ya Basta! y a levantarnos para liberarnos, pues esa ilusión se canaliza una y otra vez en lograr de manera exclusiva y excluyente (ahí está la trampa) que alguien a nuestro nombre se encargue de gobernar el mismo orden pero en cambio (nos lo prometen y necesitamos creerlo) para bien de todas y todos, sin posibilidades de movimiento y en condiciones adversas, bajo estructuras rígidas e intolerantes: Gobernar bajo el capitalismo dominante y dependiente ¿Se puede? Hacernos esta pregunta necesaria es, ni más ni menos, traición.

Sí puede ser mejor que a uno de los de siempre lo derrote en elecciones unx de lxs nuestras. Puede ser; solamente si hay organización, agenda y creciente poder popular real y concreto, desde donde se haga, se fiscalice y se administre bajo agendas concretas lo público, – todo lo público, empezando por recursos, servicios y políticas-, que no sea suplantado desde el poder. Ante todo, si se asume como condición no negociable, como principio impostergable que, desde el gobierno – aún bajo y SIEMPRE CONTRA la forma estado del capitalismo- se tiene que luchar con transparencia y bajo el mandato creciente de los pueblos -organizándose a consciencia en cada lugar y colectivo- para promover transformaciones concretas que lleven a la consolidación del poder tejido y tejiéndose desde y entre las autonomías de los pueblos, más allá y más acá del estado, para llegar a superarlo. Pero el gobierno que usurpa el poder popular real no puede cambiar el orden establecido: solamente puede relegitimar y administrar -mal- el estado moderno, bajo la relación social capitalista-patriarcal y colonial, hasta donde lo permitan las élites y el capital. A lo sumo, podrían desafiarlo hasta donde lo impulsen y orienten las movilizaciones, exigencias y la creatividad concreta de pueblos organizados

Es justamente por ignorar y negar esta realidad, por el afán del poder, que nada cambia y mucho empeora con los gobiernos de “izquierda”. Así las cosas, como máximo han recogido una y otra vez nuestras ilusiones y deseos de modo que al fracasar el gobierno asumimos que fracasamos de nuevo los pueblos en nuestras luchas y aspiraciones. Ya deberíamos ser conscientes de que este es un guion que conduce a la desilusión, a la derrota y a la impotencia, que la derecha golpista, claro, aprovecha como puente con respaldos populares, hacia el fascismo.  En realidad, la izquierda se va reduciendo a una lucha testaruda, enceguecida por pasiones, delirios, entusiasmos, bajo las reglas del sistema, por cargos y puestos en la burocracia del despojo para la acumulación de ganancias. Una mala izquierda en el poder no es preferible a la derecha…ha sido peor, mucho peor, empezando porque a nuestro nombre gobierna en contra nuestra. Golpearse insistentemente la cabeza contra la misma muralla inamovible hace daño. Entregarnos con fe ciega de nuevo a seguir ciegamente en una carrera hacia allá es absurdo.

Bueno, pero si uno cuestiona, o duda, no ya el todo, sino, por ejemplo, unas políticas, las partes, la postura intolerante y absurda frente al COVID o a los gobiernos progres y sus políticas, sobre la base de evidencias, pues uno es utópico, intolerante, purista y, sobre todo, un enemigo de los pueblos y de la libertad. Si de esta manera, la derecha, con dirigentes y partidos de izquierda, se apropió de la izquierda -y de las luchas populares revolucionarias-, entonces, es hora pasada de luchar por nuestras causas, nuestras banderas, nuestra libertad con la madre tierra, nuestra lucha de clase, nuestro derecho a decidir y a no aceptar, a cuestionar, reconocer y crear alternativas y a no seguir aceptando esta distorsión burocrática y mediocre que se adueñó de nuestras iras y entusiasmos para ponernos a obedecer al sistema a nombre de estarlo cambiando. La revolución que libera al mundo y nos libera del orden de muerte y explotación no se consigue aceptando y administrando el orden que hay que conocer y superar para siempre ¿Podríamos -y deberíamos- aprovechar espacios ganados en este orden para impulsar este proceso de transformación? Seguramente. Pero eso está por verse y no ha sucedido hasta ahora. Todo lo contrario: El emperador está desnudo.

Gracias, Green y Fazi. Buena lectura.

¿Cómo Así? Contradicciones. Pueblos en Camino, abril 10 de 2022

La introducción que aparece enseguida es del 4 de abril de 2020 en la página que nos compartió un compañero, donde fue re-publicado: 

El texto, cuyo original en inglés fue publicado a finales del año pasado, lo hemos recogido de El blog de Juan Irigoyen (cuya introducción al texto también os recomendamos), quien a su vez cita como fuente al proyecto de desobediencia informativa La Haine, quien suponemos que se ha encargado de la traducción. Agradecemos a todas ellas la oportunidad que brindan de acceder a un texto/herramienta para la tan necesitada reflexión, que pueda llevarnos a una acción lúcida de la que, la izquierda en general, ha carecido desde el inicio de la pandemia”.

EL FRACASO DE LA IZQUIERDA EN EL COVID

A lo largo de las distintas fases de la pandemia mundial, las preferencias de la gente en términos de estrategias epidemiológicas han tendido a coincidir estrechamente con su orientación política. Desde que Donald Trump y Jair Bolsonaro expresaron sus dudas sobre la conveniencia de una estrategia de bloqueo en marzo de 2020, los liberales y los de la izquierda del espectro político occidental, incluyendo la mayoría de los socialistas, se han adherido en público a la estrategia de bloqueo de la mitigación de la pandemia, y últimamente a la lógica de los pasaportes de vacunación. Ahora que los países de toda Europa experimentan con restricciones más estrictas para los no vacunados, los comentaristas de izquierdas -que suelen ser tan ruidosos en la defensa de las minorías que sufren discriminación- destacan por su silencio.

Como escritores que siempre nos hemos posicionado en la izquierda, nos inquieta este giro de los acontecimientos. ¿Realmente no se puede hacer una crítica progresista sobre la puesta en cuarentena de individuos sanos, cuando las últimas investigaciones sugieren que hay una diferencia insignificante en términos de transmisión entre los vacunados y los no vacunados? La respuesta de la izquierda a Covid aparece ahora como parte de una crisis más amplia en la política y el pensamiento de la izquierda, que ha estado sucediendo durante al menos tres décadas. Así que es importante identificar el proceso a través del cual esto ha tomado forma.

En la primera fase de la pandemia -la fase de los cierres- fueron los que se inclinaban hacia la derecha cultural y económica los que más enfatizaron el daño social, económico y psicológico resultante de los cierres. Mientras tanto, el escepticismo inicial de Donald Trump sobre los cierres hizo que esta posición fuera insostenible para la mayoría de los que se inclinan hacia la izquierda cultural y económica. Los algoritmos de las redes sociales alimentaron aún más esta polarización. Por lo tanto, los izquierdistas occidentales abrazaron rápidamente el cierre, visto como una opción «provida» y «pro-colectiva», una política que, en teoría, defendía la salud pública o el derecho colectivo a la salud. Mientras tanto, cualquier crítica a los cierres se tildó de «derechista», «proeconómica» y «proindividual», acusada de priorizar el «beneficio» y el «business as usual» sobre la vida de las personas.

En resumen, décadas de polarización política politizaron instantáneamente una cuestión de salud pública, sin permitir ningún debate sobre cuál sería una respuesta coherente de la izquierda. Al mismo tiempo, la posición de la izquierda la distanció de cualquier tipo de base de la clase trabajadora, ya que los trabajadores de bajos ingresos eran los más gravemente afectados por los impactos socioeconómicos de las políticas de bloqueo continuas, y también eran los más propensos a estar fuera trabajando mientras la clase portátil se beneficiaba del Zoom. Estas mismas líneas de fractura política surgieron durante la implantación de la vacuna, y ahora durante la fase de los pasaportes Covid. La resistencia se asocia con la derecha, mientras que los de la izquierda dominante apoyan en general ambas medidas. La oposición se demoniza como una mezcla confusa de irracionalismo anticientífico y libertinaje individualista.

Pero, ¿por qué la corriente principal de la izquierda ha acabado apoyando prácticamente todas las medidas de Covid? ¿Cómo surgió una visión tan simplista de la relación entre la salud y la economía, que se burla de décadas de investigación en ciencias sociales (de tendencia izquierdista) que demuestran lo estrechamente relacionados que están los resultados de la riqueza y la salud? ¿Por qué la izquierda ignora el aumento masivo de las desigualdades, el ataque a los pobres, a los países pobres, a las mujeres y a los niños, el trato cruel a los ancianos, y el enorme aumento de la riqueza de los individuos y las empresas más ricas resultante de estas políticas? ¿Cómo es posible que, en relación con el desarrollo y la puesta en marcha de las vacunas, la izquierda acabe ridiculizando la idea misma de que, teniendo en cuenta el dinero que está en juego, y cuando BioNTech, Moderna y Pfizer ganan actualmente entre todas más de 1.000 dólares por segundo con las vacunas Covid, pueda haber otras motivaciones por parte de los fabricantes de vacunas aparte del «bien público»? ¿Y cómo es posible que la izquierda, a menudo en el extremo receptor de la represión estatal, parezca hoy ajena a las preocupantes implicaciones éticas y políticas de los pasaportes Covid?

Mientras que la Guerra Fría coincidió con la era de la descolonización y el surgimiento de una política global antirracista, el final de la Guerra Fría -junto con el triunfo simbólico de la política de descolonización con el fin del apartheid- supuso una crisis existencial para la política de izquierdas. El auge de la hegemonía económica neoliberal, la globalización y el transnacionalismo empresarial han socavado la visión histórica de la izquierda sobre el Estado como motor de redistribución. A esto se suma la constatación de que, como ha argumentado el teórico brasileño Roberto Mangabeira Unger, la izquierda siempre ha prosperado más en tiempos de grandes crisis: la Revolución Rusa se benefició de la Primera Guerra Mundial, y el capitalismo del bienestar de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Esta historia puede explicar en parte el posicionamiento actual de la izquierda: amplificar la crisis y prolongarla mediante restricciones interminables puede ser visto por algunos como una forma de reconstruir la política de la izquierda tras décadas de crisis existencial.

La comprensión errónea de la izquierda sobre la naturaleza del neoliberalismo también puede haber afectado a su respuesta a la crisis. La mayoría de la gente de la izquierda cree que el neoliberalismo ha supuesto una «retirada» o «vaciado» del Estado en favor del mercado. Así, interpretaron el activismo gubernamental a lo largo de la pandemia como un bienvenido «retorno del Estado», potencialmente capaz, en su opinión, de revertir el supuesto proyecto antiestatista del neoliberalismo. El problema de este argumento, incluso aceptando su dudosa lógica, es que el neoliberalismo no ha supuesto una desaparición del Estado. Por el contrario, el tamaño del Estado como porcentaje del PIB ha seguido aumentando durante toda la era neoliberal.

Esto no debería ser una sorpresa. El neoliberalismo se basa en una amplia intervención del Estado tanto como lo hizo el «keynesianismo», excepto que el Estado ahora interviene casi exclusivamente para promover los intereses del gran capital: para vigilar a las clases trabajadoras, rescatar a los grandes bancos y empresas que de otro modo quebrarían, etc. De hecho, en muchos aspectos, el capital depende hoy más que nunca del Estado. Como señalan Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan: «A medida que se desarrolla el capitalismo, los gobiernos y las grandes empresas se entrelazan cada vez más. … El modo de poder capitalista y las coaliciones de capital dominante que lo rigen no requieren gobiernos pequeños. De hecho, en muchos aspectos, necesitan gobiernos más grandes». El neoliberalismo actual se asemeja más a una forma de capitalismo monopolista de Estado -o corporatocracia- que al tipo de capitalismo de libre mercado de pequeño Estado que a menudo pretende ser. Esto ayuda a explicar por qué ha producido aparatos estatales cada vez más poderosos, intervencionistas e incluso autoritarios.

Esto en sí mismo hace que los vítores de la izquierda por un inexistente «retorno del Estado» sean vergonzosamente ingenuos. Y lo peor es que ya ha cometido este error antes. Incluso tras la crisis financiera de 2008, muchos en la izquierda aclamaron los grandes déficits gubernamentales como «el regreso de Keynes» -cuando, de hecho, esas medidas tenían muy poco que ver con Keynes, que aconsejaba el uso del gasto gubernamental para alcanzar el pleno empleo, y en cambio estaban destinadas a reforzar a los culpables de la crisis, los grandes bancos. También fueron seguidas por un ataque sin precedentes a los sistemas de bienestar y a los derechos de los trabajadores en toda Europa.

Algo similar está ocurriendo hoy en día, ya que los contratos estatales para las pruebas Covid, los EPI, las vacunas y, ahora, las tecnologías de pasaportes de vacunas se reparten entre las empresas transnacionales (a menudo a través de acuerdos turbios que apestan a amiguismo). Mientras tanto, las vidas y los medios de vida de los ciudadanos se ven alterados por «la nueva normalidad». El hecho de que la izquierda parezca completamente ajena a esto es particularmente desconcertante. Después de todo, la idea de que los gobiernos tienden a explotar las crisis para afianzar la agenda neoliberal ha sido un elemento básico de gran parte de la literatura reciente de la izquierda. Pierre Dardot y Christian Laval, por ejemplo, han argumentado que, bajo el neoliberalismo, la crisis se ha convertido en un «método de gobierno». En su libro de 2007 La doctrina del shock, Naomi Klein exploró la idea del «capitalismo del desastre». Su tesis central es que en momentos de miedo y desorientación pública es más fácil rediseñar las sociedades: los cambios dramáticos en el orden económico existente, que normalmente serían políticamente imposibles, se imponen en rápida sucesión antes de que el público haya tenido tiempo de entender lo que está sucediendo.

Hoy en día se da una dinámica similar. Por ejemplo, las medidas de vigilancia de alta tecnología, las identificaciones digitales, la represión de las manifestaciones públicas y la aceleración de las leyes introducidas por los gobiernos para combatir el brote de coronavirus. Si la historia reciente sirve de algo, los gobiernos seguramente encontrarán la manera de hacer permanentes muchas de las normas de emergencia, tal como hicieron con gran parte de la legislación antiterrorista posterior al 11 de septiembre. Como señaló Edward Snowden: «Cuando vemos que se aprueban medidas de emergencia, sobre todo hoy, tienden a ser pegajosas. La emergencia tiende a ampliarse». Esto confirma también las ideas sobre el «estado de excepción» planteadas por el filósofo italiano Giorgio Agamben, que sin embargo ha sido vilipendiado por la corriente principal de la izquierda por su posición contraria al bloqueo.

En última instancia, cualquier forma de acción gubernamental debe ser juzgada por lo que realmente representa. Apoyamos la intervención gubernamental si sirve para promover los derechos de los trabajadores y las minorías, para crear pleno empleo, para proporcionar servicios públicos cruciales, para frenar el poder corporativo, para corregir las disfuncionalidades de los mercados, para tomar el control de industrias cruciales en el interés público. Pero en los últimos 18 meses hemos sido testigos de todo lo contrario: un fortalecimiento sin precedentes de los gigantes corporativos transnacionales y sus oligarcas a costa de los trabajadores y las empresas locales. Un informe del mes pasado, basado en datos de Forbes, mostró que sólo los multimillonarios estadounidenses han visto aumentar su riqueza en 2 billones de dólares durante la pandemia.

Otra fantasía de la izquierda que ha sido desmontada por la realidad es la noción de que la pandemia daría paso a un nuevo sentido de espíritu colectivo, capaz de superar décadas de individualismo neoliberal. Por el contrario, la pandemia ha fracturado aún más a las sociedades: entre los vacunados y los no vacunados, entre los que pueden aprovechar los beneficios del trabajo inteligente y los que no. Además, un demos formado por individuos traumatizados, separados de sus seres queridos, obligados a temerse unos a otros como potenciales vectores de la enfermedad, aterrorizados por el contacto físico, no es un buen caldo de cultivo para la solidaridad colectiva.

Pero quizá la respuesta de la izquierda pueda entenderse mejor en términos individuales que colectivos. La teoría psicoanalítica clásica ha postulado una clara conexión entre el placer y la autoridad: la experiencia de un gran placer (que sacia el principio de placer) puede ir seguida a menudo de un deseo de renovar la autoridad y el control manifestado por el ego o «principio de realidad». Esto puede producir una forma subvertida de placer. En las dos últimas décadas de globalización se ha producido una enorme expansión del «placer de la experiencia», compartido por la clase liberal global, cada vez más transnacional -muchos de los cuales, curiosamente en términos históricos, se identifican a sí mismos como de izquierdas (y, de hecho, usurpan cada vez más esta posición de los grupos tradicionales de la clase trabajadora de la izquierda). Este aumento masivo del placer y de la experiencia entre la clase liberal fue acompañado de un creciente secularismo y de la falta de cualquier restricción o autoridad moral reconocida. Desde la perspectiva del psicoanálisis, el apoyo de esta clase a las «medidas Covid» se explica fácilmente en estos términos: como la aparición deseada de un grupo de medidas restrictivas y autoritarias que pueden imponerse para restringir el placer, dentro de las restricciones de un código moral que interviene donde antes no había ninguno.

 Otro factor que explica la adhesión de la izquierda a las «medidas Covid» es su fe ciega en la «ciencia». Esto tiene sus raíces en la tradicional fe de la izquierda en el racionalismo. Sin embargo, una cosa es creer en las innegables virtudes del método científico y otra es ser completamente ajeno a la forma en que los que están en el poder explotan la «ciencia» para promover su agenda. La posibilidad de apelar a «datos científicos sólidos» para justificar las propias decisiones políticas es una herramienta increíblemente poderosa en manos de los gobiernos; es, de hecho, la esencia de la tecnocracia. Sin embargo, esto significa seleccionar cuidadosamente la «ciencia» que apoya su agenda – y marginar agresivamente cualquier punto de vista alternativo, independientemente de su valor científico.

Esto ha sucedido durante años en el ámbito de la economía. ¿Es realmente tan difícil de creer que tal captura corporativa está ocurriendo hoy en día con respecto a la ciencia médica? No, según John P. Ioannidis, profesor de medicina y epidemiología de la Universidad de Stanford. Ioannidis saltó a los titulares a principios de 2021 cuando publicó, junto con algunos colegas suyos, un artículo en el que afirmaba que no había ninguna diferencia práctica en términos epidemiológicos entre los países que se habían cerrado y los que no. La reacción contra el artículo -y contra Ioannidis en particular- fue feroz, especialmente entre sus colegas científicos.

Esto explica su reciente y mordaz denuncia de su propia profesión. En un artículo titulado «How the Pandemic Is Changing the Norms of Science» (Cómo la pandemia está cambiando las normas de la ciencia), Ioannidis señala que la mayoría de la gente -especialmente en la izquierda- parece pensar que la ciencia funciona sobre la base de «las normas mertonianas de comunalismo, universalismo, desinterés y escepticismo organizado». Pero, por desgracia, no es así como funciona realmente la comunidad científica, explica Ioannidis. Con la pandemia, los conflictos de intereses corporativos se dispararon y, sin embargo, hablar de ellos se convirtió en un anatema. Continúa: «Los consultores que ganaban millones de dólares gracias a las consultas de empresas y gobiernos recibían puestos de prestigio, poder y elogios públicos, mientras que los científicos sin conflictos que trabajaban gratuitamente, pero se atrevían a cuestionar las narrativas dominantes eran tachados de conflictivos. El escepticismo organizado se consideraba una amenaza para la salud pública. Hubo un enfrentamiento entre dos escuelas de pensamiento, la salud pública autoritaria contra la ciencia, y la ciencia perdió».

 En última instancia, el flagrante desprecio y la burla de la izquierda hacia las legítimas preocupaciones de la gente (sobre los bloqueos, las vacunas o los pasaportes Covid) es vergonzoso. Estas preocupaciones no sólo se basan en las dificultades reales, sino que también se derivan de una desconfianza comprensible hacia los gobiernos y las instituciones que han sido innegablemente capturados por los intereses corporativos. Cualquiera que esté a favor de un Estado verdaderamente progresista e intervencionista, como nosotros, tiene que abordar estas preocupaciones, no descartarlas.

 Pero donde la respuesta de la izquierda ha sido más deficiente es en el escenario mundial, en términos de la relación de las restricciones de Covid con la profundización de la pobreza en el Sur Global. ¿Realmente no tiene nada que decir sobre el enorme aumento del matrimonio infantil, el colapso de la escolarización y la destrucción del empleo formal en Nigeria, donde la agencia estatal de estadísticas sugiere que el 20% de las personas perdieron su trabajo durante los cierres? ¿Y qué hay de la realidad de que el país con las cifras más altas de mortalidad por Covid y la tasa de mortalidad excesiva para 2020 fue Perú, que tuvo uno de los cierres más estrictos del mundo? Sobre todo esto, ha guardado prácticamente silencio. Esta posición debe considerarse en relación con la preeminencia de la política nacionalista en el escenario mundial: el fracaso electoral de los internacionalistas de izquierda como Jeremy Corbyn significó que las cuestiones globales más amplias tuvieron poca tracción al considerar una respuesta más amplia de la izquierda occidental al Covid-19. Merece la pena mencionar que ha habido movimientos atípicos en la izquierda, de izquierda radical y socialista, que se han manifestado en contra de la gestión predominante de la pandemia. Entre ellos se encuentran Black Lives Matter en Nueva York, los escépticos de la izquierda en el Reino Unido, la izquierda urbana chilena, Wu Ming en Italia y la alianza socialdemócrataverde que gobierna actualmente Suecia. Pero todo el espectro de la opinión de la izquierda fue ignorado, en parte debido al pequeño número de medios de comunicación de izquierda, pero también debido a la marginación de las opiniones disidentes, en primer lugar, por la corriente principal de la izquierda. Pero, sobre todo, ha sido un fracaso histórico de la izquierda, que tendrá consecuencias desastrosas. Cualquier forma de disidencia popular es probable que sea hegemonizada de nuevo por la (extrema) derecha, poleaxizando cualquier posibilidad que tenga la izquierda de ganar los votantes que necesita para derrocar la hegemonía de la derecha. Mientras tanto, la izquierda se aferra a una tecnocracia de expertos gravemente socavada por lo que está resultando ser una gestión catastrófica de la pandemia en términos de progresismo social. A medida que cualquier tipo de izquierda elegible viable se desvanece en el pasado, el debate y la disidencia en el corazón de cualquier proceso democrático verdadero es probable que se desvanezca con él.

TOBY GREEN Y THOMAS FAZI