Opinión / Ensayos · 31/10/2022

El grito de los obligados culpables y el silencio obligado de los inocentes

Es una campaña política sin rostros, sin promesas y sin candidatos, es la repetición disminuida del sainete electoral de 1984: Daniel contra Daniel, y me remito a la sabia y gráfica opinión de una señora del barrio, «sólo así puede ganar, con todo el respeto que merecen los felinos, si un gato fuera el contrincante, el gato le gana»; con la también marcada abyección que obliga a la ciudadanía a oír una y otra vez el nombre del candidato único, ver su permanente cara de «yo no fui», sus cansinos eslogans diseñados para reafirmar que no pueden haber candidatos fuera de su voluntad, en una verdadera expresión amalgamada de fascismo, nazismo y algo de dictadura bananera, somocismo.

A sabiendas que las urnas estarán cargadas de boletas marcadas sobre el ominoso trapo rojinegro, los sandinistas desfilan por ciudades y comarcas como ovejas dentro de un corral, en donde el lobo sin disfraz de pastor, desde la cúspide del poder, ríe a sabiendas que la pantomima tendrá un final que todos conocen; los servidores públicos, obligados a participar en las marchas sabatinas a cambio de permanecer en la nómina estatal y garantizar una fracción de la canasta básica, evadiendo así la peligrosa lista de quienes tendrán que sortear las traicioneras aguas del Río Bravo, se entremezclan con políticos de oficio, demagogos, oportunistas, fanáticos y tránsfugas, cumpliendo el irrefrenable deseo de los ilegales consortes presidenciales y su descendencia cercana, de acelerar hasta la obesidad mórbida, sus abultadas bodegas repletas de papel moneda extranjero.

Es la dictadura de élites, sólo los pobre desfilan, los funcionarios de alto nivel monitorean desde sus costosos artefactos electrónicos, la asistencia del personal al obligado desfile, y entre copa y copa ordenan levantar la lista de los despedidos del día lunes, por no haber participado en la pantomima energizada con cheques fiscales, cupones de combustible y camisetas con las mismas imágenes de siempre, «Hasta la Victoria Siempre», se lee en la camiseta de un marchista, mientras degusta una fría cerveza, pensando, «es en la única Victoria que creo»; los pilotos de caponeras hacen su «agosto», trayendo bolsas cargadas de toda clase de alimentos de la amplia gastronomía popular, y la señora de la tajadería de la esquina se ve obligada a pensar que algo bueno trajo la forzada marcha, al ser el mejor sábado en ventas, en los últimos seis meses.

La historia es compleja, y su interpretación se torna en una tarea más compleja aún cuando se posee un sesgo político, lo que hace perder la ecuanimidad en el análisis, de ahí que se elaboran conclusiones un poco maniqueas, de blanco y negro, de buenos y malos; la historia es algo más compleja, y a decir verdad hemos tenido muy pocos historiadores objetivos, o los que han tratado de serlo, se han visto presionados por los triunfadores del episodio histórico que se analiza; así hemos conocido que William Walker era un invasor yanqui, pero no se resalta que un puñado de politiqueros criollos lo contrataron para zanjar una disputa militar que los llevara al poder; y Somoza cayó por diversos factores, entre los que destacan, la aplicación de la Carta Democrática de la OEA, y el cese de la ayuda militar por parte del «yanqui invasor»; y las denominadas «fiestas electorales», son en realidad un retorcido acto de abusos ciudadanos y francachelas del dinero público, es cierto que el orteguismo es el líder de la ilegalidad en el país, pero también hay que decirlo, que la complicidad de quienes participan como «opositores», los hace tan culpables como la dictadura misma; la próxima semana se cierra otro vergonzoso capítulo de la historia política nacional, y el grito que se escucha es el grito de los que son obligados a asumir una culpa de la que no son responsables, es el grito de los obligados culpables versus el silencio mayoritario de los inocentes, que carentes de un liderazgo efectivo y pragmático, se convierten en blanco perfecto de las vengativas represalias ejecutadas por el triángulo del mal, Fiscalía, Policía y Poder Judicial; a mayores sanciones impuestas a los protagonistas del régimen, mayor nivel represivo del Estado policiaco.

El régimen implosiona, la batalla interna es evidente; pero este 6 de noviembre quedará demostrado, nuevamente, el repudio mayoritario a la farsa electorera, los votos serán contados masivamente, pero los votantes no. El grito de los obligados culpables más el silencio obligado de los inocentes, rebasan con creces al pequeño grupo criminal que, tarde o temprano, tendrán que responder por su creciente prontuario delictivo.      

Ezequiel Molina

Octubre 30, 2022.