Opinión / Ensayos · 28/02/2023

Ernesto Cardenal y la Cultura, una conspiración olvidada

*Por Amelia Barhona | Revista Abril

<<Cardenal se encontraba en misión de solidaridad en Japón cuando, sin previo aviso, el Consejo de dirección de la institución fue convocado a una reunión urgente por una comisión de alto nivel, quienes informaron que el Ministerio se cancelaba como tal debido a las condiciones de guerra y la carencia de recursos. Ernesto desconocía totalmente la noticia, ni siquiera se la habían comunicado desde las esferas del poder…>>

Mucho se habla de Ernesto Cardenal, su figura, su obra, su legado, su papel antes y durante la Revolución Sandinista de los ’80. No quiero abundar en estos temas sobre los que han corrido ríos de tinta, dentro y fuera del país.

Cardenal fue una extraordinaria figura, no solo literaria, como uno de los más importantes poetas Hispanoamericanos, ganador del Premio Reina Sofía de Poesía 2012, además de un sinnúmero de reconocimientos, premios y doctorados Honoris Causa en el mundo, sino un símbolo y referente de la Revolución Sandinista y tenía en el extranjero el respeto y el reconocimiento que en Nicaragua se le escamoteaba.

Para Ernesto Cardenal (1925-2020), no todo fue color de rosa durante la Revolución, especialmente en su papel de Ministro de Cultura, un cargo que ejerció con disciplina y entrega, a pesar de que le disgustaban, y mucho, los cargos burocráticos y las formalidades de gobierno. 

Él era un espíritu libre, poeta y místico, profundamente religioso y revolucionario de palabra y obra. Cardenal vivió austeramente y dio ejemplo de coherencia a lo largo de su vida. Las que trabajamos con él en aquel hermoso proyecto cultural, tuvimos el privilegio de la libertad en el ejercicio de nuestras funciones. No fue Cardenal el ministro arrogante e inaccesible, tan común entre los altos cargos de la Revolución. 

Y fueron precisamente esos “altos cargos” los que irrespetaron a Ernesto una y otra vez, negándole el apoyo necesario a su labor como ministro, poniendo zancadillas al trabajo que llevábamos a cabo con grandes limitaciones. Un ministro de lujo, en un país con tantas carencias, merecía un mínimo de reconocimiento.

Su labor como emisario de aquel proceso revolucionario en la consecución de la solidaridad internacional, le mantenía alejado de sus funciones de ministro por largas temporadas y con demasiada frecuencia. Esa particularidad de su entrega y disciplina como militante sandinista ameritaba que las autoridades nacionales garantizaran que el funcionamiento cotidiano del Ministerio de Cultura no recayera únicamente en sus hombros. 

Desde 1979 hasta finales de septiembre de 1982, contó con Daisy Zamora como su viceministra. Daisy era más que un funcionario. Ambos poetas compartían visión, entrega y disciplina partidaria y les unía un vínculo especial de confianza, admiración, respeto y apoyo mutuo. Pero las intrigas, envidias y miserias humanas que lastraban la labor de la institución y provenían de la alta dirigencia del partido FSLN, dieron como resultado la remoción de Zamora de su cargo y su reubicación en una irrelevante oficina partidaria. Los procedimientos de su defenestración fueron execrables, arbitrarios y humillantes, decididos en las “altas esferas” pero ejecutados por miembros intermedios del partido, quienes hicieron patente el nulo respeto y reconocimiento a la labor de Daisy. Un procedimiento estalinista en el que el “acusado” no tiene opción ni argumentos de defensa. Cardenal fue dejado sólo, sin la persona de su absoluta confianza.

Francisco Lacayo, antiguo viceministro de Educación de Adultos, fue nombrado en el puesto de Daisy. Una persona eficiente y disciplinada, que confiaba en poder resolver los fuertes enfrentamientos que se daban entre el Ministerio de Cultura y la ASTC (Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura), además de poder lograr el apoyo necesario para la buena marcha y crecimiento de la institución. Su relación con Cardenal fue cordial pero no cercana; carecía absolutamente de la “complicidad” que había caracterizado su relación con Daisy. 

Él también topó con el muro de incomprensión y torpedeo que crecía con el tiempo y que restaba recursos económicos y profesionales a la institución. Mientras el Ministerio de Cultura debía cumplir con todas las restricciones burocráticas como ente del Estado, la ASTC, sin el lastre de la burocracia, pirateaba personal calificado que el Ministerio formaba a través de la cooperación internacional, o zancadilleaba la obtención de recursos externos e internos. Además, la guerra reducía cada vez más el presupuesto operativo oficial y los programas institucionales tenían que ingeniárselas para poder salir adelante. Cardenal, disciplinado y humilde, aceptaba aquel estado de cosas como parte del sacrificio revolucionario. 

Ante los numerosos reclamos al más alto nivel, para 1986 Lacayo se había convertido en una piedra en el zapato y fue destituido como viceministro y “quitado de en medio” con un cargo diplomático. Cardenal se quedó nuevamente solo, únicamente con un Secretario General como apoyo para llevar adelante la institución. 

Reiteradamente, Ernesto pidió que Vidaluz Meneses (QEPD), poeta y una persona de extraordinaria calidad humana y cristiana, un referente cultural de peso, fuera nombrada viceministro, cargo que ejercía de facto. Nunca recibió respuesta. La labor de Cardenal como símbolo revolucionario de la solidaridad era cada vez más relevante y sus ausencias del país cada vez más frecuentes. Nada de esto fue tomado en cuenta por las autoridades. Vidaluz ejerció el cargo nombrada por Ernesto, pero no reconocida como tal en el aparato estatal, hasta la defunción del ministerio.

La ASTC (sindicato de artistas e intelectuales, dirigido por Rosario Murillo), el Instituto de Estudios del Sandinismo (adscrito al Ejército), amén de diversas entidades municipales y departamentos culturales de otros ministerios, obstruían o directamente zancadilleaban la labor del Ministerio de Cultura, obtenían recursos estatales que deberían haber sido destinados a la entidad oficial, duplicaban funciones ya establecidas, creando conflictos que siempre favorecían a los más fuertes o a los más cercanos al poder. El Instituto de Turismo, con Herty Lewites (QEPD) a la cabeza, pretendía incluso normar el uso turístico de bienes culturales, saltándose la legislación vigente y de paso, anular la autoridad del Ministerio y sus funcionarios. 

Igual ocurría con las competencias que la Ley de Protección al Patrimonio Cultural establecía en materia de protección y rescate de restos arqueológicos. El Ministerio de Reforma Agraria, a cargo de Jaime Wheelock, se saltaba la ley las veces que fuera necesario, en detrimento de la labor científica y cultural que nos competía. Recuerdo claramente lo ocurrido con restos paleontológicos en San Rafael del Sur. Después del primer rescate importante, para el que incluso se logró el apoyo de un paleontólogo soviético, la orden girada a los administradores de la empresa fue NO dar aviso de ningún otro hallazgo al Ministerio de Cultura y proceder a destruir las evidencias. Así se perdió la posibilidad de profundizar en la historia geológica-paleontológica de nuestro país y se impidió la obtención de importantes testimonios de esta.

<<Mientras el Instituto de Estudios del Sandinismo se hacía con importantísimos fondos documentales de la Historia Nacional, contaba con instalaciones y especialistas de primera calidad… y recibía el presupuesto necesario para su labor, el Archivo Nacional, institución rectora de la documentación del país, languidecía en una vieja casa del antiguo centro de Managua. Igual ocurría con la Biblioteca Nacional o el Museo Nacional, instituciones rectoras sobre el papel…>>

Ejemplos como el anterior son solo una pálida muestra de las constantes interferencias y zancadillas que el propio Estado realizó contra una de sus instituciones más relevantes. Nunca he entendido por qué se creó un ente estatal con sus competencias y legislación, si desde el propio centro del poder no se estaba dispuesto a respetarla y apoyarla. Ni el Ministerio de la Presidencia, ni el de Hacienda hicieron nada para contrarrestar aquel estado de cosas. Llegó el punto en que la institución rectora de la Cultura contara solamente con fondos para salarios, a pesar de las reiteradas llamadas de auxilio del Ministro Cardenal.

En enero 1988, se giró la orden de reducir un 10% más el presupuesto solicitado, lo que resultaba en un estrangulamiento de nuestras labores, y en la práctica, una paralización de todas las actividades que no contaran con financiamiento externo para su ejecución. 

En la reunión de Gabinete ampliado que convocó el Ministerio de la Presidencia, la humillación pública llegó a su clímax cuando la Viceministra de la Presidencia decretó jocosamente que, en lugar de la reducción general del 10%, a Cultura se le rebajaría un 15%, ante las carcajadas de los miembros del gabinete. Quedó claro que nuestra institución carecía absolutamente de importancia y que su existencia era solo un mascarón de proa que la Revolución utilizaba ante la comunidad internacional. 

<<En la reunión de Gabinete ampliado que convocó el Ministerio de la Presidencia, la humillación pública llegó a su clímax cuando la Viceministra de la Presidencia decretó jocosamente que, en lugar de la reducción general del 10%, a Cultura se le rebajaría un 15%, ante las carcajadas de los miembros del gabinete. Quedó claro que nuestra institución carecía absolutamente de importancia y que su existencia era solo un mascarón de proa que la Revolución utilizaba ante la comunidad internacional.>>

En el fondo, los dirigentes y altos funcionarios nunca superaron el concepto decimonónico de Cultura y a ello obedecía, en parte, el empeño de anular la influencia del MinCult., llevándose de paso la figura de Ernesto Cardenal. Así, el activismo populista de la ASTC constituía el referente interno de la “cultura” que debía protegerse y apoyar contra viento y marea.

Mientras el Instituto de Estudios del Sandinismo se hacía con importantísimos fondos documentales de la Historia Nacional, contaba con instalaciones y especialistas de primera calidad, se relacionaba con instituciones extranjeras de reconocida trayectoria y recibía el presupuesto necesario para su labor, el Archivo Nacional, institución rectora de la documentación del país, languidecía en una vieja casa del antiguo centro de Managua, sin contar con las mínimas condiciones técnicas y ambientales, sostenido solo por la dedicación y entrega de sus mal pagados funcionarios. Igual ocurría con la Biblioteca Nacional o el Museo Nacional, instituciones rectoras sobre el papel, pero carentes de peso real y de recursos que permitieran su desarrollo y proyección propios.

El Museo de Arte Contemporáneo, conocido también como “Colección Julio Cortázar”, fue un maravilloso proyecto ideado y realizado por Ernesto Cardenal con el apoyo de la gran gestora cultural chilena Carmen Waugh (QEPD). Importantes artistas de todo el mundo donaron sus obras para que este Museo fuera un referente mundial de la solidaridad con la revolución nicaragüense. Fueron años de extenuante trabajo, dedicación y entrega que, desafortunadamente, suscitaron la envidia de quienes desde el poder rechazaban que fuera el Ministerio de Cultura el gestor y depositario de una obra semejante y no descansaron hasta lograr que, una vez desaparecida la institución madre, la hermosa colección pasara a sus manos. La falta de voluntad política ha sido patente y, aparte de exposiciones puntuales, nunca se logró adecuar un espacio digno de albergarla; una buena parte de ella ha desaparecido por el descuido, la acción de los elementos y la mano del hombre.     Actualmente se cuenta una historia tergiversada en la que se despoja a Ernesto Cardenal de su papel como Gestor e impulsor de este enorme y hermoso proyecto. 

Mención aparte merece la muerte del Ministerio de Cultura. Nunca habría creído posible que una institución innovadora y de tanta importancia pudiera ser liquidada de un violento plumazo, a espaldas de su propio Ministro y sin mediar ninguna consideración ética ni burocrática.

Cardenal se encontraba en misión de solidaridad en Japón cuando, sin previo aviso, el Consejo de dirección de la institución fue convocado a una reunión urgente por una comisión de alto nivel, quienes informaron que el Ministerio se cancelaba como tal debido a las condiciones de guerra y la carencia de recursos. Ernesto desconocía totalmente la noticia, ni siquiera se la habían comunicado desde las esferas del poder, una muestra más del absoluto desprecio hacia su persona y su labor. Como apestada, a la institución se le dieron 72 horas para desocupar las instalaciones principales, que pasaron a ser sede del Instituto Nacional de Deportes.

Todo el Ministerio pasó a convertirse en una Dirección General del Ministerio de Educación, (ni siquiera en Viceministerio), entonces presidido por Fernando Cardenal, hermano de Ernesto. 

Todos los bienes de la institución fueron a parar a los patios del MinEd, sin ninguna protección contra los elementos, en plena temporada de lluvias. El caos fue mayúsculo, la desprotección de los funcionarios y la ausencia de previsión por parte de las autoridades era patente en todos los aspectos. No había oficinas disponibles en las instalaciones del MinEd y los funcionarios vagaban sin rumbo por pasillos y patios. Las instituciones rectoras como Biblioteca, Museo o Archivo Nacional quedaron totalmente en el aire y las preguntas acerca de sus nuevos roles quedaron sin respuesta. Estaba más que claro que a nadie le importaba. El recién nombrado Director General estaba más perdido que perro en procesión.

<<Hoy día veo algunas figuras de antaño hablar y loar la obra y la figura de Ernesto. Yo me pregunto, ¿por qué ese aprecio y apoyo no lo manifestaron entonces, cuando esas personas ostentaban el poder y podían haber incidido en la toma de decisiones arbitrarias contra el Ministerio de Cultura y principalmente contra su Ministro? ¿Por qué no plantaron su peso a favor de Cardenal y de la institución que dirigía? ¿Por qué dejaron y, en muchos casos, contribuyeron a la destrucción de una labor ejemplar? ¿Por qué se plegaron al poder y rindieron sus velas a las arbitrariedades y a las humillaciones?>>

A Ernesto lo nombraron Coordinador de un Consejo Nacional de Cultura, que existió solamente en el papel. Como militante disciplinado, aceptó la situación y se avino a seguir funcionando como emisario de la Revolución. Sus oficinas en carretera a Masaya contaban con el personal básico de un despacho común: su asistente personal, su secretaria, un conductor, una empleada y para de contar. 

Hoy día veo algunas figuras de antaño hablar y loar la obra y la figura de Ernesto. Yo me pregunto, ¿por qué ese aprecio y apoyo no lo manifestaron entonces, cuando esas personas ostentaban el poder y podían haber incidido en la toma de decisiones arbitrarias contra el Ministerio de Cultura y principalmente contra su Ministro? 

¿Por qué no plantaron su peso a favor de Cardenal y de la institución que dirigía?

¿Por qué dejaron y, en muchos casos, contribuyeron a la destrucción de una labor ejemplar?

¿Por qué se plegaron al poder y rindieron sus velas a las arbitrariedades y a las humillaciones? 

Ser revolucionario es ser factor de cambio, no borrego sin criterio que simplemente agacha la cabeza para quedar bien con sus amos. 

Entre los restos del naufragio, varios de los funcionarios del Consejo de Dirección de la extinta institución, hicimos una carta abierta de protesta contra el atropello y la arbitrariedad manifiesta. Por supuesto que no fue ni recibida por autoridad alguna ni publicada en el diario “Barricada”, como pretendíamos. Nos calificaron de “enemigos de la revolución”, “agentes de la CIA”, que no merecíamos ni siquiera tener derecho a trabajar en nuestro país. Opinar y disentir se paga caro en Nicaragua.

Pocos meses más tarde, tal como preveíamos, se creó el Instituto de Cultura, bajo la dirección de Rosario Murillo, quien era a la vez, secretaria general de la ASTC, eterna enemiga de Ernesto y gestora implacable de su caída. El nombramiento de Murillo como directora del Instituto de Cultura gubernamental al mismo tiempo que estaba a la cabeza de la organización gremial ASTC, era un adefesio jurídico nunca visto. Nos quedaba aún mucho por ver. 

No hubo novedades en la nueva institución: los mismos antiguos programas y funcionarios “rescatados” de la debacle. Lo que sí varió, y mucho, fue el estilo de dirección. La libertad y confianza que disfrutamos con Ernesto fueron sustituidas por el centralismo y el autoritarismo, al punto que si opinabas diferente, se te negaba el uso de la palabra en las reuniones del Consejo de Dirección. La directora no estaba interesada en escuchar argumentos que contradijeran sus decisiones, aunque fueran sensatos y basados en la experiencia. Y así, hasta nuestros días.

La mezquindad de quienes detentan el poder en Nicaragua llegó a urdir acusaciones viles para desprestigiar a Ernesto Cardenal, símbolo incontestable del intelectual nicaragüense comprometido, referente universal de la poesía, candidato al Nobel de Literatura en tres ocasiones. 

La corrupta justicia nicaragüense lo condenó a pagar una suma millonaria por delitos inexistentes y en su defecto, le fueron congeladas sus cuentas, entre otra serie de malvadas acciones en su contra. Cardenal declaró que se consideraba un perseguido político de la dictadura. Y tenía toda la razón.

La noticia de la muerte de Ernesto Cardenal, el 1 de marzo de 2020, me conmocionó; 95 años pesan mucho y las adversidades y venganzas de los últimos años habían hecho mella en él. 

Su muerte fue utilizada por la dictadura para ofender una vez más su memoria, convirtiendo la misa de cuerpo presente en la Catedral de Managua en una orgía de irrespeto, violencia incontrolada y desfachatez por parte de las turbas acarreadas como ganado y pagadas por el Estado. Insultos y acoso a los asistentes y a los familiares de Cardenal, ataques verbales y físicos a los periodistas independientes, robos de valiosos equipos electrónicos, gritos, y desorden generalizado que obligaron a que el féretro fuera sacado por una puerta lateral, sin poder recibir a cabalidad el homenaje del país que amó por encima de todo.

Cardenal NO MERECÍA ese escarnio, violencia e irrespeto. Él fue un hombre de paz, lleno de amor al prójimo, pleno de sensibilidad. Pero ¿qué podemos esperar de quienes se creen dueños del país y sus habitantes? ¿De esos que no tienen ninguna estatura moral ni ética; los que tienen sus manos manchadas de sangre por crímenes de lesa humanidad y siguen hundiendo al país en una vorágine de odio, terror, miseria y destrucción?  

Lo único que lograron fue dejar al desnudo, ante el mundo entero, su falsedad, su doble discurso, su espíritu mezquino y malévolo que no deja a los muertos descansar en paz ni a sus familiares y amigos llorar su dolor ante la irreparable pérdida. Hicieron patente, una vez más, su espíritu miserable, contra la grandeza de un hombre irrepetible, un faro de luz en la oscuridad que atenaza a Nicaragua. 

La figura de Ernesto Cardenal, íntegro, coherente con su vida y su pensamiento, humilde y sincero, poeta de dimensiones mundiales, estará siempre asociada al Ministerio que creó y dirigió con acierto y dignidad, pese a haber luchado contra la iniquidad, la arrogancia y la puñalada por la espalda. Para todos los que le acompañamos en aquellos años él seguirá siendo, por excelencia, el Ministro de Cultura de Nicaragua.

Madrid, 2023