Es cierto que los dictadores se “suicidan”. Siguen y seguirán cayendo porque terminan pudriéndose
*Por Lola Ferrero
Una buena amiga nica me dijo en una ocasión: “Todos sabíamos que la dictadura de Somoza caería porque él se había podrido”. Sabia y premonitoria reflexión adaptable a los días que estamos viviendo. También ahora muchos creemos que ha empezado el final del orteguismo porque Daniel Ortega se ha podrido del todo.
Quien ostenta el poder y tiene en sus manos la posibilidad del bienestar o la desdicha de muchos, debe estar vigilante. Alerta, atento y siempre en guardia porque la acumulación de poder destruye.
Del mismo modo que en un cáncer se descontrola la proliferación celular, se pierde la medida e impera el caos en el organismo, la avaricia y el ansia irrefrenable de poder producen un cataclismo: se desdibujan los límites de lo decente, se relaja hasta lo inconmensurable la moral y se empieza a deambular por espacios viscosos, oscuros y deleznables sin que quien los transita perciba apenas que es un camino sin retorno.
Nicaragua ha vivido desde hace cuarenta años marcada por una revolución. La Revolución Sandinista fue una revolución épica, triunfante, singular y modelo de estrategia en aquellos años para vencer a una dictadura. El precio fue incalculable tanto en vidas humanas como en decepciones posteriores. Y ello fue causa de fidelidades indestructibles y odios insuperables.
El país siguió su rumbo sin que diversos gobiernos le trajeran la recompensa de los logros ansiados y prometidos. Anhelados y perseguidos sin escatimar entrega ni sacrificios.
El hombre nuevo y la mística de aquella revolución, aunque no se olvidaron, quedaron en el camino; se fueron desdibujando a través de los años hasta la nueva promesa que algunos resucitaron como una caricatura estereotipada de aquel sandinismo añorado por quienes lo soñaron: el orteguismo y su corrupción sin freno.
La trayectoria del binomio Ortega-Murillo ha sido tan desmesurada, traidora de una causa y de unas siglas antaño por tantos respetadas, que ha desembocado en la debacle, en el cieno y la suciedad que provocan el abuso y la falta absoluta de empatía. En la podredumbre nuevamente. Su enriquecimiento sostenido y creciente, la doble moral, la falacia de presentarse como cristianos, socialistas y solidarios, las absurdas y ridículas proclamas de la esposa del presidente…tantos excesos infumables, y hasta innecesarios, tenían que llegar a estrellarse contra un muro que, sorprendentemente, ha sido la juventud. Esa juventud que nos parecía apática, lejos de sensibilidades políticas, harta de las “batallitas” de sus viejos…esa juventud que criticábamos muchas veces por indiferente…ahí estaba observando y callada. Esperando su turno, su decisión y su momento. Esperando lo que ellos quisieran esperar sin tener en cuenta a quienes los juzgaban.
Y estalló otra vez la insurrección. No importa si fue el cansancio de los años oyendo el desengaño de sus padres; si fue el pensar en el canal con que un chino dudoso prometía el cielo a Nicaragua; o en conmoverse con el incendio de Indio Maíz tan mal atendido por el gobierno; o si era una ofensa ya insufrible la reforma de la seguridad social o la rebaja de las pensiones; o comprobar que, tras su jerga grotesca, solo había mejoras para los ricos de siempre y beneficencia y no derechos para los pobres… que seguían siendo los pobres de toda la vida. No importa si fue algo entre tanto como se había soportado o todo junto, pero el vaso rebosó.
La maravillosa juventud volvió a demostrar su valentía, su arrojo y su nuevo aprendizaje: su cuidado de no ser manipulada y no permitir partidismos ni direcciones externas. Su deseo de ser independientes. El Movimiento 19 de Abril.
El pueblo los siguió de nuevo, aunque esta vez unidos el campo y la ciudad. En marchas que brotaron en las principales ciudades, pero alimentadas por buses que arrojaban al asfalto campesinos llenos de entusiasmo. No una revolución del Pacífico y urbana, sino desde el Atlántico al Pacífico y desde el campo y la montaña a la ciudad. Con nuevas consignas de pacifismo y no de lucha armada. Gritando todos juntos y reclamando honestidad y justicia.
El poder respondió mostrando una vez más horribles fauces. Volvió a asesinar, a torturar y a creer que el pueblo lo aguanta todo. Pero se equivocaban. Apenas se habla ya de la reforma repudiada, y retirada, porque ya no valen los arreglos parciales. Se busca un verdadero cambio y no habrá conformidad con menos.
Es necesaria una Comisión de la Verdad que dirima y establezca responsabilidades por cada muerto, torturado y desaparecido, junto a la convocatoria de elecciones libres con interventores externos y supervisión internacional. Que sea el final del orteguismo, que esta vez echarán los votos y no las armas, la firmeza de la ciudadanía y la férrea voluntad de no ceder. La lealtad de todos a esa juventud que de nuevo ofreció su vida por el futuro mejor de los que se quedaron.
Es cierto que los dictadores se “suicidan”. Siguen y seguirán cayendo porque terminan pudriéndose.