Opinión / Ensayos · 24/03/2021

¿Hay “salida digna”? [“Que coman queque”]

*Por Francisco Larios | Revista Abril

Hay en la propuesta de Cristiana Chamorro de repetir la “salida digna” del FSLN y su actual caudillo, falencias y falsedades de por lo menos tres clases: moral, de interpretación histórica, y de naturaleza política, que además tienen que ver con la actual lucha por el poder.

Hablar sobre las tres mencionadas falencias y falsedades no es un ejercicio mezquino o estrecho. Va más allá de cuestionar la actuación de la Sra. Chamorro.  Su empeño en buscar una “salida digna” para el tirano de turno, sin duda el que más sangre ha hecho derramar sobre el suelo de la patria, se lee como un “Manual para dummies” sobre la visión que las élites nicaragüenses tienen del papel del Estado, del papel que asignan a la ética en el manejo de la res publica, de su propia relación con los demás ciudadanos, y del poco valor relativo que ven en las demandas de estos, cuando entran en conflicto con los privilegios heredados por la minoría que se sienta en “el palco” como diría el prominente aliado de la Sra. Chamorro y de Arturo Cruz, el general Humberto Ortega.  

En medio de la angustia de un presente agobiado, y ante un futuro que amenaza ser aún más sombrío para Nicaragua, uno no puede escuchar las palabras de la Sra. Chamorro sin sentir el escalofrío de la nación menospreciada, ensangrentada, y en peligro.

La transición “exitosa”: de una dictadura del FSLN a otra dictadura del FSLN

Para empezar, es insultante el esfuerzo de presentar la “salida digna” que permitió a Daniel Ortega sabotear y eventualmente abortar el embrión democrático —él, que es tan “provida”— como si fuese un triunfo histórico de los nicaragüenses.   Como si fuéramos una turba de alucinantes que imaginan en su delirio una dictadura cruel. Como si fuera un espejismo la realidad de que Ortega ha gobernado y matado “desde abajo” y desde El Carmen desde 1990.

Increíblemente, la Sra. Chamorro pareciera desear que fuéramos más agradecidos por el “éxito” de “su” “transición”.  Tanto, que reclama para sí la autoría de un proceso en el cual habrá sido quizás una actriz secundaria, como parte del clan Chamorro y esposa de Antonio Lacayo. Este, gracias al nepotismo tradicional de las clases regentes, usurpó la autoridad delegada por el pueblo nicaragüense al Dr. Virgilio Godoy, quien había sido electo vicepresidente junto a la madre de la Sra. Chamorro.

Desde su ilegítima posición de poder, Lacayo procedió a pactar con sus viejos amigos de la cúpula sandinista, dizque para asegurar una transición a la democracia que—claro– nunca cuajó. No podía ser de otra manera el resultado de un pacto antidemocrático y de impunidad.

El resto de la historia de tan “exitosa” transición podría resumirse así: el puente que inicia en el pacto Lacayo-Ortega nos ha llevado de una dictadura FSLN a otra dictadura FSLN; ambas crueles. La actual es poseída por un espíritu de casi inimaginable maldad.

Quizás debería, la Sra. Chamorro, meditar con más cuidado el asunto, antes de reclamar homenaje.

Que coman queque

La dimensión moral del asunto es hiriente, no solo porque muestra que al fondo del pensamiento de la Sra. Chamorro no llega muy fuerte la luz de la ética, sino porque su manejo de la comunicación pública—esencial para la práctica de liderazgo político en democracia—exhibe una insensibilidad que espanta.

No hay mucha diferencia entre su postura y la leyenda –apócrifa, pero aleccionadora– de la reina María Antonieta de Francia, quien, al enterarse, en 1789, que escaseaba el pan y los pobres pasaban hambre, exclamó “Qu’ils mangent de la brioche” (Que coman brioche”), más o menos equivalente, en español de Nicaragua a: “pues, que coman queque”.

comer queque manda la Sra. Chamorro a los presos políticos y a sus familias, a las madres de los muertos, de los torturados y exilados, a todos los que no gozan del privilegio de estar bien en el país, esté quien esté en el poder, por estar ellos siempre cerca, siempre bajo la fresca sombra de alguna de sus ramas. 

Un lector mínimamente sensible puede, sin mucho esfuerzo, imaginar lo que sienten quienes tienen muertos, exilados o presos en su familia, cuando escuchan que el discurso de quien parece verse a sí misma como heredera del trono, o al menos como la candidata que debe ser escogida para ocupar el trono del tirano, se concentra en la búsqueda de “salida digna” para este, en proteger “la dignidad” del verdugo, no la de sus víctimas.

En lugar de exigir al tirano, con firmeza y con acciones, que respete la dignidad del pueblo, exigir que dé “salida digna” de las cárceles a los injustamente secuestrados por querer libertad, en lugar de prometer justicia, la Sra. Chamorro nos aclara que para ella no hay límites éticos al poder, que cometer crímenes de lesa humanidad no es gran cosa, que todo esto es, en la práctica, un “juego”, para emplear una palabra que he escuchado a Mario Arana; un “juego” que hay que ganar con la idea — ¡atroz! — de que el genocida Ortega y su clan tienen “tanto derecho como cualquier nicaragüense” (palabras de la Sra. Chamorro) a seguir “jugando” 

En otras palabras, señoras y señores, las vidas perdidas valen poco. Y perpetrar un genocidio no inhabilita políticamente a nadie.

Uno no puede menos que notar el abismo profundo, ancho y oscuro, que separa a la Sra. Chamorro de la postura de su difunto padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, quien llamó a “no transar con la dictadura”.

La dimensión política de la búsqueda de “salida digna” para Ortega

Pero la Sra. Chamorro no está sola. De hecho, ella no hace más que dar voz y desparpajo a la estrategia de las fuerzas que dominan en la oposición.  Hay, inevitablemente, matices, y hay una variedad de motivaciones, pero en la práctica, los grupos comprometidos con el proyecto de “elecciones con Ortega” apuestan a que, a través de un complejo ajedrez en el que solo los poderes fácticos de mayor riqueza tienen asiento, a Ortega se le garantice, permítanme la redundancia, con estrictas garantías, una “salida digna”.  

Ese es el precio que están dispuestos a imponer al pueblo a cambio de escasas–hasta podría decirse ilusorias–esperanzas de que Ortega “salga”.  Es una apuesta a la vez inmoral e insensata.

¿“Saldrá”?

No se sabe a ciencia cierta si saldrá, de dónde saldrá, o hacia dónde.  La oposición no tiene fuerza, ni la ha buscado, para hacerlo salir del país, y el tirano, de hecho, sale muy poco de su casa, del barrio expropiado en el que queda su casa (también expropiada), y del barrio vecino cuyo libre tránsito ha expropiado.

A estas alturas, confiado aparentemente en que el Poder no está en juego en Noviembre, y confiados como están de lo mismo sus socios del Gran Capital, el tirano maniobra para que la farsa electoral presente al mundo –un mundo poco interesado en nuestros tristes asuntos—el espectáculo de una oposición fragmentada como justificación de “una victoria más”. 

Es decir, existe la posibilidad de que Ortega conserve, no solo el poder real, sino el legal, ahora legitimado gracias a la labor de los opositores complacientes y al sostén del Gran Capital. ¿Alguien se sorprendería, además, de la bendición de Almagro?

De todos, modos, contra viento y marea, la oposición sigue en busca de su anhelada “salida digna” para Ortega, es decir, la llave a su impunidad por los atroces crímenes cometidos antes, que implica impunidad para sus futuros crímenes.

La dinastía [“¡convivamos!]

Este es un camino que lleva irremediablemente a la continuidad dinástica de la dictadura más cruel de nuestra cruel historia, después de abortar la que probablemente haya sido la rebelión ciudadana más significativa, la manifestación histórica más elocuente—hasta el momento—de nuestro deseo, y de la posibilidad, de fundar por primera vez una República democrática. La oposición está claramente dispuesta a “convivir” con Ortega, aunque unos evadan cantinflescamente y otros mientan descaradamente.

Por fortuna contamos, para conocer en público lo que en privado se dice sin ambages, con la torpeza de algunos políticos, como Arana y Chamorro, y el cinismo de otros, como Cruz y Humberto Ortega. Los cuatro, casi a coro, confirman la estrategia común, y de hecho ayudan a delinear la confluencia de intereses que hay entre la vieja oligarquía, el gran capital, y sus nuevos hermanos orteguistas, los verdaderos “mimados” de la “revolución”.