Opinión / Ensayos · 13/09/2020

La Batalla de San Jacinto – Bonifacio Miranda Bengoechea

El 19 de julio de 1856, el embajador norteamericano John H Wheeler reconoció oficialmente al gobierno del “presidente” William Walker, pero el Secretario de Estado, William L. Marcy y el propio presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, desaprobaron la conducta de Wheeler.

Las aventuras de Walker en Nicaragua y su ambición expansionista provocaban elogios y críticas en Estados Unidos, una naciente potencia preocupada por la creciente influencia de Inglaterra en la costa caribe de Centroamérica.

Construyendo un nuevo Estado

El auto nombramiento de William Walker como presidente de Nicaragua fue la culminación del derrumbe del Estado unitario creado en 1838, que sucumbió por el largo periodo de anarquía y guerras civiles. Con ello estuvo en riesgo la nacionalidad nicaragüense y también la del resto de pequeños países de Centroamérica. Un nuevo Estado, similar a los existentes en el sur de Estados Unidos, estaba siendo construido por Walker sobre las ruinas del anterior.

Para derrotar a todos sus enemigos Walker necesitaba no solo más soldados sino también cambiar aceleradamente la población, por ello promovió la migración de todo tipo de aventureros, entregando a sus oficiales y soldados, las casonas y haciendas confiscadas a las ricas familias de la oligarquía conservadora. Walker libró una guerra de colonización y rapiña.

En agosto de 1856, el diario El Nicaragüense, vocero oficial de Walker, reportaba: “Hace apenas un corto año había pocas personas blancas residiendo aquí, mas ahora casi todos los rostros que se ven en las calles son blancos. Si no fuera por los indios del país (..) uno casi no se daría cuenta de que no está en los Estados Unidos

Rebelión y resistencia en los pueblos

Walker había logrado imponerse, no solo utilizando a leoneses contra granadinos, sino también reclutando tropas nicaragüenses con un discurso anti oligárquico. No fue una casualidad la confluencia con José María Valle, el Chelón, caudillo liberal de las rebeliones populares de 1848-1840 contra los granadinos. También reclutó sectores dentro del bando legitimista, quienes estaban embelesados con su delirio de grandeza

Después del Pacto de Masaya, el ejército legitimista se dispersó pata librar una guerra de guerrillas, en las zonas de Chontales y Matagalpa y la Segovia, liderados por los generales Fernando Chamorro y Tomas Martínez.

En esta extensa zona geográfica la presencia filibustera era mínima y se reducía a constantes incursiones militares en la periferia. Walker concentró sus esfuerzos militares en la zona del Pacífico, mientras consolidaba las bases de un nuevo Estado.

A pesar del férreo control de Walker, en todos los pueblos hubo rebeliones y resistencia, especialmente en las comunidades indígenas de Matagalpa y Ometepe. Esta isla, ubicada en la ruta del tránsito, tenía importancia estratégica. En 1856 se produjeron tres levantamientos contra los filibusteros.

El castigo de los filibusteros contra los patriotas que se rebelaban, era el ahorcamiento, fusilamientos en plena plaza pública y confiscación de bienes, cuando los tenían.

Intento de reorganización del gobierno legitimista

Para obtener el apoyo militar de los ejércitos aliados de Guatemala, El Salvador y Honduras, los legitimistas intentaron reinstalar, en abril de 1856, el gobierno presidido por José María Estrada, quien estaba exiliado en Honduras, pero las tropas del Chelón Valle lo impidieron en la batalla de Somoto, derrotando a las fuerzas del general Fernando Chamorro.

El 29 de junio, escoltado por tropas del ejército guatemalteco, Estrada reinstaló su gobierno en Somotillo, pero fue demasiado tarde, porque el gobierno de El Salvador ya había reconocido unilateralmente al gobierno “de facto” de Patricio Rivas y en julio lo hicieron conjuntamente con el pacto tripartito.

A pesar de la ruptura de Walker con Patricio Rivas, y de la mediación de los ejércitos del pacto tripartito, se reiniciaron las hostilidades entre democráticos y legitimistas. Estrada fue finalmente asesinado el 13 de agosto por un comando leonés. Le sucedió en el cargo don Nicasio del Castillo.

La situación era muy compleja porque también existían recelos y desconfianzas entre los militares guatemaltecos y salvadoreños. Los salvadoreños se identificaban con los democráticos y guatemaltecos y hondureños con los legitimistas.

Prueba de ello es que, el 27 de julio de 1856, Patricio Rivas nombró el general Ramón Belloso, comandante en jefe del Ejército de Nicaragua, poniendo a las escasas tropas del ejército democrático bajo su mando.

El Pacto Providencial

Los gobiernos del pacto tripartito comprendieron que, para librar una guerra victoriosa contra Walker, era necesario poner fin a la confrontación fratricida entre los nicaragüenses.

El llamado Pacto Providencial, suscrito el 12 de septiembre de 1856, entre leoneses y granadinos fue posible, no por el patriotismo de los bandos en conflicto, sino por el ultimátum de los ejércitos centroamericanos. Los generales Mariano Paredes y Ramón Belloso intervinieron ofreciendo garantías al general Tomás Martínez y Fernando Guzmán, para que viajasen a León a negociar un acuerdo político y militar. El Pacto Providencial incluyó lo siguiente: reconocimiento del gobierno provisorio de Patricio Rivas, una vez expulsados los filibusteros se convocaría a elecciones  de supremas  autoridades con base a la Constitución de 1838, formación de un gabinete de coalición con participación democrática y legitimista, elaboración de una nueva Constitución, se le concedió relativa autonomía de las tropas legitimistas jefeadas por el general Tomás Martínez, lo que se conocería más tarde como “Ejército del Septentrión”, reconocimiento de las deudas y compromisos de uno y otro partido, “olvido general de lo pasado y de cualquier acto de hostilidad que se hubiere hecho los partidos”.

El Pacto Providencial fue suscrito también por los generales Mariano Paredes y Ramón Belloso, quienes se convirtieron en garantes. Hubo un convenio adicional firmado el día 13 de septiembre: el establecimiento de una línea de sucesión, entrelazada entre los jefes de ambos partidos, en caso de “faltas accidentales” del nuevo gobierno de coalición.

La batalla de San Jacinto

Contrario a lo que afirman algunos historiadores, el Pacto Providencial no tuvo incidencia política o militar en el desarrollo de la batalla de San Jacinto, pero dotó de legitimidad política al nuevo gobierno de coalición, legalizando la intervención militar de los ejércitos centroamericanos, quienes ultimaban detalles para atacar a Walker. El general Joaquín Zavala asumió el mando de las tropas guatemaltecas, ante la repentina enfermedad del general Paredes.

Los filibusteros se abastecían de carne en la zona de Tipitapa. Después de detectar el robo de ganado, en una persecución los finqueros del lugar mataron a Ubaldo Herrera, el mismo que había guiado a Walker para tomar Granada. En represalia, Walker mandó 120 hombres del Segundo Batallón de Rifleros, al mando del coronel Edmund H. McDonald.

El coronel José Dolores Estrada, había bajado con sus tropas desde Matagalpa para proteger a los ganaderos de la zona. Sus tropas se atrincheraron en la casona de la hacienda San Jacinto, propiedad que los filibusteros habían confiscado a la familia Solano.

La batalla de San Jacinto fue la sumatoria de dos combates. El primer ataque de las tropas de McDonald se produjo el día 5 de septiembre. Las anchas paredes de abobe de la casa hacienda detuvieron las balas, y los corrales de piedra se convirtieron en trincheras difíciles de asaltar. Después de tres horas de fuego cruzado, McDonald tuvo que retirarse hasta Granada dejando 6 soldados muertos. Las tropas de Estrada sufrieron una baja y tres heridos.

Walker envió nuevamente al coronel McDonald con más tropas para aniquilar al enemigo. El coronel Byron Cole, al mando de 75 soldados, se dirigió a reforzar a las tropas filibusteras.

El segundo ataque se inició el 12 de septiembre, el mismo día de la firma del Pacto Providencial. El intercambio de disparos fue intenso. Una compañía filibustera asaltó los corrales de piedra, en ese combate se destacó el sargento Andrés Castro, quien al quedarse sin municiones derribó de una pedrada a un filibustero.

Entre los dos combates, el general Fernando Chamorro envió refuerzos al Coronel Estrada: un contingente de indios flecheros matagalpinos. Descalzos y en harapos, pero con una valentía sin límites, atacaron con arcos y flechas a los filibusteros durante el segundo combate. Estrada ordenó una exitosa maniobra envolvente para atacar al enemigo por la retaguardia.

Hubo un hecho casual que decidió la victoria: los gritos y las detonaciones provocaron una estampida de caballos y ganado. Los filibusteros creyeron que se trataba de tropas de refuerzos en su contra, rompieron filas y salieron huyendo. Los patriotas los persiguieron y capturaron a Byron Cole, a quien fusilaron en el acto. La batalla terminó el día 14 de septiembre de 1856. El Ejército del Septentrión sufrió 28 bajas entre heridos y muertos, y los filibusteros 35 muertos y 18 prisioneros.

Esta fue la primera y única batalla ganada por tropas nicaragüenses. Las batallas decisivas de la guerra fueron libradas por los ejércitos centroamericanos.