Opinión / Ensayos · 11/06/2021

LA LLUVIA CAERÁ…, LUEGO VENDRÁ EL SERENO

*Por Mark Aupem

A las madres de nicaragüenses que perdieron a sus hijos por violencia política a partir de abril de 2018

Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos,

lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;

mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;

retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,

se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,

y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron,

encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,

cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,

la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Abominad la boca que predice desgracias eternas,

abominad los ojos que ven sólo zodiacos funestos,

abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres

o que la tea empuñan o la daga suicida.

Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente

que regará lenguas de fuego en esa epifanía.

Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros

y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,

así los manes heroicos de los primitivos abuelos,

de los egregios padres que abrieron el surco prístino,

sientan los soplos agrarios de primaverales retornos

y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.

Fragmentos de “Salutación al Optimista”, Rubén Darío

El 30 de mayo fue oficializado como “día de la madre nicaragüense” por el dictador Anastasio Somoza García por decreto en 1940. Se dice que la anécdota detrás de esta efeméride consiste en que el dictador se congració con su suegra, doña Casimira Sacasa de Debayle, quien cumplía año el 30 de mayo.

Muchos países alrededor del mundo conmemoran la figura de la madre en mayo, mes en el que comienza el invierno en Nicaragua y la tierra se fecunda en árboles, plantas, pastos, frutas y granos; dicho sea de paso, la Madre Tierra es la diosa Gea de los antiguos griegos y la diosa Terra de los antiguos romanos.

Ocho décadas después otro dictador enlutó y tiñó de sangre el día dedicado a la madre nicaragüense.

El 30 de mayo de 2018 la realidad nicaragüense superó cualquier tragedia literaria de Esquilo, Sófocles y Shakespeare. En aquella fecha se llevó a cabo “la madre de todas las marchas”, en la cual se manifestaron las madres de los rebeldes de abril cuyas almas habían sido arrebatadas por el uso desproporcionado, irracional y desigual uso de la fuerza, como reacción desalmada del régimen autocrático de Daniel Ortega al ser fuertemente cuestionado por la sociedad civil en protestas de calle.

Ese 30 de mayo se acentuaría un conflicto irresoluble entre clase gobernante y clase gobernada, sobre lo cual el tullido y mitómano mandatario esgrimiría toda clase de mentiras en canales internacionales, adquiriendo vigencia —para nuestra desdicha— el pensamiento mordaz del filósofo alemán Friedrich Nietzsche: “El Estado es el monstruo más frío de todos los monstruos fríos, es frío incluso cuando miente y esta es la principal mentira que se desliza de su boca: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’”.  

La marcha de las madres de abril fue atacada con una sevicia característica de prácticas antihumanas y perversas de las dictaduras militares de derecha e izquierda del siglo XX; varios jóvenes en legítima protesta en los alrededores de la Avenida Universitaria (zona céntrica de Managua, Nicaragua) fueron asesinados por francotiradores policiales y parapoliciales en una escalada funesta de intolerancia y violencia política que se replicó en otras partes del país.

Según el periódico digital Confidencial, el saldo de víctimas a nivel nacional fue de 19 asesinados y más de 100 heridos al final del día.

Las violaciones a los derechos humanos y los delitos de lesa humanidad cometidos ese día siguen impunes y los responsables continúan en el gobierno actual, que funciona como una estructura de mando vertical y piramidal con altos dirigentes de perfil psicótico. El fanatismo belicista es el gen predominante en la biología política de estos bárbaros Atilas.

Esta infausta escena de elementos armados, gubernamentales y paragubernamentales, cometiendo homicidio colectivo contra una juventud en protesta constata una vez más el desenfreno de la (anti)lógica del poder por el poder mismo, sin ética y sin derecho; desatando por doquier verdugos de ideales e idealistas, quienes arremeten sin consideración alguna contra el espíritu juvenil que lidera un estallido social cuando opera como fuerza insurgente de orden civil en una acción conjunta de protesta y resistencia pacífica.

En una entrevista para CNN, el periodista Andrés Oppenheimer se dirigió a Ortega para decirle:

“Pero Presidente, usted fue un combatiente contra una dictadura. Usted fue un revolucionario. Usted fue lo que ahora usted llama un terrorista. Usted se alzó contra una dictadura. Entonces estos muchachos que están con palos y piedras en las calles demostrando contra su gobierno, no son menos terroristas de lo que usted fue…”.

El envilecido comandante Daniel Ortega, luego de más de 2 décadas en el poder, incluyendo la década de los 80’s, y 16 años como oposición política, ha llegado al ocaso de su vida convertido en un politicastro corrompido y adicto al poder absoluto que se sostiene sobre un tendal de muertos. Este es el ejemplo perfecto para que los pueblos latinoamericanos aprendan de una vez por todas que los gobernantes deben cambiarse por la misma razón que se cambian los pañales.  

La sensibilidad humana le tiene sin cuidado a la dictadura bicéfala (Daniel Ortega y su consorte Rosario Murillo) que ha convertido la vida política en Nicaragua en una verdadera pesadilla. Su atuendo policiaco y parapoliciaco cubre una piel de lagarto que la mantuvo inconmovible ante el grito y llanto desgarrador de madres desconsoladas al mirar los cuerpos inertes de sus hijos que yacían sobre el pavimento.

Esos vástagos de madres huérfilas eran adolescentes y jóvenes con valores y sentimientos, futuros profesionales y emprendedores, soñadores, románticos, enérgicos, amantes del arte y del deporte, que no tenían planeado amenazar el poder de un gobierno desquiciado al mando de una pareja de aberrados, pero la secuencia de los sucesos a partir de abril los encarriló hacia un destino fatal.

En contraste, los hijos y nietos de la pareja gobernante viven entre lujos y comodidades en el seno de un clan oligárquico con una fortuna que chorrea sangre.  

Los autores intelectuales y materiales de la “masacre del día de las madres” merecen el castigo del séptimo círculo del Inferno de Dante y que sus nombres sean condenados por la posteridad.

Esta tiranía de la impunidad sigue siendo causa para un espíritu de rebeldía en la población nicaragüense; principalmente en una etapa represiva en la que el aparato gubernamental es utilizado junto con los demás poderes públicos para domar a la ciudadanía e inhibir actores políticos de oposición que aspiran a participar en las elecciones venideras.

El poder político establecido ha vuelto a la fuerza policial un instrumento de opresión que ofende constantemente a su ciudadanía y, por ello, a todo ancestro que se ha jugado su vida y sus carnes en nombre de la libertad, la justicia y la democracia. Este Estado de excepción no será por siempre; la propia naturaleza de las cosas, en sus ciclos de nacimiento y extinción, hace perecer también más temprano que tarde a los déspotas.

Así como mayo se asocia simbólicamente con la lluvia y fertilidad de la tierra, lo acaecido en Nicaragua el penúltimo día de mayo de 2018 puede ser interpretado como la continuidad de una cadena de eventos inspirados por la voluntad juvenil, disruptiva e impetuosa, que preñó algo nuevo en el vientre de la historia nacional.

De la muerte de personas jóvenes ha nacido algo nuevo. El plomo perfora el cráneo, pero no la idea. Los gobiernos presididos por facinerosos de sangre fría abusan del monopolio de la violencia estatal para detener el proceso de cambio social, como si se levantara un muro de contención en las aguas de un río para evitar que continúen en movimiento. Sin embargo, la intensidad de la actual política de represión revela el temor de una irreversible caída como una fiera herida que ataca a matar, pero que morirá irremediablemente.

Este escrito es un discurso azul y blanco, rebelde e indignado, de resonancia continental, para denunciar vigorosamente en todos los pueblos de América la hemoglobina homicida y violatoria de un gobierno que hace 3 años arrasó mortalmente con (al menos) 325 personas, según la CIDH, devastando emocionalmente a cientos de madres y familiares.

A quienes les tomó 9 meses para nacer, en 2018 solamente les bastó un instante para morir. A pesar de los pesares, es pertinente la convicción que la Nicaragua del futuro será aquella que emerja de la fertilidad de la tierra producto de las lluvias de mayo, robustecida por las heridas de tantas desgracias y tantos dolores (muerte, violencia, cárcel, exilio…).

El statu quo será prorrumpido por el “cantar de nuevos himnos” —al decir del verso de nuestro pensador literario— que anunciarán tiempos mejores: de libertad, justicia y democracia; tiempos en los que la paz social será el camino allanado y se podrá disfrutar de una cena familiar en un ambiente colectivo de concordia; tiempos en los que públicamente se hará memoria, honor y reverencia a las víctimas de un Estado policiaco.

El día después de mañana será resultado de la perseverancia y tenacidad épica y lírica de la ciudadanía nicaragüense sobreponiéndose al vasto dolor causado en su seno familiar. Madres, padres e hijos serán los fundadores de una Nicaragua libre tras una lucha extraordinariamente triptolémica.

Como cantaba el uruguayo Eduardo Franco, mítica voz de Los Iracundos: “y la lluvia caerá…, luego vendrá el sereno”.