Opinión / Ensayos · 20/12/2020

LOS REYES DE LA “BOLA RECIA”: FULGOR Y DECADENCIA

*Erick Aguirre Aragón

Se dice con frecuencia, y con sobrada razón, que Daniel Ortega ha demolido las instituciones democráticas de Nicaragua. Pero siendo más precisos podríamos decir más bien que se las ha tomado por asalto. Las ha secuestrado.

Siendo más justos en tal precisión, deberíamos decir también que no lo ha hecho solo. Otros “actores políticos” y otros grupos de poder le ayudaron por mucho tiempo con notable diligencia.

Los ejemplos más cercanos en el tiempo son el pacto Alemán-Ortega devenido en las onerosas reformas constitucionales del año 2000, y la alianza de Ortega con los grandes empresarios que devino en la no menos onerosa Ley 935, llamada de Asociación Público Privada, aprobada en el 2016.

Para volver al poder, Ortega no sólo confiscó a su propio partido, convirtiéndolo en su gran pulpería personal, como lo hizo después, siguiendo su ejemplo, Arnoldo Alemán con el PLC. Ortega no sólo utilizó sus hordas, y a veces a un estudiantado ingenuo que creía luchar por sus derechos, para aterrorizar al país y mantener en vilo la estabilidad de tres gobiernos consecutivos electos democráticamente.

Paralelamente, Ortega logró infiltrar el poder judicial para luego proceder a forzar y distorsionar, a través del chantaje mafioso, las reglas del juego democrático en favor de condiciones que finalmente le permitieron volver al poder en el 2006.

Y repito: no lo hizo solo.

Los sociólogos y politólogos tienen un término beisbolístico para cierto tipo de distorsión de las reglas democráticas tendiente a explotar o manipular las normas tácitas o las reglas “no escritas” de la democracia con fines políticos de corto plazo. Le llaman, en inglés: “constitutional hardball”, que en español podríamos traducir como “bola recia constitucional”, aunque algunos lo llaman “constitucionalismo agresivo”.

¿Recuerdan cuando, en sus tiempos de furor político el gran desfalcador de nuestra Hacienda, Arnoldo Alemán, se quejaba o amenazaba con “jugar bola recia”? Pues bien: en su ignorancia, su torpeza o su severa limitación intelectual, Alemán se estaba refiriendo precisamente al juego mafioso que ya empezaba a imponer Ortega en nuestro ámbito político: la “bola recia”, con la cual no sólo logró llegar a la presidencia, sino también secuestrar al Estado.

En una democracia, digamos “normal”, cualquier político enfrenta la tentación de romper las reglas no escritas para obtener una ventaja de corto plazo. Al caer en tal tentación se produce una anomalía que generalmente se espera regular o “normalizar” apelando a la esperanza o aferrándose a la idea de que preservar el sistema es más beneficioso en el largo plazo, y que finalmente, con el voto libre los ciudadanos terminarán castigando tales transgresiones.

Pero en Nicaragua esa lógica obviamente ya no aplica. Ortega se aseguró de eso concienzudamente. De modo que ahora cualquiera, con el nivel de agudeza mental propio del desfalcador Alemán, podría decir (y aun algunos ingenuamente lo repiten): “es que Ortega es muy sagaz; se los ha comido a todos”.

Lo cierto es que también Ortega ha sido un torpe. Abril 2018 acabó con su juego de “indio vivo”. La “bola recia” ya no le sirve. No hay con quien jugar. Salvo, claro, los mismos actores que la ciudadanía ya tiene perfectamente identificados.

Ortega ahora está embarcado en una vorágine sangrienta y peligrosa de la que nadie, ni él mismo sabe cómo saldrá librado. La democracia nicaragüense está sujeta en sus manos como un rehén a quien su secuestrador (literalmente el asaltante de un banco) apunta con un arma a la cabeza mientras se ve rodeado por todos lados.

Afuera sus antiguos cómplices se mezclan entre la aglomeración de curiosos y, rasgándose vestiduras, se proclaman también víctimas con derecho a intervenir en el desenlace. Pero nadie asegura aún que puedan hacerlo. Los reyes de la “bola recia” vivieron su fulgor y ahora sufren su decadencia.

Managua, diciembre 2020.