Opinión / Ensayos · 27/07/2022

Nicaragua y su monstruo de dos cabezas

*Por David Santos Gómez | Tomado de El Colombiano

En unos cuantos años —esperemos que no muchos— se hablará del nicaragüense Daniel Ortega y de su esposa Rosario Murillo como una de las parejas gubernamentales más despreciables de las primeras décadas del siglo XXI en Latinoamérica. Su concentración de poder, su maltrato a la democracia, su persecución a la oposición, su continua violación a las leyes y el acoso a la prensa representan apenas un pequeño listado de sus aberraciones. Costará trabajo entender, cuando echemos la vista atrás, la longevidad de su proyecto dictatorial y la enorme dificultad de organismos internacionales para proteger a los nicaragüenses.

Ortega y Murillo han acelerado su plan totalitario ante la mirada pasiva de parte de ese ente etéreo que algunos llaman comunidad internacional. Cooptando todas las ramas de poder y acorazados con las fuerzas militares, la pareja que se vio en verdaderos aprietos en el 2018, cuando la ciudadanía salió a las calles para protestarles, parece hoy omnipotente. Amenaza con cárcel a todo aquel que se oponga a sus intereses.

En la última semana, a los sonados casos de los opositores detenidos y de estudiantes amedrentados, se les sumó la historia de los periodistas exiliados del diario La Prensa. El informativo, uno de los pioneros en el periodismo de su país y que desde el año pasado tuvo que dejar de circular en papel ante el acoso presidencial y publicar exclusivamente en la red, reconoció que un grupo importante de sus empleados salió de su nación para exiliarse en Costa Rica, ante las detenciones arbitrarias de algunos de ellos. A algunos reporteros y fotógrafos les fueron allanadas sus casas y, ante el peligro y las amenazas oficiales, decidieron continuar su trabajo desde el exterior.

Las investigaciones más recientes de La Prensa dieron cuenta de los turbios movimientos del poder para expulsar del país a una congregación religiosa a la que consideraba incómoda. El trato violento contra la Asociación Misioneras de la Caridad, un grupo de monjas impulsado en los años ochenta por la Madre Teresa de Calcuta, generó un torbellino político en Nicaragua por el peso que tenía la agrupación civil. En cuestión de días el régimen enfiló baterías contra el periodismo que puso en evidencia el caso.

El monstruo de dos cabezas que gobierna la nación latinoamericana es experto en silenciar al mensajero. Desde hace cuatro años, cuando ambos tambalearon y estuvieron a punto de dejar el poder, arreció el ataque contra todo aquello que no difunda su discurso a tal punto que, según un estudio de la agrupación Periodistas y Comunicadores Independientes de Nicaragua, 120 periodistas han sido desterrados en ese lapso.

Pero el matrimonio presidencial relata la pesadilla como un sueño idílico y apura su narrativa. Son ellos, en últimas, los que definen la verdad. “Estamos hechos para la libertad, la dignidad, la soberanía. Rechazamos y repudiamos el odio para siempre”, dijo hace ocho días Murillo sin que en su rostro se viera alguna señal de vergüenza.