Opinión / Ensayos · 29/06/2021

¿Ortega, “el poder o la muerte”?

*Por Moisés Hassan Morales

La opción alternativa consiste en llegar a ciertos acuerdos con sectores político-económicos, tanto nacionales como del extranjero. Acuerdos que, de concretarse y ser puestos en práctica, desembocarían en la designación de un presidente más o menos decorativo y de una Asamblea a la que, con el concurso de inefables zancudos, manejarían a su gusto y antojo.

Nicaragua se encuentra atravesando por una nueva y crítica etapa de su atormentada historia; y sobre su futuro se ciernen, amenazantes, los densos nubarrones que se encarnan en el rebaño OrMu, sus perversos planes, y las acciones que, en el marco de los mismos, ejecutan. Los impulsa fundamentalmente el aterrorizado afán de preservar la impunidad de que frente a sus numerosos crímenes y por décadas han disfrutado, y de conservar intacto el producto del despiadado saqueo que han venido perpetrando. Saben que para lograr estos objetivos precisan retener, tras las así llamadas “elecciones” de noviembre, si no el poder absoluto al menos una importante y decisiva cuota del mismo. Por consiguiente, en la etapa actual necesitan asegurarse de que el proceso electoral se desenvuelva bajo las condiciones que ellos determinen, a fin de que sus “resultados” forzosamente sean aquellos que, en el momento que consideren oportuno, juzguen más convenientes para la consecución de los objetivos antes mencionados.

A lo largo de los últimos meses los OrMu se han dedicado con ardor a completar la creación de esas condiciones; hemos sido testigos de la aparición de leyes altamente represivas y restringentes; de la introducción de arbitrarias reformas que desembocaron en una aberración de ley electoral; de la designación de un CSE integrado en su totalidad por fieles servidores de la dictadura; y de la abusiva anulación de las personalidades jurídicas de algunas organizaciones políticas, entre las que se cuentan el PRD y el PAC. También hemos contemplado el secuestro de más de un centenar de ciudadanos, a los que recientemente se han añadido cinco precandidatos a la Presidencia de la República, destacados guerrilleros antisomocistas, notables líderes opositores y gente ligada al sistema financiero del país.

Algunas de las acciones arriba mencionadas, aquellas cuya naturaleza es abiertamente terrorista, persiguen ir creando y manteniendo entre la población, a lo largo de todo el proceso, el clima político y emocional que contribuya a hacer posible y facilite la obtención de los objetivos que los OrMu se proponen. Por una parte, induciendo la desmovilización de las inmensas mayorías que los repudian para que éstas, por considerarlo inútil, contraproducente, indigno, o peligroso, se abstengan de ejecutar actividades que expresen ese repudio; para citar sólo una de ellas, la de concurrir masivamente a depositar su voto, que saben contrario. Del lado opuesto, del de sus seguidores, levantando su ánimo y confianza, fortaleciendo su sensación de poder sin frenos, y estimulando la bestialidad de sus actuaciones. Para asegurar su sometimiento, tanto mayor cuanto más se involucren en la comisión de abusos.

Siguiendo sus planes, los OrMu en su momento tendrían que decidir cuál es el resultado de los comicios que más les conviene; resultado que, dado el control absoluto que desde ya ejercen sobre el proceso, confían en poder hacer “ocurrir”. Dos son, a mi juicio, las opciones entre las que van a tener que escoger: la ideal, consistente en “ganar” las elecciones y consecuentemente adjudicarse la Presidencia y el control de la Asamblea Nacional; desde luego con el auxilio, en la etapa final, de múltiples y clásicas triquiñuelas que igual introducen en los registros votos fantasmas favorables, que arbitrariamente eliminan votantes contrarios. Con la bendición de las autoridades electorales.

La opción alternativa -en la que deben estar simultáneamente trabajando- consiste en llegar a ciertos acuerdos con sectores político-económicos, tanto nacionales como del extranjero. Acuerdos que, de concretarse y ser puestos en práctica, desembocarían en la designación de un presidente más o menos decorativo y de una Asamblea a la que, con el concurso de inefables zancudos, manejarían a su gusto y antojo. De esa manera, impunidad y saqueo quedarían garantizados por una cuota de poder intocable, poder al que mediante sucias maniobras podrían eventualmente convertir en absoluto. Exactamente lo que ocurrió en 1990, sólo que esta vez sería el fruto de una cuidadosa planificación basada en esa experiencia, que fue una rápida respuesta a una situación inesperada. Queda por ver si se encuentra una manera de frustrar los maléficos planes expuestos, y se logra que la justicia impere y una auténtica y permanente democracia se establezca…

El análisis anterior, que parte de acontecimientos de todos conocidos, más desafortunadamente no siempre reconocidos, encuentra un incuestionable respaldo en la historia de vida de Ortega. No es Ortega hombre que escoja “entre el poder y la muerte”, como algunas veces se sostiene. Baste recordar sus fatídicas confesiones como prisionero de la guardia de Somoza; su bien conocida alergia a participar en combates; su prolongada estancia en su santuario del sur; los acuerdos de Esquipulas y Sapoá; su cordial bienvenida a la formación de un ejército integrado por “guardias buenos” y combatientes antisomocistas; su sociedad con Alemán; su súbito enamoramiento de Obando; los recientes acuerdos con la OEA; y, para no alargar la lista, su actual despliegue de fanatismo religioso. No, no es Ortega hombre que escoja entre “el poder y la muerte”. Más sensato le parece, si resulta conveniente y posible, llegar a arreglos. Que, después de todo, no es obligatorio cumplir…