Opinión / Ensayos · 14/12/2021

ORTEGA EN SU LABERINTO

Por Stylianos Ramos

Los casos del maltrato a Alejando Martínez Cuenca y el FIDEG, y Leonardo Torrez e CONIPYMIE, son claros indicadores de que el sandinismo orteguista ya ha llegado a un punto de no retorno. A estas alturas, Ortega, por su crueldad y falta de escrúpulos, mete más miedo a sus partidarios que a la inmensa multitud que lo desprecia, y es probable que ambos sectores lo quieran fuera del poder, aunque sea por razones diferentes.

Martínez Cuenca ha sido leal a Ortega, más allá de lo razonable y hasta donde ha podido, a costa de hacer más que el ridículo y perder mucho de su autoestima, aunque con seguridad lo ha compensado en la parte económica, pues fue de los que le pegó fuerte a la piñata. Torrez es de otro nivel, ha sido conocido más como uno de los tantos beneficiario de préstamos inadecuados del INSS,  sin perfil político propio y alguien cuyo ascenso en el orteguismo se ha debido, como en la gran mayoría de los casos, a causa de la ausencia casi total de cuadros políticos relevantes tras el cisma que acabó con el FSLN en 1991 y que llevó a su desaparición.

Entre 1992 y 1994 Daniel Ortega creó otro partido en función de sus intereses personales y familiares, al que le puso también FSLN, aprovechando que se quedó con los sellos oficiales, pero siguió utilizando los mismos símbolos y emblemas, y aunque comenzó a utilizar diversos colores, con predominio del rosado chicha, huyendo de la pésima imagen que arrastra el rojo y negro, terminó regresando estos, ante la posibilidad de ser visibilizado encabezando un partido sin ideología, ni programa político y con emblemas que no eran ni chicha ni limonada, y donde todo gira en torno a la voluntad personal de él, de su esposa y sus hijos, de manera que para envolver ese nacatamal y para que pareciera partido, regresó a cubrirse con la bandera que arrastra sufrimiento, dolor, sangre, luto, y a pagar el costo.

Terminada la mesada que le mandaba Chávez y fracasada su alianza con el gran capital, luego de la matanza de más de 500 ciudadanos y refugiado en las armas de ejército, la policía y los paramilitares y repudiado por la comunidad internacional y hasta por la izquierda tradicional, Ortega ha llegado a un nivel de paranoia que lo hace depender de gente más enferma que él mismo, vive viendo enemigos por todos lados. Cuando se ha llegado a ese nivel de locura, cualquier mala mirada se puede interpretar como traición. Así pasa en los carteles de la droga, o como pasaba en el Viejo Oeste americano.

Martínez Cuenca y Torrez han sido miembros del Consejo Directivo del Banco Central de Nicaragua, institución que es dirigida por un funcionario que cual activista partidario fanático, fue uno de los que dirigió las masacres en Managua, de manera que, en esos círculos, similares a los del crimen organizado, cualquier propuesta razonable o comentario que tienda a la búsqueda de una solución a la profunda crisis que vive el país, que inevitablemente lleva a la salida del poder del Capo-dictador, aun con la mejor buena voluntad que se haga, y aunque sea un ataque de sensatez o un lapsus de lucidez, quien lo haga puede ser visto como traidor y tratado como tal. Si a su propio hermano Humberto, que fue quien lo colocó en el poder, por sugerirle una salida honorable, lo ha tratado como traidor, idiota y peón de la oligarquía, ¿qué se puede esperar de aquellos que ha amasado fortuna gracias a su cercanía?.