Opinión / Ensayos · 12/05/2022

Orteguismo y Gran Capital: ¿divorcio imposible? (y el pueblo, la oposición real, es mayoría)

*Por Oscar René Vargas / Revista Abril / 11 de mayo de 2022.

Nicaragua: situación de desastre y régimen sin legitimidad

Nicaragua camina, cada día, hacia una sociedad más polarizada. Las desigualdades sociales, agravada por crisis sociopolítica y la pandemia, han exacerbado aún más la ya habitual sensación de encono. Ocho de cada diez personas nombran a la corrupción, la desigualdad, el desempleo y la pobreza como los mayores problemas del país. El 80 por ciento de la población asegura que no está satisfecho con la dictadura y que se siente temeroso respecto al futuro de la nación.

El abuso de poder, el clientelismo, el nepotismo y el uso indebido de los fondos públicos están tan enraizados que en la política se convierte en algo excepcional el no estar involucrado en algún caso turbio. Los brazos de la corrupción y la impunidad empañan también la credibilidad y legitimidad de la dictadura.

Táctica y estrategia

Una táctica política tiene que buscarse a partir de un análisis de la coyuntura, de lo contrario no es táctica, es estrategia permanente. Estudiar la correlación de fuerzas requiere lucidez política. Cuando la realidad cambia hay que cambiar de táctica, la situación cambió después de 2019, debemos de cambiar de táctica para derrotar a la dictadura. Desde el 2018, la oposición formal acierta a dar con la enfermedad pero no atina a dar con el remedio.

La estrategia de implementar la misma táctica errónea implica rigidez y sacrifica la inteligencia política. El análisis del contexto del 2022 nos indica que la oposición real sigue en una situación defensiva. Los miembros de la oposición que no tienen en cuenta la nueva correlación de fuerzas son víctimas del autoengaño.

La represión no asegura la supervivencia del régimen

Desde mayo del 2021, cada vez que la crisis de la dictadura se incrementa, Ortega escala la represión hacia otro nivel más destructivo. Como la represión ya no alcanza para asegurar su permanencia indefinida en el poder, se incrementa la escala represiva para mantener a las clases dominantes en su lugar de privilegio. En rigor, ya no debemos hablar de represión, ni de crisis de la dictadura porque las mutaciones en curso desbordan dichos conceptos.

En primer lugar, porque nunca la dictadura había sido desafiada por movimientos de ciudadanos autoconvocados y las elecciones de noviembre de 2021 no han solucionado nada, Ortega no logró ninguna legitimidad. Por esa razón, Ortega sigue buscando cómo paralizar y mermar aún más las organizaciones y a la dirigencia política de la sociedad civil haciendo uso de la represión desbocada.

En segundo lugar, porque la dictadura está colocada al límite de su sostenibilidad por la falta de legitimidad y por su mayor aislamiento internacional. El país anda mal, pero camina para peor. Por eso Ortega ataca con paramilitares, leyes represivas y juicios espurios creando un “estado policial”, transformándose en un gobierno de derecha que trata de recomponer la unidad de todas las tendencias internas bajo su estricto comando.

La tercera es la consecuencia de la combinación de las dos primeras. Estamos ante un proceso de descomposición del modelo corporativo mercantilista rentista, que es mucho más que la simple crisis de la dictadura entendida como mera crisis sociopolítica. Al mismo tiempo, Ortega tiene un reto importante de cómo lidiar con sus corrientes domésticas, las intrigas palaciegas, las peleas y rencillas internas. Fenómeno que no es nuevo, hasta el momento el control lo lleva la tendencia radical y coercitiva.

¿Qué salidas de la crisis podría tener el sistema de poder?

A grandes rasgos, la situación creada a partir del 2018 puede resolverse ya sea con la instalación de un “nuevo arreglo” de Ortega con los EEUU más el Gran Capital, o que se produzca la implosión del régimen, lo cual amenazaría los intereses de la clase dominante en su conjunto. A partir del 2019 se volvieron a consolidar las normas de ganancias, salarios bajos y el modelo mercantilista, rentista, extractivista que garantiza los privilegios del Gran Capital y de la nueva clase dominante.

El sistema corporativo mercantilista no emergió impulsado desde afuera ni bajo la influencia norteamericana. Fue gestado desde arriba y con la complicidad de la vieja burguesía. Al mismo tiempo, la nomenclatura se transformó en oligarquía mediante un simple cambio de vestidura. Es la mutación de los “abanderados del socialismo ortodoxo” a exaltadores del capitalismo de compadrazgo, inestable, rentista y extractivista.

La dinámica del mercado interno afronta obstáculos de una economía de baja productividad, ineficiencia, burocratismo, ausencia de transparencia, corrupción, estructura bancaria dependiente del extranjero, bajísimo desarrollo del circuito crediticio interno y prácticas empresariales reñidas con los manuales del liberalismo económico. El país cuenta con un PIB inferior a todos los países centroamericanos y la productividad de su mano de obra se ubica también en el último lugar de Centroamérica. El peso de las oligarquías (vieja y nueva) es tan dominante como la existencia de mafias en el apartado del estado, en un esquema identificado con el capitalismo de “amiguetes”.

Los clanes económicos y el Gran Capital necesitan al dictador

El desarrollo de la acumulación del capitalismo de compadrazgo está signado por la omnipresencia de clanes y sus consiguientes modalidades de dependencia personal al dictador. Existe un estrecho vínculo de los beneficiarios que se lucran con mecanismos informales de apropiación, basados en la coerción estatal. El capitalismo de compadrazgo funciona a la sombra del dictador, a favor de una elite que ensancha sus patrimonios con limitada inversión, despegue productivo o expansión del consumo.

El nuevo pacto entre Ortega y el Gran Capital necesita que Ortega reprima

El Gran Capital, EEUU y Ortega temen, por diferentes razones, que la implosión interna del régimen se traduzca en un derrumbamiento del actual sistema corporativo mercantilista rentista, ya por la falta de alternativa política unitaria de oposición la implosión del sistema puede ser anárquica y desastrosa para las elites. Las elites políticas, militares y económicas, todas pudientes y con altos ingresos, son favorables al “nuevo arreglo”.

En las condiciones y la correlación de fuerzas actuales, Ortega ha logrado insensibilizar y anestesiar a un sector de la sociedad, al someterla a vivir en un estado de “guerra híbrida” (represión, juicios amañados, leyes represivas, etcétera), controlar a los poderes fácticos subalternos (sindicatos, partidos comparsas, iglesia evangélica, etcétera) lo que nos permite pensar que la salida política que tiene mayor posibilidad es el “nuevo arreglo” con el Gran Capital, dado la falta de unidad, de estrategia de la oposición real. Los grupos opositores de la sociedad civil tienen poca capacidad para influir políticamente en la actual coyuntura que permitiera evitar que se produzca el “nuevo arreglo”.

El problema es que la oposición real no tiene estrategia para afrontar este período. No es sencillo, pero hay que trabajar en ello para evitar ser objeto de los poderosos. Tampoco se ha construido saberes y modos de hacer resistencia en la actual sociedad militarizada, en la cual “los de arriba” le apuestan a la violencia para seguir dominando.

Mensaje del FSLN y el Gran Capital: “somos la única respuesta; pueblo organizado = fracaso”

Mientras la nomenclatura y el Gran Capital secuestran la economía y se enriquecen hasta la obscenidad, se ofrecen como el único futuro posible, con poder del dinero como única respuesta razonable. Imponen la idea de que ellos pueden limpiar la política y que todo concepto de pueblo organizado es sinónimo de fracaso. Que el mejor plan de desarrollo es confiar en la alianza de la dictadura con los empresarios, porque sólo así hay posibilidades de riqueza y bienestar que algún día se chorrean hacia abajo.

La dictadura necesita del Gran Capital para superar su crisis

La dictadura ensaya todo género de argucias ideológicas para desorganizar a las diferentes expresiones de la oposición real, desalentar en todas sus fuerzas transformadoras y desfigurar sus propuestas democráticas. Su táctica es amilanar a la oposición con escepticismo y decepción aprovechando el control de los medios de comunicación. El establecimiento de la alianza con el Gran Capital es la precondición para que la dictadura tenga la posibilidad de superar la crisis actual.

La dictadura busca culpar a sus enemigos de las penurias sociales que causa

Cada palabra que articulan los voceros de la dictadura es una emboscada ideológica. Ellos lloriquean por las penurias sociales de los sectores populares que ellos mismos son los causantes y beneficiarios. Condenan a la dirigencia política de la oposición por las canalladas que ellos mismos ejecutan mientras buscan el apoyo de sus víctimas. Es la guerra ideológica que disfraza de clamor popular el ideario de los verdugos. Es la muy añeja tradición perversa incubada en el alma misma de la cultura política tradicional.

Con la inflación disparada, la crispación social en aumento, sin estrategia contra la crisis económica, se profundiza la brecha entre la población y la cúpula en el poder. A la inflación se le mezcla la inseguridad, el accionar de los paramilitares, la pelea al interior del régimen; no hay calma, hay crispación, todo está dado para se produzca un “cisne negro”.

El desgaste del régimen continúa

El mar de fondo es el deterioro del nivel de vida del 80 por ciento de la población. Las estadísticas macroeconómicas no impactan, por el lastre de la inflación, el desempleo, los bajos salarios y la desigualdad social. Esa gente siente que miembros de la cúpula en el poder están alejados de la realidad y eso alimenta el proceso de implosión de la dictadura. Es decir, el desgaste del régimen es permanente.

El país se ha convertido en una gigantesca roca de Sísifo: sube la cuesta durante algunos años para desbarrancarse más tarde. Cada nueva remontada inicia desde un escalón más bajo, la gente está cansada. Lo dice la calle. El abismo entre la agenda política y las necesidades de la gente se agiganta. El mayor temor de la dictadura no es que no se produzca el “arreglo” con el Gran Capital, sino que se “rompa” la calle.

El orteguismo y el Gran Capital no pueden romper definitivamente

¿Qué busca el orteguismo con la embestida contra la sociedad? ¿Se romperá la posibilidad de un nuevo “arreglo” con el Gran Capital? Considero que una ruptura definitiva está descartada ya que tendría un costo muy alto para ambos y el orteguismo no se puede permitir un mayor aislamiento. Incluso dentro del Gran Capital hay miembros importantes que no lo permitirían, porque no le conviene a ninguno de los dos. Por lo tanto, el objetivo de la dictadura es tener más fuerza en la negociación en curso.

En esta coyuntura sociopolítica el verbo que conviene conjugar es sumar, sumar y sumar. Sumar diversidades, sumar proyectos diferentes, sumar para construir un contrapoder que debilite más a la dictadura. Que la oposición real de los autoconvocados no se coloque de espaldas al signo de los tiempos, sino que vea hacia adelante y hacia la suma. Juntos somos mayoría, juntos somos más fuertes.