Especiales · 27/12/2021

«Perdón mamá… me arrepiento ¡de saberlo no me meto en esto!

Por: Víctor Manuel Pérez.

5 de la mañana de ese oscuro 11 de agosto del 2018, ¡si oscuro! pues se caía el cielo en una torrencial lluvia “seguro llora las lagrimas de mi madre”, pensé, seguro eran las lagrimas de las madres, familias y amistades de los más de 300 asesinados, yo pensaba así porque seguía viva en mí la convicción de una Nicaragua libre y democrática.

En esos días grises cualquier canción que hablara de patria, de lucha, de justicia, de libertad, de paz me ponía a recordar y me convertía en el más grande patriota.

Ese 11 de agosto vi las calles de la capital enlutadas, devastadas, con miedo y yo cumplía 3 meses desde que me escondí en una casa de seguridad por miedo a ser arrestado o lo peor, miedo a que me mataran.

A las 7 de la mañana de ese mismo día, doña Gladis, la señora que nos escondía, nos llevó café y pan, recuerdo su nombre, como no recordarla con su fanfarronería, siempre haciéndose la fuerte para no llorar aún cuando su rostro mostraba la pesadez de noches de desvelos y llantos, con cariño y pesar, ese pesar que se hizo discurso “entre más rápido salgan, más rápido salen del peligro”.

Y entonces el discurso nos llevo a preparar una salida, como si fuéramos los mas crueles delincuentes de la tierra, escondidos en un taxi privado sorteamos retenes policiales, tomamos atajos por veredas y un viaje de 20 minutos hacia la terminal de buses que nos llevarían a la frontera sur de Nicaragua, se convirtió en un viaje de 1 hora que se comía nuestro tiempo y el mundo que en esa mañana sòlo se componía de 1 bolso con un poco de ropa, 100 dòlares en mi bolsillo y mi sueño de democracia en el corazón.

Esperamos dos horas y media (las más largas y angustiantes de mi vida), el bus donde nos vendríamos se tardó en la frontera con Honduras, recuerdo de los tres que veníamos, no nos había llegado la hora de llorar, hasta que una amiga que nos acompañaba, al ver llegar el bus lloró como que no existiera un mañana, hasta ese momento me quebré el caparazón de valiente, pensé “¿Qué mal estaré pagando, que nunca me va bien en la vida?, solo recuerdo las palabra de ella al abrazarme “cuídate mucho, no andes de vago manu, nos vemos pronto”, (según yo venía solo por tres meses, mientras se arreglaba todo) recuerdo que de su bolso saco una botella con agua y rosquillas, “para el camino” y seguimos el llanto de magdalena, hasta que salió el bus.

Fueron dos horas y media de viaje desde Managua hasta la frontera con Peñas Blancas, cerré las ventanas y las cortinas “para que nadie me vea”, pensaba en mi mente, pero me dormí, en mi cuerpo solo pesaba el develó, de noches en vela pensando lo peor que nos podía pasar, me desperté en el justo momento cuando pasábamos por mi pueblo (pues soy de una departamento, fronterizo con Costa Rica llamado Rivas), no quise llorar por miedo que alguien del bus me preguntara algo, solo volví a ver a los otros dos, nos habíamos regado por todo el bus, por si a uno le pasaba algo que no sospecharan que íbamos juntos y diera tiempo de avisar a alguien, nuestra burda manera de protegernos.

Nunca había visto las calles de mi pueblo tan bellas como ese día, nunca había sentido tanto pesar por mi gente como ese día, día que no borro de mi mente, pues cuando vuelva a pasar por las calles de mi Rivas, disfrutaré como que no existiera un mañana.

Llegamos a la frontera, nos teníamos que bajar para sellar la salida de Migración de Nicaragua, fue el momento de más incertidumbre de mi vida, pero como siempre digo “Dios me escucha, aún con lo malo que soy con él”, el asistente del chófer del bus se nos acercó y nos dijo en silencio, “ustedes tres son jóvenes los pueden revista todo, nosotros tenemos contactos, solo vale 5 dólares”, muy buena estrategia de venta, nos metió pánico y los pagamos, ya solo 95 dólares me quedaban.

Pasamos, un alivio inmenso lleno mi alma, pude respirar aire de tranquilidad, pero con el venia el miedo y la incertidumbre, que ni la media botella de agua me calmaría, hasta ese momento recosté mi cabeza a la ventana, un símbolo de derrota y sopeso, lloré como un desconsolado, como a un niño cuando le quitan su juguete favorito, o a una madre un hijo de los brazos, lloré por dejar atrás mis sueños, mi carrera, una familia a la que no me pude despedir, me decía a mi mismo en mi interior, “Perdón mamá me arrepiento, de saberlo no me meto en esto” una y otra y otra vez.

Me arrepentía de las tantas veces que desaproveche la compañía de mi madre, que prefería amigos en vez de pasar junto con ella, tratando de esquivar la cantaleta de “tienes que ser alguien, no seas vago” estudia Victor Manuel”, “Perdón mamá me arrepiento de no abrazarte, hoy quiero un abrazo tuyo, más que nada en la vida”.

La ira, el enojo, el miedo y la culpa me invadieron, al verme vulnerable en un país extranjero, viendo las montañas de Santa Cruz llore, viendo las calles de Liberia llore, no se de donde saque tanta lagrima de mí, seguro era la botella con agua de mi amiga. Hasta que llegamos a Cañas a mitad del camino que nos bajamos a comer, uno de mis compañeros me quería reconfortar diciéndome “tranquilo son solo unos meses”, yo sabía que no era así, yo sabía que no podía engañar a mi subconsciente, como les podía explicar que mi llanto era también de desesperación al solo tener 95 dólares, una bolsa de roquillas, media botella con agua y los pocos trapos que traía.

De regreso al bus, mi mente volaba con pensamientos negativos, como que mi mente quería evacuar todo el resentimiento y dolor en un soplo, estaba tan sensible, tan arrecho conmigo mismo, ¿cómo fui tan tonto? ¿para que me metí a esto si me estoy llevando la peor parte?, lloraba al recordar esas marchas en las calles de Managua, aquel plantón fuera la de Universidad Centroamericana, aquel día en la UPOLI cuando repartía comida y me preguntaba para darme más cólera y culpándome de mi desgracia ¿qué fue lo malo que hicimos?, “yo solo quería justicia y un país donde pueda vivir tranquilo sin miedo, sin tener que presentar un carnet de militancia para obtener un trabajo en el Estado” ¿qué malo hice? ¿por qué a mí?.

“trata de olvidar y pensar en lo positivo” me dice mi psicóloga, ¿cómo se logra eso?, cuando en mi mente esta el recuerdo vivo de ver caer personas a mi lado con un disparo en la cabeza, de ver llorar madres, de los gritos de auxilio, del “me duele respirar de Alvarito”.

Sabía que lo difícil venía, y me seguía repitiendo “de saber que pasaría esto, no me hubiera metido”, sentirte derrotado, acabado, con una vida, una carrera destruida por el miedo, la incertidumbre, tristemente libre, a salvo pero siendo nadie, sin miedo pero con sólo menos de 90 dólares para resolver.

Hoy, han pasado tres años de no ver a mi madre, más que por la fría pantalla de un teléfono, llamadas que muchas veces se interrumpen por la falta de señal, el escaso Internet o el tiempo limitado, ¡quisiera ver a mi madre!, abrazarla y decirle “perdón mamá, de saber no me meto en esto”.

Perdón por tus noches de desvelos llorando sin saber si al menos comí o dormí bajo un techo, perdón por tu angustia de tenerme lejos, perdón por no hacerte caso cuando me advertías, perdón porque fui un terco que creía tener el mundo a sus pies, y de frente decirle “te amo y por ti saldré de esto, por ti lograré llegar a mis metas y mucho más, te amo”.

Dedicada a mi madre Ana Odilia Pérez Rocha, con todo el amor de mi vida.