Opinión / Ensayos · 01/08/2022

Pisar las puertas de la dictadura Ortega-Murillo

Por: Irmalicia Velásquez Nimatuj

Si hay un país centroamericano que nos enseña su capacidad permanente de resistir ante dinastías sangrientas convertidas en feroces dictaduras familiares, ese país es Nicaragua. Sin embargo, las resistencias tan inspiradoras que fue forjando a lo largo del Siglo XX a sangre, conciencia y ejemplo se han ido esfumado lentamente ante la trágica realidad que vive hoy, la que es la nación más grande de Centroamérica. La Nicaragüita de Carlos Mejía Godoy, hoy se blinda en medio de una espiral de terror y violencia que golpea a todos sus hijos e hijas y las obliga a dejar sus hogares, a refugiarse en espacios cercanos o lejanos, cargando consigo el dolor de la separación familiar y el trago amargo del exilio, que nunca pasa, que nunca cede. Hoy esa realidad está impactando también al resto de sus países vecinos.

Esa hermosa nación que le mostró, a mi generación, cuando éramos aun unos niños -en grabaciones en blanco y negro- que las utopías, con la fuerza de la juventud y de la conciencia plena que trae consigo cada época, sí pueden llegar a materializarse, es la que hoy, en un reverso absurdo del reloj de la historia, es la que reprime a sus propios frutos, a sus propias flores, la que quiere acabar con toda semilla que procreó y la que quiere evitar que germinen. Por eso, va detrás de todo aquel o aquella que ose enarbolar o identificarse con cualquier bandera que demande derechos elementales que son apenas los derechos de primera generación.  No se atreva nadie, entonces, a pedir más allá, porque el castigo no puede ni siquiera ser imaginado porque será sacado o inventado de la locura más desquiciada que provoca el temor a perder el control de los débiles hilos del poder.

Desfiguraron la herencia de Sandino

En esa nación, lo que en un pasado fue una lucha colectiva por transformación se fue convirtiendo en lucha familiar por controlar y acumular poder. De ahí ha surgido una empresa casi dinástica que ha terminado desfigurando la herencia de Sandino. Este es un proceso que cuesta entender, pero que está allí, mostrándonos las miserias que arrastran consigo las dictaduras de cualquier tendencia ideológica. Ahí ya no hay dignidad, no se busca la hermandad, no se clama por sororidad, solo queda vigilancia y terror.

En ese marco, en donde el abismo está a un solo paso, sin proponérmelo, me tocó a mí encarar las fauces del autoritarismo.

En mayo de este año decidí que la pandemia me ha quitado mucho y que iría a Managua para abrazar al reciente miembro de nuestra familia extensa que no he podido conocer. Mi deseo era darle la bienvenida. En mayo compré mi boleto, llené todas las formas migratorias requeridas y hasta el día de mi vuelo nunca recibí ninguna notificación del gobierno nicaragüense sobre mi visita de 4 días a ese país.  Así que partí confiada el pasado 24 de julio, sin embargo, al llegar al aeropuerto internacional César Augusto Sandino, la misma aerolínea en la que viajé me pidió identificarme y al hacerlo inmediatamente me entregaron a un agente del gobierno vestido de civil.  El agente me pidió mis documentos de identificación y sin razón o justificación alguna los retuvo.  Inmediatamente me condujo a otra área del aeropuerto, donde posteriormente él y otra persona me llevaron a una revisión de mi equipaje y de mi persona.

Posteriormente, fui ubicada en un área en donde fui controlada por el agente que tenía a su cargo mi detención.  Desde el primer momento en que me desviaron yo supe que mi integridad y mi vida estaban en peligro. Si mi ingreso no quedaba registrado a través del sistema de migración ¿quién podía dar fe de que fui retenida? El gobierno de ese país podría argumentar de que nunca ingresé y sencillamente desaparecerme y yo podía terminar en una de las cárceles en donde se están apagando valiosas vidas. Por eso, consulté ¿cuál era la razón de mi detención?, si había violado algún reglamento o ¿por qué me impedían ingresar?

Solo obtuve silencio y más silencios, y una negativa a responderme. Lo único que al final el agente responsable me dijo fue que “yo nunca debí viajar a ese país”. Si en efecto yo nunca debí viajar ¿Por qué no se me informó durante los dos meses que transcurrieron entre la compra del boleto y el día de mi vuelo?  ¿Por qué esperaron hasta que yo llegará al aeropuerto para detenerme frente a los demás pasajeros?  En parte la respuesta es que, por un lado, se buscaba humillarme públicamente como si yo fuera una delincuente que podía ser arrestada por mi trabajo relacionado con los derechos humanos y los derechos de las mujeres y los pueblos indígenas que he mantenido dentro y fuera de mi país, y por el otro lado, deseaban hacerme sentir que el poder está en manos de ellos, que frente a ellos mi voz no es voz, mi voz no existe y por extensión tampoco mi vida.

Nunca fui interrogada, nunca fui cuestionada por el agente de civil, lo que me indicó es que sabían todo de mí, tenían toda mi información, no necesitaban saber nada, y mi detención totalmente arbitraria e ilegal fue planificada y directa. Era a mí a quien buscaban, eso me quedó claro.

Las horas pasaron mientras yo estuve en un limbo, en el que no sabía que pasaría conmigo. El silencio del agente que me cuidaba y la permanente calma con la que actuaba no me indicaba si me quedaría o si me expulsarían del país. Esa etapa de incertidumbre es igual a una etapa de tortura psicológica, es una tortura fina, cruel y lenta porque no sabía sí podría salir de allí o si quedarme retenida sería mi camino.

El tiempo se hizo infinito y esa infinitez solo la rompió la tranquila voz del agente, quien se me acercó y me dijo que me regresaría a Panamá.  En ese momento le pedí usar el sanitario y con la mayor serenidad me condujo, quedándose en la puerta en posición de vigilancia autoritaria.  ¿Por qué ese extremo de control?  Yo no iba a escapar, ¿A dónde podía ir?  Yo no tenía como huir, no tenía documentos, no tenía nada conmigo, era un absurdo pensar que correría en un lugar lleno de cámaras de seguridad o en un lugar en donde ni siquiera mi ingreso había sido registrado. Sin embargo, era una forma más de mostrarme que yo estaba en su poder, en su territorio y con total desventaja.

Durante el regreso no tuve acceso a mis documentos, nunca los vi. La aerolínea fue la encargada de resguardarlos, y solo me fueron entregados cuando arribé a Guatemala por dos agentes de mi país que me estaban esperando afuera del avión.  Y aquí también es evidente la complicidad de la línea aérea con ambos Gobiernos, el nicaragüense y el guatemalteco, ¿tenía la aerolínea el derecho a retener mis documentos? Cuando demandé la entrega de mis documentos me dijeron que la aerolínea me los entregaría, pero esto nunca ocurrió, ¿dónde quedan los derechos que poseemos los viajeros?

Mi padre me enseñó, que en medio del dolor debemos de ser capaces de sentir lo hermoso, lo hermoso en los gestos, lo hermoso en la esperanza y en la vida misma, aunque se esté transitando por un camino de espinas. Y lo hermoso que yo pude sentir fue el cariño, el afecto y la solidaridad espontánea y profunda que recibí de muchas personas, familiares, amigos, colegas, profesores, estudiantes, hermanos campesinos, compañeros, compañeras de lucha o de sueños quienes desde diferentes puntos de las cuatro esquinas de la madre tierra me enviaron. Sentí la energía de personas a quienes no conocía pero que levantaron su voz para hacerme sentir acompañada, para decirme que no estaba sola.

Deseo agradecer desde este espacio a todas y todos quienes se movilizaron de múltiples formas, a través de la radio, la prensa o las redes sociales frente a la incertidumbre de mi situación.  A la oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, a los embajadores, a las organizaciones de la sociedad civil de Guatemala y de otros países, a mis colegas en las universidades en donde he tenido el privilegio de enseñar. A la prensa de mi país, a elPeriódico el medio en donde he publicado desde el 2003, a los medios internacionales que usaron su espacio para denunciar este atropello.

Infinitas gracias al Procurador de los Derechos Humanos de Guatemala Jordán Rodas Andrade, al Centro por la Justicia y el Derecho Internacional CEJIL/Mesoamérica, Washington Office on Latin America, WOLA y a la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos-Guatemala, UDEFEGUA por buscar garantizar mi vida, coordinar y proteger mí regreso. Yo tengo claro que la voz se levantó no solo por mí, sino que, sobre todo, se levantó por las miles de mujeres y hombres de esa querida nación, llamada Nicaragua, que tanto amamos y que no pueden ser escuchados.  Se levantó por los hombres y las mujeres a quienes se les niega el ingreso a ese país tratando de romper todos los puentes de familiaridad, de comunicación o de complicidad.

Lo vivido en mi piel, no me hace sino reafirmar mi compromiso de luchar en contra de cualquier dictadura. Como diría uno de mis queridos maestros, estas dictaduras con las que nos enfrentamos ahora, sin importar su ideología, “son nefastas y sus crímenes son cada día más sofisticados” tanto así que “habría que ampliar el número de los círculos del infierno descritos por Dante en su Divina Comedia” para poder retratarles.

*Publicado originalmente en elPeriódico de Guatemala