Opinión / Ensayos · 18/08/2022

Represión en todos los frentes

*Por Oscar René Vargas

Toda noche por larga y sombría que parezca tiene su amanecer”. William Shakespeare

El diccionario de la Real Academia Española, que nos dice que “el miedo es la angustia por un riesgo o daño real o imaginario. El miedo es una emoción desagradable provocada por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado”. Amenaza, miedo, represalia en nombre de “bien” superior, ha sido la forma de dominación de la dictadura Ortega-Murillo al movimiento social.

No hay equilibrio integral en la sociedad

Cuando el discurso del “vivir bonito” y la “revolución” ya no sirven para adormecer a la mayoría de la población; por lo tanto, la dictadura recurre a la represión en todos los frentes. Al casi octogenario dictador se le da por amenazarnos de que si no nos portamos bien, llegará la represión, incluyendo la cárcel o la muerte. El miedo político ha sido y es un instrumento del poder que la dictadura usa a través de amenazas reales para garantizar el control social.

La dictadura no practica el “equilibrio del poder” que consiste en la aceptación de la legitimidad de valores opuestos a los suyos. El equilibrio de poder implica en otro nivel: el equilibrio de conducta que significa que existen limitaciones al ejercicio del poder, necesario para el equilibrio integral de la sociedad.

El grave problema radica en que el precepto del equilibrio de poder colisiona con la cosmogonía maniquea, no dialéctica, de Ortega-Murillo, que busca el triunfo no negociable del “bien”, que encarnaría, imaginariamente, cada vez más la dictadura sobre el “supuesto mal”, enarbolado por los periodistas e intelectuales, la mayoría de los ciudadanos opositores al régimen, los líderes del movimiento de abril de 2018 y los sacerdotes y obispos de la iglesia católica.

Pocos motivos de optimismo pueden advertirse en un país que se ha convertido de nuevo en un Estado dictatorial, con un retroceso social, educativo y de los derechos humanos que recuerda a los peores tiempos de los años 80 del siglo pasado, cuando Ortega estuvo en el poder por primera vez. Según encuestas, el 85% de los nicaragüenses no simpatizan con el régimen y hay un 72% que quiere un cambio.

El caos se ha vuelto a adueñar del país, se ha reanudado sin tapujo alguno la gran partida en la sombra entre los representantes de los grandes capitales que buscan restablecer su influencia y la nueva clase orteguista que quieren someter a todos poderes fácticos y a la población en general a su dictado.

La iglesia católica es perseguida

La Iglesia católica en Nicaragua es perseguida porque ha perdido el fuero simbólico y sus obispos dejan de ser intocables. Sus integrantes, más allá de los obispos, sufren acoso. Cárcel, señalamientos seudo judiciales, tortura y amenazas son dirigidas hacia laicos, religiosos, sacerdotes y diversas comunidades. El silencio del papa Francisco es porque respetando la nueva estructura de la curia contenida en la constitución “Praedicate evangelium” que establece que Roma interviene cuando la mayor parte de los obispos lo demandan.

Es decir, el Vaticano no actúa esperando una mayor cohesión de los obispos nicaragüenses que hasta ahora están desunidos al tener diferentes visiones sobre cómo actuar frente a la represión en todos los frentes. Sin embargo, los expresidentes de España y Latinoamérica pidieron al papa Francisco una “firme postura de defensa del pueblo nicaragüense y su libertad religiosa” ante la represión de Ortega.

La reciente represión en contra del Obispo Álvarez y los sacerdotes de diferentes ciudades (Nandaime, Boaco, Sébaco, Tuma La Dalia, Mulukukú, Ciudad Darío, Masaya, Matagalpa) ponen evidencia que el régimen Ortega-Murillo ha vuelto a sus tradicionales prácticas de ataques “tous azimuts” (en todos los frentes) para evitar un nuevo tsunami social, pero también deja claro que la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), los EE.UU, los políticos tradicionales y el gran capital sigue manteniendo la estrategia de la “salida al suave”, haciendo caso omiso que la estrategia de la dictadura sigue siendo la de neutralizar a uno a uno, poco a poco a los adversarios más temido: el 85% de la población y la iglesia católica.

La nomenclatura orteguista

La actual nomenclatura orteguista ya no son los guerrilleros vestidos de verde olivo favorables a la revolución social, cuyo principal objetivo era acabar con la corrupción del sistema somocista y favorecer la justicia social. Ortega se parece cada vez más a la familia Somoza, a la que combatió. Se le conocen negocios con conflicto de interés, convenios económicos ventajosos y corrupción en beneficio de sus familiares, leales y socios prestanombres. Ahora, la nomenclatura orteguista enriquecida en medio de la corrupción “controlada” desde la cúpula del poder, tienen cuentas bancarias en el extranjero cuyos ramales llegan desde España al Medio Oriente, pasando por Turquía.

Pero no solo eso. El retorno de la nomenclatura orteguista al poder ha significado la represión, exilio y encarcelamiento de miles de personas, persecución a los organismos defensores de los derechos humanos y ha convertido la política en una emanación de las decisiones unilaterales adoptadas en “El Carmen”. Para ello, el orteguismo se ha servido de detenciones arbitrarias, juicios extrajudiciales y ostracismo de todo aquel que piense diferente.

Los viejos y nuevos orteguistas han aprendido, con las derrotas electorales del pasado, que no sirve de nada tratar de imponerse a través de unas elecciones democráticas, ni tener a su lado a la cúpula militar o policial ni levantar barreras inexpugnables para asegurarse una victoria electoral sino tienen el apoyo del 85% de los nicaragüenses. Es mucho más sencillo comprar voluntades: un todoterreno, un teléfono celular o montón de dólares convierten al político tradicional más convencido en un leal e interesado aliado orteguista para justificar su permanencia en el poder.

El régimen, al reprimir a la iglesia, como lo ha hecho, es para debilitarla a un posible rol mediador del Vaticano. Es una “guerra híbrida” de desgaste, Ortega-Murillo saben que no la pueden ganar pero buscan que la otra parte sólo aspire a una «victoria pírrica», o sea, aceptando concesiones menores que no toquen los pilares del poder de la dictadura. Los que están a favor del “diálogo” piensan que a Ortega le quedan dos caminos: o se baja del poder negociando o se aferra a su estrategia “el poder o la muerte”, creen que Ortega, por su aislamiento internacional, se verá obligado a aceptar la “cohabitación”. Pienso que la estrategia que habría que implementar es debilitar los pilares fundamentales que sostienen al régimen para acelerar su implosión y crear un “contrapoder” que evite el caos a su caída.

Hay que tener claro que estamos en el inicio del fin de la dictadura. Observamos crecientes fisuras visibles y grietas internas entre los funcionarios públicos, sus aliados y cómplices en los últimos meses al acelerarse la represión en contra de la iglesia católica. Sin embargo, Ortega sigue manteniendo un control extenso sobre la cúpula militar y policial, los paramilitares y su exigua base de apoyo que alcanza el 13% de la población.

Lo cierto es que ni la CEN, ni EEUU, ni el Vaticano han cambiado radicalmente sus actuaciones hacia Ortega-Murillo. Más bien siguen manifestando su disposición “al diálogo y la cohabitación”. Aunque critican al régimen, lo siguen considerando el timonel del país, que es más de lo que podrían desear los orteguistas. En esas circunstancias han venido de maravillas la elección de su representante a la cabeza del SICA, los préstamos aprobados por los organismos financieros internacionales, la neutralidad manifestada por El Salvador, Honduras, Guatemala y México en la última reunión de la OEA. Factores que le dan tranquilidad a la dictadura y le induce a seguir adelante en su estrategia de crear las condiciones necesarias para asegurar su permanencia en el poder y la sucesión dinástica.

Mientras tanto, en los últimos meses las informaciones de la vida cotidiana indican que las detenciones arbitrarias continúan, así como el encarcelamiento de personas percibidas como opositoras, el cese forzado de la actividad de oenegés y la represión en contra de la Iglesia católica ha debilitado aún más su base de apoyo, acelerando el proceso de implosión de la dictadura y que trata de evitar su desarrollo a través de la represión “tous azimuts”, en todos los frentes.