Opinión / Ensayos · 07/01/2021

Rompiendo el miedo

Pocos antes de la explosión social iniciada el 18 de abril de 2018, publiqué el artículo titulado “La imposición del miedo para el control social”, comentando sobre diferentes mecanismos usados entonces por el régimen para ejercer dominio absoluto sobre los ciudadanos, sometiéndolos mediante la fuerza paralizadora del temor a ser reprimidos o excluidos de cualquier beneficio o servicio de parte del Estado.

Desde entonces el dictador conocía que su tiempo estaba agotándose y debía prepararse incrementando al máximo su capacidad coercitiva para evitar que los ciudadanos pasasen de la fase paralizante que provoca el miedo, a la fase reaccionaria contra el represor.

Todos conocemos cómo la soberbia de los gobernantes y su distanciamiento de la realidad les impidió percatarse de las dimensiones del descontento social interrumpiendo, la rebelión, la consolidación en esos momentos de sus planes de dominación y control ciudadanos.

El “vamos con todo”, con violaciones masivas y reiteradas de Derechos Humanos mediante comisión de graves crímenes de lesa humanidad, les llevó al convencimiento de la necesidad de extremar mecanismos de imposición del miedo, perfeccionando su modelo de Estado policial y copiando las técnicas cubanas de control de la disidencia.

Las elecciones nacionales programadas para noviembre y la presión de la población y la comunidad internacional por aprovechar esa última oportunidad para una salida cívica y democrática, ha llevado al régimen a la ampliación y potencialización de la fuerza paralizante del temor, promoviendo el mito de su invencibilidad, agudizando el desánimo o desmoralización de los opositores.

La promoción de fractura en organizaciones sociales y partidos políticos ha logrado transmitir la idea de que la división es producto de la incapacidad de los opositores, alentando la percepción de que la unidad es imposible, cegándonos ante el hecho real de que el pueblo sí está realmente unido alrededor de elecciones con condiciones y garantías propias de estándares democráticos internacionales, de que son las cúpulas ruidosas y manipuladas alrededor de sus intereses quienes contradicen la verdad de una fuerte unidad de las bases que saben lo que quieren y que no se dejarán engañar con propuestas promotoras de complicidad con una nueva farsa.

Daniel se ha convertido en fiel seguidor de la ideología del miedo, lo sabe su mejor aliado para su permanencia en el poder y conoce que para paralizar la disidencia tiene que actuar de forma engañosa, aparentando democracia pero logrando de previo la abdicación de los ciudadanos por desconfianza y desesperanza; para obtenerlo estará jugando con los tiempos, simulando que no habrá reformas electorales ni apertura alguna, otorgándolas lo más tarde en que la comunidad internacional pueda aceptarlas, confiado en que para entonces la oposición estará desunida, desorganizada y sin posibilidad de prepararse para una competencia equitativa.

La extrema debilidad y aislamiento de Ortega lo llevan a exacerbar el miedo, para conducir a la oposición a su autoderrota; el miedo a no tener elecciones de calidad es su principal arma para que los opositores desde ahora lo den todo por perdido y que en caso se den condiciones medianamente justas que factibilicen participar se vean imposibilitados de hacerlo, asegurando Ortega que las elecciones fueron libres y transparentes y que son los opositores los que se negaron al juego democrático.

El régimen sabe que su única posibilidad de permanecer en el poder y reclamar legitimidad, es atribuyéndose la victoria en unas elecciones con la oposición excluida o empujada a su autoeliminación, propias de las democracias aparentes, pero aceptables internacionalmente. Los escenarios de una farsa a ultranza, sin apertura o con apertura tardía o un fraude descarado solo pueden traerle el desconocimiento internacional y una nueva explosión social.

Los opositores tenemos que ejercer nuestro compromiso con la democracia, aunando nuestras fortalezas, incansables pidiendo condiciones, evidenciando siempre que quien se niega a verdaderas elecciones es Ortega, desplegando un auténtico esfuerzo de unidad en la acción para cerrarle al tirano la única y limitada oportunidad que tiene para preservar el poder.

Si nos negamos a reconocer que nunca ha estado más cercano el triunfo de la democracia, habríamos caído en la trampa de Ortega y favoreceríamos su estrategia en un momento en que unidos y sin necesidad de llegar al suicidio, podemos parafrasear a Séneca frente a Nerón: “tu poder radica en mi miedo; ya no tengo miedo, tú ya no tienes poder”.

*José Bernard Pallais Arana.

El autor es abogado.