Memoria · 29/07/2020

Sandinismos: ideología, partido político y proyecto revolucionario – José Luis Rocha

El sandinismo es una etiqueta en disputa que fragmenta al país desde hace más de medio siglo. Hay sandinistas dentro y fuera del FSLN, tibios no sandinistas y feroces antisandinistas, y más de un par de facciones en cada  una de estas categorías. Para añadir más revoltijo a la ensalada, hay dos corrientes de remozamiento del sandinismo fuera del FSLN, ambas enfrentadas a muerte con el partido dentro del cual nacieron y, por ratos, también entre sí: los renovadores y los rescatadores, nombres que podrían dar título a cada vez más intensas precuelas de una megaserie. Algunos no entendemos por qué se ponen tantos empeños en posesionarse de esa etiqueta, a veces en exclusiva, a veces con un apellido que le imprime un matiz. Acaso la culpable de este laberinto y de las trampas que se encuentran en cada uno de sus recodos sea la polisemia de la palabra “sandinista”. Sin pretender haber desentrañado el misterio ni agotado los posibles significados, encuentro tres acepciones del término: el Sandinismo en tanto que ideología de Sandino, el sandinismo como partido político y el sandinismo como proyecto revolucionario.

El Sandinismo con “S” mayúscula es el legado de Augusto César Sandino: sus palabras y su práctica. No falta quien haga un paralelismo entre sandinismo y liberalismo, y tampoco quienes –sobre la base de esa comparación- le auguren a la ideología sandinista una longevidad semejante a la que ha tenido el liberalismo. Pero la serie de proclamas, manifiestos, cartas e incluso telegramas en los que consiste “el pensamiento vivo” de Sandino están muy lejos de constituir un cuerpo ideológico de la riqueza, complejas elaboraciones teóricas y capacidad de adaptación a diversos contextos que tiene el liberalismo.

El núcleo en torno al cual se construyó la ideología sandinista –su ideario, como rezan los manuales- es su antiimperialismo, en torno al cual se acuñaron consignas enardecedoras y propuestas sociales interesantes como las cooperativas agropecuarias en la ribera del río Coco, proyectos sin mayores alcances ni pretensiones, pero que lo distinguieron de –y le daban un polo a tierra que no tenían- otras corrientes antiimperialistas, como el “espíritu antiburgués” y antiestadounidense que el historiador estadounidense Michel Gobat identificó entre la oligarquía granadina.

La recolección de los textos de Sandino que hizo Sergio Ramírez cumplió un papel histórico monumental. Fue el punto de arranque para “inventar una tradición”, como diría el historiador británico Eric Hobsbawm. Esa tradición fungió como respaldo que daba la historia al FSLN y como su principal fuente de inspiración. Las canciones de los hermanos Mejía Godoy mitificaron una figura hasta elevarla a la estatura de una leyenda y así lograron la popularidad que una tradición digna de tal título necesita. Sin sus canciones, Sandino hubiera podido quedar confinado en las escuelas de cuadros y alguna que otra aula de clase.

Por supuesto, muchos otros contribuyeron a inventar esa tradición. Sandino era un material idóneo porque fue víctima de la traición del fundador de la dinastía a la que el FSLN estaba desafiando y porque luchó contra los invasores cuyos sucesivos gobiernos apoyaron a todos los Somoza. Con ese material, historiadores, narradores, pintores, poetas y otros trovadores hicieron tan magnífico trabajo que para algunos la tradición derivó en religión. Sin embargo, su aporte no se redujo a prestarle un invaluable servicio al FSLN como organización. Toda nación necesita héroes y una narrativa aceptada por el colectivo como argamasa. En nuestro caso, ha sido una narrativa de oposición a las ambiciones imperiales de los Estados Unidos, un interés que se presume común. Pero el FSLN la manejó de tal forma que desde 1979 no fue una narrativa constructora de cohesión, sino de polarización y sectarismo.

Hoy tenemos que revisar si esa narrativa tiene sentido y vitalidad. En primer lugar, habría que revisar si la tiene para quienes explícitamente se presentan como herederos de Sandino. ¿Quiénes –institucionalmente- reclaman esa herencia? Un FSLN que vende el país a un multimillonario chino para que construya un quimérico canal o, más probablemente, para que ese canal sea la coartada de expropiaciones. Bajo el mandato de ese FSLN las compañías mineras extranjeras han incrementado la explotación de nuestros recursos a niveles nunca antes vistos. La Policía Nacional, que nació como Policía Sandinista y conserva los mismos altos mandos de su origen, ha recibido fondos, entrenamiento y asesoría permanente de la agencia antinarcóticos y la cooperación estadounidense. La herencia de Sandino es reclamada también por un ejército que nació como Ejército Popular Sandinista y que, pese a que su General ahora abomine del injerencismo yanqui, ha sido por años el niño bonito del Comando Sur y, para más inri, tiene los fondos de sus pensiones en la bolsa de New York, el corazón financiero del imperio. Sandinista también se dice un partido político de oposición que no vacila en recurrir al Departamento de Estado y a congresistas estadounidenses para que intervengan, con todos los instrumentos a su alcance, para democratizarnos y recuperar la institucionalidad.

Habría que ver si ese antiimperialismo nacionalista de Sandino es viable en un mundo globalizado, donde ningún gobierno puede darse el lujo de rechazar per se a las multinacionales. Habría que ver si es rechazable per se ese tocar las puertas de los congresistas estadounidenses y de otros poderes, habida cuenta de la heterogeneidad del aparato estatal estadounidense y la enorme variedad de posiciones entre sus políticos. Eso no significa que se deba renunciar a defender los intereses nacionales de poderes extranjeros. Pero sí que difícilmente el antiimperialismo puede plantearse hoy en los mismos términos en que lo hizo Sandino. Y eso ocurre en parte porque las ciencias sociales nos han llevado a conocer que las líneas de poder imperial no se captan a plenitud con un marco analítico nacionalista y en parte porque a las alturas de 2020 sería anómalo y de muy mal augurio para Nicaragua que el pensamiento de Sandino siguiera igual de vivo que en 1926 o en 1979.

Y antes que todos estos “habría”, tenemos que conocer seriamente los alcances del antiimperialismo de Sandino, que no era tan ortodoxo y fundamentalista como sus presuntos seguidores pretenden, sino a veces muy pragmático y flexible, como se desprende de la siguiente carta en la que Sandino propone el gobierno de un militar estadounidense para sacudirse la férula de Adolfo Díaz, a quien impugnaba por ser un presidente ilegítimo y, al parecer, no tanto por vender la soberanía nacional.

El sandinismo en rojinegrilla nació como una organización guerrillera. Desde el momento en que se dividió en tres tendencias, preconizó su potencial fragmentador. Le llamo movimiento guerrillero porque con el correr del tiempo su repercusión no se limitó a las acciones de esa organización, sino que -en un momento clave, una fisura en el tiempo de la historia- detonó y lideró la insurrección masiva que derrocó a la dinastía de los Somoza. En el siguiente acto, como ha ocurrido con muchos movimientos, se transformó en otra cosa: un partido político encabezado por señores ahora septuagenarios y octogenarios que nunca dejaron de roer los huesotes de la policía y el ejército, y que se fueron haciendo con otros huesos conforme se los arrancaron a un político venal y hedonista, que hizo el papel de Juan Dundo creyendo ser Pedro Urdemales. Son un grupo de burgueses que prosperaron con la piñata de 1990 y la lluvia de petrodólares del chavismo. Quisieron amasar fortunas que no gozarán porque para ellos el telón caerá antes del tercer acto. Haciendo gárgaras con sus CVs de hombres de armas y tragándose su machismo, aceptaron convertirse en vasallos de Rosario Murillo y fundar el absolutismo del siglo XXI, que presentaron como socialismo del siglo XXI.

El sandinismo es el FSLN. Ese sandinismo echó mano del Sandinismo para construir una religión. Para tal cometido lo condimentó con rasgos New Age, consejos del gurú indio Sai Baba, fundamentalismo de evangélicos renacidos, conservadurismo católico y otras hierbas y colores malavenidos en una abigarrada paleta donde el rosachicha sustituyó al rojinegro. Algunos se preguntan qué será de ese sandinismo en la era postortegana. Será difícil renovarlo o rescatarlo. No falta quien lo quiera prolongar y convertir en una modalidad de priísmo-, pero cada vez son más los que se sueñan barriendo sus cenizas. Este sandinismo es el que experimenta un mayor declive en sus adeptos. Los ex militantes sandinistas lo llaman danielismo u orteguismo para distinguirlo de las formas del sandinismo que desean rescatar o renovar, aunque sería más apegado a los hechos llamarlo chayismo.

El sandinismo en cursiva fue un proyecto revolucionario que lideraron los guerrilleros del FSLN y que asumieron comunistas, socialistas, socialcristianos, liberales y conservadores, pastores evangélicos y monjas y sacerdotes católicos. Muchos se arrimaron a la revolución con al aroma de los cohetes triunfales. Algunos miembros de las élites tradicionales lograron así salvar sus propiedades y obtener muchas prerrogativas, como fue demostrado por el sociólogo argentino Carlos Vilas en su ya clásico texto “Asuntos de familia: clases, linajes y política en la Nicaragua contemporánea”. Todos aceptaron la esencia del Sandinismo y no pocos se insertaron formalmente –con carnet de militantes– en el sandinismo. Intelectuales sandinistas –que a veces también eran sandinistas– estudiaron el Sandinismo e intentaron prolongar y enriquecer esa tradición con otras corrientes ideológicas. El antiimperialismo fue un componente clave, pero también lo fue la teorización sobre cómo construir una sociedad más igualitaria. El Sandinismo no se planteó terminar con un sistema de dominación, como sí lo hizo el sandinismo. Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Fernando y Ernesto Cardenal han dado testimonios sobre el sandinismo. Mónica Baltodano y Humberto Ortega han escrito historia del sandinismo. En todos los textos de ambos grupos hay trasvases de uno a otro sandinismo.

La gran traba del sandinismo fue nacer supeditado al sandinismo y a sus opciones dictadas a veces por pragmatismo y a veces por ortodoxia stalinista. Con pocas y encomiables excepciones, los sandinistas aceptaron una reforma agraria extremadamente antiSandinista. Lo fue así la mayor parte de la década de los 80 porque no ponía la tierra en manos de los campesinos, sino del Estado: no seguía el modelo de Sandino, sino el de Stalin. Ni en este ni en otros ámbitos hubo voces dentro del sandinismo que impugnaran con ímpetu las políticas del sandinismo. Y cuando el sandinismo ejecutó una desenfrenada apropiación de bienes del Estado en 1990, el sandinismo guardó silencio, con la notable y relativa excepción de Fernando Cardenal, que al frente de la comisión de ética denunció el lucro particular con bienes que debían servir al partido. Lo cierto es que esa “privatización” no se debió haber cometido bajo ningún concepto. Ocurrió porque el proyecto sandinista se sometió al partido. La cúpula del FSLN funcionó como el ello freudiano: racionalizó sus deseos para satisfacerlos mejor, autoconvenciéndose de que la continuidad del sandinismo solo sería garantizada por medio de una gigantesca dote al sandinismo.

A este respecto, la diferencia entre beneficiarios de la piñata sandinistas y sandinistas consiste en que los segundos niegan rotundamente los bienes mal habidos. Por estas y otras razones el sandinismo resulta muy sospechoso a quienes jamás fueron sandinistas. No dudo que el sandinismo existió desde siempre, pero solo tuvo vida pública independiente a partir de 1990. Y solo se fue delineando a medida que muchos militantes abandonaron el FSLN y le dejaron la total propiedad del sandinismo a quienes proclamaron como falsos sandinistas. A su juicio, el sandinismo representa el poder y la burocratización de una causa; el sandinismo, el carisma y la causa en su estado puro.

Algunos sostienen que el sandinismo es un sistema de valores: los de la mística revolucionaria, esa de Leonel Rugama que escribió: “Ahora vamos a vivir como los santos.” Pero los sistemas de valores no están solo en los pronunciamientos, sino en las acciones que concretan una teoría: la praxis, se solía decir. Si el sandinismo pasó ejecutando lo que el sandinismo prescribió, ¿qué queda de los valores? En contraste con esa posición, es más realista la del Chino Enoc, un viejo militante sandinista que se ha hecho célebre por sus alocuciones en las redes sociales donde denuncia que el sandinismo se deformó con ese baño de esoterismo y retórica amorosa. Para Enoc el sandinismo que perdió el FSLN es una camaradería de compañeros de armas y convicciones forjadas en una sólida formación política. Enoc quiere que el sandinismo recupere el Sandinismo y el sandinismo, pero no oculta que el denominador común de todo sandinismo ha sido el carácter aguerrido. El sandinismo de Enoc es lo que el bolchevismo al comunismo soviético: un método de lucha revolucionaria y un grupo de camaradas que se entienden por señas, aunque a veces se apuñalen.

¿Ese sandinismo es el que quieren renovar o rescatar? Quizá hay tantos sandinismos como sandinistas. Lo primero que tienen que comprender quienes quieran seguir usando la etiqueta sandinista es que las dudas sobre sus intenciones actuales y sus responsabilidades pasadas son más que razonables. Echan mano de una palabra con múltiples  connotaciones y, en una Nicaragua mayoritariamente no sandinista, con evocaciones ominosas, y luego vierten en ella un contenido a capricho, a menudo ajeno a toda tradición sandinista.

Es nocivo prolongar la vida de movimientos y partidos más allá de la fecha de caducidad de su pertinencia histórica, la vitalidad de su ideario y la solvencia moral de sus dirigentes. Los “ismos” de mayor duración en América Latina, por ejemplo el priísmo y el peronismo, y otros de mediana como el lulismo, han sido plataformas de latrocinios y generadores de anticuerpos que lanzan a los pueblos en brazos de la derecha más cruda: Fox en México y Bolsonaro en Brasil. Hasta hace pocos años hubo quienes tenían la esperanza de que un sector del sandinismo se apoderara del FSLN. Abril de 2018 los liberó de esa tentación. Pero todavía muchos sandinistas no comprenden que la mayoría de los nicaragüenses no tienen claro de qué sandinismo están hablando cuando se confiesan sandinistas. Esa mayoría no distingue entre uno y otro sandinismo. Por eso es suicida que un político o partido político que no sea el FSLN se proclame sandinista ante un pueblo que no discrimina entre los tres sandinismos o que más frecuentemente rechaza el sandinismo y el sandinismo, y le es indiferente –o asunto de mera curiosidad histórica- el Sandinismo. De no cejar en su empeño, podrían terminar entre quienes por fidelidad al pasado podrían traicionar el futuro. En cualquier caso, su futuro.