Nacionales · 28/06/2021

Sergio Ramírez: “Nicaragua es hoy una dictadura atroz que encarcela”

*Tomado de EL PAÍS

Este hombre está triste. Suele tener esos ojos caídos, como soñolientos, pero ahora nadie podría negar que está verdaderamente triste. Se ve, a través de la pantalla que nos une, que hay en él una decepción honda que se ha ido instalando en sus párpados a lo largo de cerca de medio siglo, los que dura la revolución sandinista de Nicaragua, en la que él participó y de cuyo Gobierno sería vicepresidente a las órdenes de Daniel Ortega, que es ahora el que, desde hace 13 años, persigue a sus compañeros de aquella lucha que le inspiró a Julio Cortázar el título de su último libro, Nicaragua tan violentamente dulce (Muchnik, 1983).

Ahora Nicaragua es una dictadura (escribía en este diario este sábado la también escritora, y militante sandinista de aquellos tiempos, Gioconda Belli) cuyos dirigentes, mandados por Ortega y por la vicepresidenta, su esposa Rosario Murillo, hostigan o encarcelan a quienes otrora fueron los enemigos del dictador precedente, Anastasio Somoza. Este hombre entristecido por lo que sucede es Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, nacido en Masatepe, en 1942.

Más información

Pregunta. En 1999 usted se despidió de los que fueron sus compañeros de batalla contra Somoza desde su libro Adiós muchachos (Aguilar). ¿Cómo ha evolucionado esa despedida?

Respuesta. Desgraciadamente ha pasado mucha agua bajo el puente, y no todas las aguas son limpias. La dictadura de Ortega ha transformado mucho la idea romántica que teníamos de la revolución. Yo sigo conservando mi patrimonio sentimental, muy íntimo, de lo que hicimos. Son tiempos dolidos, porque han ocurrido dos cosas: los que defendimos la idea original del sandinismo hemos quedado a la defensiva, porque la gente tiende cada vez más a identificar sandinismo con Daniel Ortega, y eso se vuelve una mala palabra, así que hay una ola de repudio a Ortega e injustamente al sandinismo. Como si Sandino hubiera sido un bandido, que es lo que le decía Somoza. Si la figura del sandinismo, por estar ligada a un hombre que traicionó la revolución, resulta pulverizada, ¿qué le queda al país para sustentar su identidad? Este es un país pequeño. Sandino se alzó contra una potencia mundial que lo invadió militarmente.

P. Aquel libro fue un acta notarial de un periodo de su vida. Ahora todas las ilusiones están perdidas.

R. Cuando me senté a escribir Adiós muchachos me dije que no quería que aquello fuera una memoria del desencanto ni de la venganza. Siempre he odiado la palabra “disidente”. Así que me puse a escribir unas memorias personales, de cómo dejé Costa Rica, de aquel exilio, y me fui a Nicaragua clandestino. Arriesgué mi vida sin la conciencia de que lo estaba haciendo. En el torbellino, dando vueltas clandestinas, sin conciencia de que estuviera haciendo ningún acto heroico, rodeado de la muerte, aunque no supiera mirarla a los ojos. La mente va eliminando riesgos, así que tú no tienes constancia de ese peligro. Con ese espíritu escribí esas memorias políticas.

P. Y ahora le ha venido a visitar otra vez la política, con el rostro de algunos de aquellos muchachos. ¿Qué aspecto tiene esta visita?

R. Antes de que pasara esto que ocurre tan grave, yo me negaba a dar entrevistas sobre Nicaragua, porque no quería volver a las pantallas como político. Pero ahora viene esta emergencia a Nicaragua y yo me voy a Estados Unidos a hacerme un chequeo médico, y ese mismo sábado apresan a la candidata Cristiana Chamorro. Y en el avión en el que salgo observo que está llegando Arturo Cruz, otro candidato a suceder a Ortega, al que capturan en el aeropuerto de Managua. De eso sé cuando estoy llegando para mis análisis en Nueva Orleans. De inmediato comienza la caza de otros candidatos, y terminan capturando a Dora María Téllez, a la que yo dedico precisamente Adiós muchachos, ella es parte de mi vida, y a un héroe, Hugo Torres, que fue quien liberó a Ortega de la cárcel de Somoza el 27 de diciembre de 1974… Así que me encuentro cercado por los hechos, y no me puedo callar.

P. ¿Cuál ha sido para usted la mayor traición de Ortega?

R. Apoderarse, él y su esposa, del poder. Convertir el sandinismo en una dinastía familiar obscena, porque es gente que vive al margen de la sociedad, disfrutando de una riqueza que nunca se han ganado. Viven en un gueto en el centro de Managua, como una clase social aparte, con privilegios extraordinarios en una sociedad pobre, y es una dinastía. Es decir, Ortega pretende que sea una dinastía, repetir el modelo que costó tanta sangre y que creíamos enterrado, el modelo de Somoza.

P. Cortázar saludó aquella revolución y ahora la gente subraya palabras suyas entendiendo que aún hay en Nicaragua una revolución…

R. Los tiempos cambiaron. Cuando Julio [Cortázar] aterriza en Nicaragua se encuentra con un pueblo pobrísimo y una capital arrasada por un terremoto. Los rodean unos milicianos casi descalzos, adolescentes que portan fusiles. Él ve la desolación, la pobreza, la lucha de un pueblo que, aun en tiempos de los sueños revolucionarios, quiere surgir de las cenizas, y ya se están produciendo excesos. Pero la mentalidad de Julio se puede decir que era naif, quiere defender a esa criatura pequeña que él ve indefensa, frente a una avalancha que se le viene encima, porque Estados Unidos está organizando la contra. 

P. Hace cerca de treinta años escribía usted Adiós muchachos evocando los años de exilio y lucha, y ahora ya está otra vez fuera de su país…

R. Estoy fuera, en tratamiento médico. Yo estoy resistiendo todavía mi paso a ser exiliado, quizá es algo mental, y yo tengo la esperanza de volver a Nicaragua. Es una ilusión: estoy en una habitación, de paso, delante tengo mi maleta, no la he deshecho… Cuando yo fui exiliado y luchaba contra Somoza, yo tenía la vida por delante. Hoy tengo la vida por detrás. No puedo hacer planes a largo plazo. Simplemente estoy viviendo, pensando, como hacen los alcohólicos anónimos, en el día a día, a ver cómo amanece mañana.

P. Antes de irse a su tratamiento médico, las fuerzas de Ortega lo convocaron a la Fiscalía. ¿Cómo se sintió?

R. Sentí que trataban de humillarme, de sentarme en una especie de banquillo ante un fiscal ignorante. No me hicieron ninguna pregunta. Estaban llenando un requisito. El mensaje era que yo no era intocable…

P. ¿Eso aceleró su marcha?

R. No. Yo realmente salí de Nicaragua para mi tratamiento médico, y no pensaba no volver. Ya le dije: me fui con una maleta pequeña, metí un par de camisas y pantalones, todas mis medicinas, que siempre van conmigo, y mi mujer hizo lo mismo. Seguimos con la maleta abierta.