Opinión / Ensayos · 09/11/2020

A rey muerto, rey puesto [“sépalo”, el monstruo vive]

* Francisco Larios

“Sépalo”, dice el meme en letras colosales, «Joe Biden hasta el momento solo es presidente de Twitter, Instagram, Facebook, Univisión, CNN y de otras redes. Pero de los Estados Unidos aún no lo es. Nada es oficial «.  Quede para la historia como otra muestra biópsica del tejido social de Estados Unidos, en el trágico, convulso y revelador año de 2020. Porque da para que gente de ceño sabio diseccione su contenido, que yo apenas trataré de esbozar aquí. 

“Sépalo”, está usted advertido, sepa usted, ciudadano común, lector casual, o adversario del todavía Presidente, que en contra de toda la información vista ya verosímil, incorporada ya a lo sabido, a lo que forma parte de las circunstancias que ya son, “Sépalo”: lo que es, no es; no lo es, «todavía«, en un “todavía” que quiere escapar eternamente. 

No importa que el mundo, fuera de la incandescencia trumpista [y de la incomparable cobardía de los políticos Republicanos], trate ya al Sr. Biden como inevitable sucesor del actual Presidente. No importa que el público, con raras excepciones, baje las banderas y regrese a su difícil rutina. No importa que los principales líderes políticos del mundo, y hasta los mercados financieros, saluden y celebren en el mejor espíritu de «a rey muerto, rey puesto«. No importa que en todas las elecciones anteriores, desde que existen las redes televisivas y estas emplean expertos en estadística, se considere Presidente Electo a quien haya ganado la mayoría de los votos reportados, o incluso a quien parezca estar en camino a conseguirlo. No importa. Los partidarios del actual Presidente, atrapados en una fatídica burbuja durante cuatro años, no conciben la idea de una derrota legítima de su líder, mucho menos una razón para superar los rencores y resentimientos que incubaron su vasallaje.  No pueden aceptar un retorno a la impotencia, al aplastamiento que sienten bajo la ola demográfica e ideológica que los ha ido arrinconando en un rincón cada vez más estrecho de la que antes fue su casa, su gran casa, en un pasado que idealizan, y al cual quisieran regresar.

Por eso, desesperados, niegan la sentencia que la sociedad ha dictado, a través de los métodos establecidos de antemano—los mismos que permitieron a su caudillo ascender al poder.  De paso reiteran su maldición al enemigo de siempre, a los medios de comunicación nuevos y viejos, a la prensa no subordinada al mandato omnímodo y omnisciente del líder ahora derrotado. 

Pedófilos que beben sangre de niños, judíos que tejen una conspiración mundial

De eso se trata la negación de la negación, de eso se trata el negacionismo de un movimiento negacionista, antisistema y con preocupantes rasgos demenciales: la repetición fanatizada de consignas y teorías conspirativas que hablan de la alianza de los Demócratas con una sociedad secreta –por favor, tomen asiento—de pedófilos (de ahí viene el epíteto contra Joseph Biden) que secuestran niños, los venden en un mercado de prostitución, los matan y beben su sangre.  Demás está decir que en esta y otras conspiraciones no falta el judío (antes Rotschild, hoy Soros), ni falta la siniestra meta de un gobierno mundial manejado desde la sombra por magnates como Bill Gates, inventores, no de computadoras y vacunas, sino de enfermedades y chips que serán implantados en cada ser humanos que caiga bajo su control. 

No puedo comentar mucho más sobre la fermentación psicológica de todos estos disparates, pero si creo evidente la necesidad de una advertencia: el caudillo ha sido derrotado, pero el monstruo vive. La sociedad estadounidense–y el mundo–se ha salvado por hoy de un peligro gravísimo e inminente: la consolidación del trumpismo en el aparato del Estado más poderoso del mundo.  Se trata de un movimiento que ha causado ya cientos de miles de víctimas, desde los muertos porque al líder y sus secuaces les pareció “conveniente” adoptar una política de “inmunidad de manada”, que no es sino un genocidio disfrazado de estrategia, hasta los cientos de niños separados de sus padres para “castigar” a los buscadores de asilo. Ha habido ya muertos en incidentes violentos atizados por el caudillo, para quien un violento nazi es moralmente equivalente [“gente buena en ambos bandos”] a un manifestante pacífico contra la injusticia racial. 

Así que el mundo civilizado, que ha vivido estos últimos años con la respiración contenida y el pulso irregular, siente que el fin de la pesadilla ha llegado, y celebra. No creo que antes se haya visto que doblen campanas y se lancen fuegos artificiales en partes lejanas del mundo por un resultado electoral en Estados Unidos.

El monstruo vive

Pero no hay que engañarse, el monstruo vive.  La bestia fascista ha sido derrotada a un costo comparativamente bajo, si se tiene como referencia el horror del siglo XX. Sin embargo, el monstruo vive precisamente porque la batalla ha sido abreviada y las instituciones de Estados Unidos, golpeadas como están, permitieron que el asedio no pasara de las murallas: la estructura descentralizada del sistema electoral, y lo que queda de independencia en el sistema judicial, más la alarma de la prensa libre y el terror de gran parte de la población a la pandemia y al autoritarismo, permitieron que el líder actual del movimiento colapsara.  Por hoy. Pero el monstruo vive. Y en el negacionismo que busca, ilusamente, perpetuar en la imaginación el régimen, más allá del 20 de enero de 2021, y más allá de cualquier expectativa racional, subsiste la semilla de una nueva floración venenosa. ¿Será un retorno del actual caudillo? ¿Será algún heredero que recoja el manto del profeta caído?

Esta última alternativa no puede, por supuesto, descartarse: el caudillo ha despertado un movimiento, el movimiento se ve a sí mismo como último bastión, como última línea de defensa, como barrera entre la vida y la muerte.  ¿Y la primera? Tampoco puede descartarse. El caudillo tiene sobre el antiguo partido Republicano un poder desmedido. Su ejército de seguidores es inmenso.  

Si logra preservar la narrativa de fraude, seguirá siendo, a ojos de estos, el líder indiscutible y el representante más puro de su causa. Los políticos Republicanos en el Senado y en gobiernos Estatales y locales tendrán que caminar en puntillas para no ofenderlo.  El líder parece estar dispuesto a seguir, en el peor de los casos, “gobernando desde abajo” en su partido. 

“¿Tu quoque fili mi?”

Esto es importante, relevante, y peligroso para el país, especialmente si los Demócratas no consiguen ganar las curules aún no adjudicadas en Georgia. De perderlas, y quedar en mayoría los Republicanos, será muy difícil para el nuevo presidente lograr acuerdos que le permitan sacar al país del abismo.  Por otro lado, siendo la naturaleza humana lo que es, es posible también que surjan Liberatores en la facción Republicana, y que los días (políticos, o en libertad) del caudillo terminen en la pena de un “¿tu quoque fili mi?”. Esto puede ocurrir de muchas maneras—la astucia de los zorros del poder es siempre un espectáculo—y quizás todo lo que tengan que hacer sea retirar a los guardas del César con la mayor discreción. Al César lo busca la justicia.

*Tomado de Revista Abril