Opinión / Ensayos · 18/08/2022

Crónica de una muerte anhelada

La Revolución Agrícola (10 mil años atrás), es la génesis de lo que hasta hoy seguimos experimentando; radicales cambios, división de intereses, acumulación de riquezas y conocimientos y creación de centros de poder; inauguró el sedentarismo, estableció la propiedad privada y dio origen a la familia, creó ciudades y estimuló el comercio. Pero, todo ello no vino solo, la creatividad humana produjo sus propios desatinos, tejiendo manipulaciones, intereses perversos y la prevalencia de unos sobre otros; no se hizo esperar una secuela creadora de idolatrías, apegos y promesas de felicidad después de la muerte. Espiritualmente, la humanidad giró su pensamiento hacia una existencia menos efímera, y de ahí la quimera de la vida eterna, de eso se encargó la religión; la nuestra fue politeísta, vinculada a la naturaleza y creyente del caudillismo, cuando el cacique moría, sus servidores más cercanos deseaban ser enterrados con él, así gozarían de los placeres de la vida eterna, junto al gran líder.

2022, el líder se hunde en su mullida cama, ahogado en medicamentos de última tecnología y creados por el imperialismo, piensa que esa es la historia de todo líder real, el Ché murió con las botas puestas, unas botas imperialistas, diseñadas en París y cosidas a mano por un zapatero judío, protegido del propio Führer; así funciona el mundo, pensó. En el silencio de la noche, rodeado de un sistema de protección y vigilancia, creado y diseñado por especialistas rusos enviados por el mismo Putin, su gran líder, el hombre que lo llevaría a dirigir la última revolución continental, la que reduciría a Fidel a casi nada, y a él lo haría capaz de asaltar el cielo; tenía el pensamiento recurrente de que Diriangén, Estrada, Zeledón y Sandino podrían ser sus símiles, aún con sus errores y debilidades; pensaba también en Fonseca, Pomares, Rugama, Buitrago y Camilo, que lejos de alcanzar su estirpe, entendieron que tenían que echar su vida por delante para lograr que él, el gran líder, traspasara todo límite humano mortal, seguramente su último pensamiento lo dedicaron a él, con la felicidad de saber que su líder seguiría vivo hasta la eternidad.

Todas las alarmas sonaron, todo fue muy rápido, apenas alcanzó a oír las conocidas voces de su consorte y descendientes directos, el susurro común que logró identificar decía, «¿y ahora qué vamos a hacer?»; el líder logró en su último pensamiento, imaginar el vacío que dejaría, no sólo en la mal agradecida tierra que lo vio nacer, sino en el planeta, «¿qué será de Rusia y China sin mí?», no logró acuñar otro pensamiento, el desvanecimiento del viaje sin retorno tocó su puerta…y se apagó.

«Nunca pensé vender tantas banderitas rojinegras», «vendí todas las camisetas, y no hay más», «si hubiera sabido, hubiera encargado unos mil posters más», «creo que es muy tarde para dar a hacer los llaveros y tazas para café»; las principales intersecciones de Managua, convertidas en puntos de venta ante la falta de empleo y el alto costo de la vida, amanecieron activísimos, las ventas se dispararon a límites increíbles, todo aquello que llevara rojinegro o la imagen del gran líder se vendía como pan caliente; la ciudad entera se agitaba, todos se preparaban para despedir al último (¿?) gran líder; soldados y policías abandonan sus cuarteles, armas y uniformes; los empleados públicos de cierto rango, escribían apuradamente sus cartas de renuncia; ministros y diputados se deshacían de credenciales, cartas de felicitación y fotografías de francachelas; los militantes de barrio se desplazaban hacia los departamentos, tratando de recordar el número de teléfono del pariente que alguna vez reportaron como enemigo de la revolución; todo era confusión y la gran pregunta de la noche anterior, pronunciada en El Carmen, retumbaba en todo el país, «¿y ahora qué vamos a hacer?».

El cuerpo inerte del gran líder yacía en su último lecho, su gesto impasible parecía albergar una interrogante, la interrogante clásica del caudillo aclamado, admirado, al que todos querían tocar, como si se tratara de un santo milagroso: ¿quiénes querrán acompañarme en mi último viaje?; pero aquella aglomeración de gente, llegada desde todos los rincones del país, se arremolinaba alrededor de aquel espléndido ataúd, digno de un soberano, y todo el que lograba verlo se retiraba raudo con un sólo pensamiento: «no hay duda…murió». Mientras, aquella nonagenaria señora, con su sabiduría ancestral, contempló el despojo del líder, y se dijo a sí misma, «de niña vi al gran General, muerto y tendido, con su uniforme lleno de medallas; hoy veo al comandante, y recuerdo su agresivo discurso, pero igual, muerto y tendido; hasta los gestos de la gente son los mismos, lucen compungidos, pero a mí, no me engañan…hoy celebran estos hijosdeputas».

Ezequiel Molina

Agosto 18, 2022.