Opinión / Ensayos · 01/05/2021

El hombre que tenemos enfrente

El hombre que tenemos enfrente en el gobierno, si no es suficiente razón para la unidad de la oposición, es muy difícil imaginar cuál sería otra razón.

En abril de 2018, Ortega perdió por primera vez las calles. Recuérdese el “gobernar desde abajo”, en que ejercía su monopolio, al cual no le amilanó ni siquiera la muerte del Subcomandante de Policía Saúl Álvarez Ramírez en 1993. Por tanto, usó entonces diversas opciones, desde el “vamos con todo”, que da un ejemplo de su catadura moral.

En esos días, el pueblo con sus diversos sectores dominaba las calles y se alzaron diversos tranques defensivos frente al “vamos con todo”, y los CPC estaban agazapados en barrios y comarcas. Entonces, Ortega pidió un diálogo nacional a la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN), a la cual no recibía, pese a gestiones de la CEN, desde que en mayo de 2014 le había enviado una carta manifestándole preocupación por el curso que llevaba Nicaragua. Ese diálogo nacional solamente sirvió para que Ortega organizara un discurso, el famoso golpe de Estado, reagrupara sus fuerzas y lanzara una ofensiva sangrienta que terminó con toda resistencia cívica.

Cuanto se sintió dueño de la situación en el segundo semestre de 2018, Ortega expulsó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), al Grupo de Expertos Interdisciplinarios de Expertos Independientes (GIEI), al Mecanismo Especial de Seguimiento para Nicaragua (MESENI) y a la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos.

Algo semejante ocurrió en enero de 2019. El 23 de ese mes visitó Nicaragua una delegación del Parlamento Europeo, encabezado por Ramón Jáuregui, y Ortega recibió privadamente a una delegación de alto nivel del Departamento de Estado. Se trataba de Micheal McKinley, Asesor Principal del Secretario de Estado, Mike Pompeo, y Julie J. Chung, Secretaria Adjunta del Hemisferio Occidental. En la ocasión, eliminó los “rotonderos” y disimuló el Estado policial. Entonces, era inminente la caída de Nicolás Maduro en Venezuela, por la declaratoria de vacancia del Jefe de Estado, de la Asamblea Nacional controlada por la oposición, y la asunción de Juan Guaidó como Presidente en Funciones. Ortega convocó al segundo diálogo nacional, el cual terminó después que el peligro del derrocamiento de Maduro había cesado cuando fracasó la insurrección cívica-militar el 30 de abril, en que solamente se alcanzó la liberación de Leopoldo López.

Bajo esa presión y amenaza de la inminencia de caída de Maduro, Ortega accedió en el segundo diálogo a la liberación de centenares de presos políticos y firmó la declaración de garantías políticas personales y colectivas, lo cual no cumplió y en cambio estableció un Estado de Sitio de facto, con extremas medidas represivas que se mantienen. 

En ese contexto, y más allá de naturales diferencias políticas, ideológicas y hasta personales, pocos entienden en Nicaragua y en la comunidad internacional la ausencia de unidad de la oposición, dado el peligro que enfrentamos. Por una parte, esas diferencias son precisamente la democracia que deseamos construir frente a la sangrienta dictadura que enfrentamos. Por otra, la unidad de la oposición no solamente es esperable, sino también condición de superación de esa dictadura.

Hay algunas señales positivas al respecto. El rechazo de todos los precandidatos presidenciales al proyecto de reformas electorales, es uno. La carta firmada por casi medio centenar de organizaciones, incluidas las que integran Alianza Ciudadana y Coalición Nacional, es otro. Muchos artículos, entre otros el de José Dávila de la ACJD, también. Es cuestión de perder el miedo, como dice el poeta afroamericano Langston Hughes en su poema Democracia: “No va a venir la democracia hoy, ni este año ni nunca, si cedemos al miedo”.

*Edmundo Jarquín | El autor es abogado y economista. Fue candidato a la Presidencia de Nicaragua