Opinión / Ensayos · 25/08/2022

Silencio mortal

*Por Francisco Santos | Tomado de Infobae

Se imaginan que Gustavo Petro cierre El Tiempo en Colombia. O que Gabriel Boric hiciera lo mismo con El Mercurio en Chile. O Alberto Fernández con La Nación O Jair Bolsonaro con Folha de São Paulo. Y que un juez le entregara al gobierno de Colombia o Chile o Brasil o a un funcionario de alguno de estos países por una demanda de calumnia los edificios, algunos históricos, donde operan esos medios.

Se imaginan que en Chile, Argentina, Brasil e incluso Colombia, donde ya vivimos algo de esto pero en proporciones menores, asesinaran 15 periodistas en 8 meses. Ante esos casos, la reacción de los medios sería brutal. La reacción de la sociedad civil ni hablar. Y la movilización continental en defensa de la libertad de prensa se sentiría en cada rincón del continente.

Pues bien eso está sucediendo en tres países de la región. En Venezuela el gobierno mafioso de Nicolás Maduro cerró El Nacional y un juez de bolsillo falló un caso de injuria y calumnia y le entregó la sede de este diario a Diosdado Cabello. Lo mismo pasó con La Prensa en Nicaragua donde otro gobierno mafioso, el de Daniel Ortega, siguió el ejemplo de su compañero criminal venezolano.

Y en México, en el gobierno de izquierda populista de Andrés Manuel López Obrador llevan 15 periodistas asesinados en lo que va del año. El último, Fredid Román fundador del periódico La Realidad y columnista del diario Vértice, el lunes pasado.

Aún recuerdo cuando durante un día en 1986 los medios noticiosos de toda Colombia, radio, prensa y televisión no salieron al aire o circularon tras el asesinato del director de El Espectador, Guillermo Cano, por parte de Pablo Escobar. Los noticieros de televisión salieron en negro, los de radio en silencio y los periódicos no circularon. Los jóvenes de hoy, que como dice la vicepresidenta de Colombia Francia Márquez “viven sabroso”, no recuerdan nada de lo que vivió Colombia en décadas violentas anteriores ni mucho menos el narco-terrorismo de los 80′s.

Ante esa amenaza los medios de Colombia se unieron y durante muchos años publicaron investigaciones muy profundas sobre los narcos y su poder que eran iguales en todos los medios y sin firma. El mensaje era claro, no nos doblegamos. Fue un ejemplo único en el mundo y aunque dejó aún muchos más muertos el periodismo libre de Colombia sobrevivió.

Por eso, porque viví ese momento cuando un periodista salía de casa y no sabía si regresaba, no puedo entender el silencio que hay hoy alrededor de estas dos brutales amenazas a la libertad de prensa continental. Sí, hay declaraciones. Sí, hay comentarios. Pero eso no basta. Esto pasa en las narices de los medios, de los Presidentes democráticos y de la sociedad civil que se moviliza por la destrucción de un bosque pero guarda un silencio cómplice frente a la destrucción de una de las libertades fundamentales en la democracia, la libertad de prensa.

Libertad que está ligada a la libertad de expresión que va por el mismo camino con la privatización de este derecho que hoy ejercen Twitter, Facebook, Instagram y demás aplicaciones de redes sociales que cierran una cuenta sin ningún debido proceso y sin ningún tipo de apelación visible.

Pero volvamos a ese derecho hoy en riesgo inmenso, el de la libertad de prensa.

Cómo se le olvida, o se minimiza, a los periodistas y a los medios, incluyendo a los americanos y europeos, lo que fue La Prensa en su lucha contra el dictador Anastasio Somoza. ¿Se les olvida que su director Pedro Joaquín Chamorro fue asesinado por defender la causa de la libertad de expresión y de la democracia?

Para mí escuchar al dictador Ortega hablar de La Prensa decomisada y que se va a volver un centro cultural me produce asco, me genera rabia y me llena de desilusión y de temor por el futuro de nuestras libertades. Al igual que lo sucedido en Venezuela. ¿Dónde estuvo el clamor indignado de Latinoamérica cuando un mafioso como Diosdado Cabello se queda con un edificio que hoy es símbolo del sacrificio de la libertad de expresión?

Y lo de México no tiene nombre. Allí matan periodistas y no pasa nada. El colmo de la intimidación llegó hasta el punto de amenazar a quienes fueron al entierro de uno de ellos. Peor aún, López Obrador sigue intimidando desde su programa a los periodistas, sigue dando el ejemplo de que eso se puede hacer lo que los pone en tremendo riesgo. Es más, el programa de protección para los periodistas que tiene México es un chiste que va de acuerdo con lo que el Jefe de Estado opina sobre el periodismo y quienes lo ejercen. Son dispensables.

De nada sirven los comunicados o las relatorías. O sirven la verdad pero se quedan en pronunciamientos. Es hora de pasar a algo más concreto. Y el ejemplo de Colombia puede ser un inicio. Una suma de medios periodísticos, incluyendo los americanos y europeos, podrían armar una campaña que salga en ellos, en sus boletines y en sus páginas web sobre estos tres temas. Cada vez que asesinen a un periodista lo pongan en 1era página. Y hagan de lo de La Prensa El Nacional un tema editorial de presione a Presidentes y Congresos a no pasar de agache. Se trata de subir el costo de este tipo de actos, facilitar la solidaridad continental frente a este daño que se le hace a la democracia, educar a la sociedad civil y no permitir que estos hechos caigan en el olvido que es lo que los asesinos y los dictadores asumen va a pasar.

Es el peor momento económico pues hoy muchos diarios apenas sobreviven y la radio y la televisión tienen una gigantesca competencia en la web y en los servicios de streaming. La guerra de los clicks es hoy el centro de las disputas por lectores, televidentes o radio oyentes. Pero no olvidemos que los dictadores y los violentos ven en esa libertad la gran amenaza a sus objetivos de control y de éxito económico. Y que los periodistas y los medios son el principal obstáculo.

Si hoy no los defendemos, y estamos haciendo un pésimo trabajo la verdad, nos quedaremos con unas democracias desinformadas, sin medios con credibilidad, con bodegas al acecho de la polarización y el populismo, y con un deterioro de tal tamaño de la capacidad del ciudadano de tomar decisiones informadas que finalmente acabamos sin democracia.

¿Quién le pone el cascabel al gato? Es esa la pregunta del millón. Pero empezar es lo que toca.