Opinión / Ensayos · 18/08/2021

Una libertad que resiste

*Por Antonia Urrejola

Escribo esta entrada después de que, el fin de semana recién pasado, las instalaciones de La Prensa —el último de los periódicos independientes que se distribuía en ediciones impresas en Nicaragua— han sido ocupadas por la Policía y cuando su gerente se encuentra detenido. Además, según los reportes de una sociedad civil local, que no ha cesado de registrar la barbarie, más de 139 personas se encuentran también privadas de la libertad acusadas de cargos infundados y sin garantías de un proceso justo.

Escribo mientras sé que las familias de las víctimas fatales de la crisis siguen sin obtener ni siquiera el anuncio de justicia por los crímenes cometidos contra sus seres queridos; mientras más de cien mil personas han debido huir del país y observan que las condiciones para el retorno seguro no tienen atisbos de ocurrir.

Mientras la escribo, pienso en la forma en la que los equipos de La Prensa lograrán publicar, bajo las condiciones de ocupación física de sus instalaciones, del asedio y vigilancia a la que se encuentran sometidos por estos días. No es más que la intensificación de una situación que han empezado a sufrir hace ya más de tres años, no solo ellas y ellos, sino toda la prensa independiente en el país.

Mientras sigo tecleando, no puedo evitar la idea, propia del mandato que ejercemos comisionadas y comisionados de la CIDH, de que todo lo que ocurre en Nicaragua desde abril de 2018 viola gravemente los instrumentos internacionales aplicables sobre derechos humanos. El sistema represivo desplegado de manera planificada en contra de la población civil nicaragüense, en contra de toda disidencia y protesta social, constituye una grave y persistente crisis de derechos humanos que, como señalara el GIEI Nicaragua, incluye hechos que debieran ser calificados como crímenes de lesa humanidad. Pero eso ya se ha dicho y se seguirá anunciando por las vías institucionales propias de los sistemas internacionales.

Así que vuelvo a tratar de imaginarme cómo será que la gente de La Prensa va a lograr publicar esto que escribo; entonces caigo en cuenta que ese solo hecho será un acto, un símbolo de esperanza, no tanto por el contenido de estas palabras, sino por el hecho de que —si usted las está leyendo— ocurre que un grupo de personas, trabajadoras de la prensa independiente, supo escabullírsele a un oficialismo que, pese a los intentos de censura, no puede evitar estos frutos de la libertad. La libertad humana se ha dado maña para seguir vital y para seguir dando señas de que puede sobreponerse a la tragedia.

Y es que la libertad resiste los embates de la represión. No se trata solo de ideas para subirnos los ánimos en los momentos difíciles que se viven en Nicaragua. La resistencia, la resiliencia de la libertad humana es nada menos que la historia de nuestra región, y es además una realidad palpable en la Nicaragua de hoy mismo.

La crisis nicaragüense de derechos humanos, lo intuimos del trabajo cotidiano en derechos humanos —y un examen posterior y liberado de la urgencia de la crisis lo comprobará— será muy probablemente la mejor registrada en las experiencias comparadas. A veces podría olvidarse, pero ese registro se debe en una parte sustancial a la propia gente de Nicaragua. La información recabada, la exhaustividad, la constancia y los estándares de esa recolección, muestran a una sociedad civil local que, pese a la precariedad que imponen más de tres años de pesada opresión, a la ausencia de recursos y a la desesperanza que a veces parece imponerse por la persistencia de la crisis, permanece activa, organizada, coordinada y alerta.

La vitalidad entonces de la resistencia de la libertad, testificada en la Nicaragua de hoy por las organizaciones de la sociedad civil, no significa la ausencia de miedo y vicisitudes, no significa el despliegue de heroísmos impolutos, como los que suelen mostrar las historias oficiales, sino la perseverancia de personas de carne y hueso que, frente al dolor, la pérdida y las propias precariedades, son capaces de registrar la barbarie, de defender sus derechos y los de las demás personas. Quienes seguimos desde fuera lo que pasa en Nicaragua lo sabemos: eso está hoy más presente que nunca.

Es objetiva entonces la evidencia sobre cómo la libertad humana resiste la represión. También lo es el hecho de que los autoritarismos y la impunidad finalmente ceden ante los procesos democratizadores.

El nicaragüense será un proceso de transición con estándares internacionales más exigentes que nunca antes sobre memoria verdad y justicia; será un proceso en que la propia sociedad nicaragüense, en la determinación participativa de la verdad sobre lo ocurrido, en base a las lecciones aprendidas, fijará las condiciones de su propio “nunca más”, con especial consideración por las víctimas.

Las aproximaciones colectivas en el contexto de los futuros procesos transicionales, sobre lo esencial del pluralismo político y la necesidad de cuidar escrupulosamente la salud de los mecanismos de independencia y control estatal, la relevancia de la memoria de las víctimas como un dispositivo simbólico de prevención de nuevas derivas autoritarias, lo imprescindible de la justicia y verdad para avanzar sin lastres históricos, son asuntos sobre los que la sociedad nicaragüense ya está reflexionando. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha tenido el honor de ser promotora y partícipe de esa reflexión colectiva sobre un futuro en el que confiamos.

Dadas las circunstancias actuales, podría parecer un tanto exagerado este optimismo que avizora el proceso democratizador que ocurrirá, más temprano que tarde, en Nicaragua. Pero créame, es un optimismo reflexivo, basado no solo en la historia regional, sino que en la propia situación actual de Nicaragua. La libertad humana que resiste y la solidaridad internacional que acuerpa —como se dice por esas tierras—, es decir, la semilla del proceso democratizador que vendrá, como ya ha ocurrido tantas veces en nuestro continente, goza de buena salud en Nicaragua.

Prueba de ello es que usted está pudiendo leer estas palabras, escritas en uno de los extremos del continente, a miles de kilómetros de Managua, y publicadas gracias al ingenio y la valentía de periodistas independientes, mientras las instalaciones de La Prensa se mantienen ocupadas por la Policía. La libertad que resiste parece susurrarnos al oído, a modo de antídoto contra la desesperanza y el olvido, lo que en cientos de pequeñas y discretas reuniones de la sociedad civil se pregona: presente, presente, presente.

*La autora es presidenta y relatora para Nicaragua de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.