Opinión / Ensayos · 17/08/2020

Venezuela, Ortega y unidad opositora – Edmundo Jarquín

Al iniciarse el año legislativo, el pasado enero, el Presidente de la Asamblea Nacional anunció que durante 2020 se verían las reformas a la ley electoral. Desde entonces, nada se ha movido, pero no significa que no se darán esas reformas. Pocas semanas después, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia, que ya había surgido en China desde finales de 2019, y los países de Europa y este hemisferio han tenido que ocuparse de la misma. En la medida que han pasado los meses, se han acercado las elecciones de los Estados Unidos, y entre pandemia y esas elecciones que tendrán incidencia en la comunidad internacional, Ortega ha ganado tiempo sin enfrentar el apremio de reformas electorales.

A su vez, Ortega observa atentamente la evolución de Venezuela que enfrentará en diciembre elecciones legislativas, no tanto porque dependa de Venezuela como en el pasado, sino porque en parte su destino está vinculado a lo que ocurra en ese país, pese a sustanciales diferencias entre los dos casos.

Esta semana se han recibido dos noticias relativamente contradictorias de Venezuela, que seguramente no han pasado desapercibidas para Ortega. Primero, la Unión Europea (UE), que había sido invitada al “acompañamiento electoral”, término por cierto tomado del Consejo Electoral orteguista, rehusó hacerlo porque no se reúnen “las condiciones mínimas planteadas por la oposición”. Segundo, la Conferencia Episcopal Venezolana, pese a reconocer “las irregularidades que se han cometido hasta ahora en el proceso de convocatoria y preparación de este evento electoral”, ha llamado a participar en esas elecciones, en circunstancias que los principales partidos de oposición han sido despojados de sus personerías, para entregárselas a zancudos o colaboracionistas del régimen de Maduro.

Hace tres meses comentamos en estas mismas páginas que Ortega ocuparía las reformas a la ley electoral “para dividir a la oposición y a la comunidad internacional”, que respalda el restablecimiento de la democracia. Ortega dará a cuentagotas las condiciones electorales, procurando el mínimo posible, en una interacción con las presiones que reciba dentro y fuera de Nicaragua. Al respecto, la verdadera oposición debería iniciar un diálogo con la comunidad internacional, para acordar lo que serían el mínimo de condiciones, y evitar la división que Ortega buscará.

El caso de Venezuela ilustra en buena parte la situación que enfrentaremos, con el denominador común de regímenes dictatoriales. Entre las diferencias está, en primer lugar, la importancia geopolítica de Venezuela, con presencia vinculada a intereses reales de China, Cuba, Irán y Rusia. Segundo, que la persecución y saña contra la Iglesia Católica en Nicaragua, ha alcanzado cotas inauditas, siendo difícil que la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) llame a votar si no hay condiciones mínimas. Tercero, la situación económica en Venezuela descansa en un solo producto estatal, que Maduro administra a su antojo, mientras nosotros dependemos de una multiplicidad de empresarios grandes, medianos y pequeños, que escapan al control de Ortega. Finalmente, Ortega configuró un sistema de partido único, como en su oportunidad advirtió la Conferencia Episcopal, con varios partidos subordinados, y de la masacre de abril surgieron dos organizaciones, la Alianza Cívica (ACJD) y la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), cuya exclusión en las próximas elecciones, ya sea por acción, negarles personería jurídica, o por omisión, que no hayan condiciones mínimas para una elección creíblemente democrática, profundizará la crisis política y sus consecuencias económicas negativas.

En definitiva, este año para Ortega se posibilitó la compatibilidad entre represión y persecución a la Iglesia, por una parte, con el retraso de las reformas electorales, por otra, pero el próximo año esa compatibilidad será imposible y Ortega enfrentará la realidad que evitó este año, y las consecuencias de su dictadura.