Opinión / Ensayos · 14/03/2022

Algunas reflexiones ante los femicidios atroces en Nicaragua…

*Grupo Venancia

Agresiones sexuales que preceden al femicidio, cuerpos de mujeres desechados en letrinas o basureros, montaje de escenas para hacer creer que fueron asaltos o suicidios… la lista es grande y horrorosa. Solo en este año hemos sido testigos de femicidios atroces que muestran tanta saña, que es difícil imaginar cómo alguien puede hacerle eso a otro ser humano con tanta frialdad y desprecio.

En el 2022 hubo 71 femicidios y 140 mujeres sobrevivieron al ataque de sus agresores (femicidios en grado de frustración), según la organización Católicas por el Derecho a Decidir, quien lleva un conteo a partir de los casos publicados en medios de comunicación y organizaciones.

La sicóloga feminista Ruth Marina Matamoros reflexiona sobre varios aspectos que se repiten en estos delitos. ¿Es el femicida un loco que de repente desató su furia?, se pregunta, y a continuación desmiente estas suposiciones afirmando que no son enfermos porque tienen la capacidad de planear todo el escenario propicio para cometer el crimen y tapar las evidencias.

Además, explica que, por lo general, el agresor mantiene una imagen pública y otra en la vida privada. Por eso no es raro que la gente ‘que lo conoce’ diga que les parece muy raro porque era “buen hombre”, “bien educado y amable”, o que, incluso declaren a su favor dando fe de su “excelente comportamiento”. También menciona el otro caso extremo cuando todo mundo sabe de su conducta violenta, pero no se meten porque son “asuntos privados” de pareja o porque una vez lo hicieron y “ellos volvieron”.  Esto contribuye a la impunidad de los agresores dando de cierta forma el ‘permiso’ de repetir los delitos, apunta.

El horror se aprende

La saña, virulencia y crueldad con que se ejerce violencia hasta matar a una mujer no es un invento, asegura Ruth. Y nos invita a revisar los casos más recientes de femicidios en el país, como el de Henry Javier Molina, quien asesinó a tres mujeres y un niño de la familia de su esposa o el caso de Bismarck Carvajal Zamora quien violó y asesinó cruelmente a su hija, tirándola a continuación en un basurero de Sabana Grande.

Con solo conocer superficialmente los casos está claro que los femicidas planean estas acciones paso a paso y luego usan la fuerza extrema teniendo como escenario los cuerpos de las mujeres. Estos crímenes presentan o exhiben el cuerpo violentado como una forma de aleccionamiento para todas, por eso, en palabras de la antropóloga Rita Segato se convierte en un “acto político”: nos aterrorizan advirtiéndonos a todas lo que nos puede pasar.

Segato explica que el acto de violar no es un acto sexual, sino un acto de poder y dominación que busca “disciplinar a las mujeres” diciéndole simbólicamente “más que persona, eres un cuerpo”.  “La violencia sexual está dentro de esa cultura de aleccionamiento y de usar la intimidad y el cuerpo de las mujeres para darnos una lección a todas, para que nos paralicemos y obedezcamos amoldándonos al papel que se supone debemos tener socialmente: no ser prostitutas, no salir a la calle, no ponernos determinada ropa, entre una larga lista”, añade Ruth.

¿Por qué la palabra de los hombres vale más que la de las mujeres?

En el caso del femicida múltiple ꟷprotegido por su rol de pastor y hombre atentoꟷ, él aseguró ver a una de las mujeres que mató subir a un bus y de la segunda dijo que se había ido con el novio. En general, todo mundo le creyó. ¿Cómo es posible? Debido al machismo que promueve la superioridad masculina, y por eso en muchos casos la palabra de un hombre pesa más que la de una mujer, sostiene la sicóloga. Solo basta leer los comentarios en redes cuando una chavala desaparece para enlistar todos los prejuicios machistas que encubren los delitos y los delincuentes. Ruth comenta que hay un pacto entre hombres para cubrirse entre ellos; en cambio, se duda sistemáticamente de las mujeres.

La sicóloga retoma el análisis de Segato para explicar que cuando los medios de comunicación abundan en detalles escabrosos de los femicidios, “teatralizan” la violencia y el resultado es que la forma en que los hombres matan y desechan los cuerpos de las mujeres sirve para enseñar a otros cómo perpetrar los delitos. “Hace un año la joven de Jalapa es tirada a una letrina, con lo que eso implica simbólicamente, y vemos cómo otros femicidas lo repiten”, analiza Ruth.

“Para enfrentar esta violencia machista tenemos que seguir exigiendo y promoviendo un cambio de la masculinidad patriarcal que socializa a los hombres para no ser empáticos con las mujeres; les dice que ser mujer es ser menos y que para ser hombres de verdad tienen que estar disponibles para la crueldad, que se distancien de sus emociones. Desmontar esos mandatos de masculinidad patriarcal es importante, pero también nosotras no podemos seguir aceptando esa expropiación de nuestros cuerpos”, finaliza.