Opinión / Ensayos · 14/02/2023

Analogías dictatoriales

En el argot político local, una “portátil” es una concentración de personas que muestran apoyo, supuestamente incondicional, al líder de un partido político o al caudillo que detenta el poder, pero es en realidad una movilización de personas que se ven obligadas a asistir a dichos actos, so pena de perder su empleo, no tener acceso a alguna prebenda, o cualquier otra dádiva prometida por el dictador de turno o sus agentes; sobra decir que las motivaciones diversas que tienen los asistentes a dichas marchas, están respaldadas por el presupuesto general de la República y jamás por las arcas rebosantes del dinero mal habido del dictador. Y aquí la primera falla dictatorial de carácter histórico, repetitivo y contraproducente para sus intereses; las masivas concentraciones de las anteriores dictaduras, somocista y sandinista, durante sus últimos estertores, son la prueba irrebatible de que dichas demostraciones de fuerza, son en última instancia, el disfraz de la irreversible anemia política de sus bases y el avanzado grado de putridez de las cúpulas dirigentes.

Debido a su extendida, ilegal e ilegítima permanencia en el poder, las dictaduras optan por   mantener rehenes políticos, sea para descabezar cualquier amenaza a su poder absoluto, o utilizarlos como divisa negociadora que les permita someter a la población el mayor tiempo posible, como es el caso actual, pero es evidente también que el silencioso pero efectivo empuje ciudadano, que con su aparente sumisión, pareciera estar dispuesto a soportar ilimitada y estoicamente los abusos de la dictadura, no pasa de ser un supuesto que el devenir histórico se encarga de desmentir con amplitud indiscutible, y es que los déspotas más connotados y vitoreados -Hitler, Mussolini, Gaddafi, Hussein, entre otros-, terminaron sus vidas de manera dramática, entre fusilamientos, suicidios o linchamientos populares, y al final sus imágenes en la memoria colectiva, no pasan de ser un amargo recuerdo para todos, o casi todos, basta suponer el lugar que ocupan en el imaginario personajes como Somoza en Nicaragua, Chávez en Venezuela o Castro en Cuba. Segundo error.

En materia jurídico-legal, el somocismo superó con creces al sandinismo-fascismo reciente, sólo recordemos que los reos políticos sandinistas durante la dictadura somocista eran acusados de delitos absolutamente punibles, tal es el caso del actual dictador, que fue acusado por asaltar un banco en 1967, y por razones desconocidas, el régimen no añadió otros cargos, por su participación en el asesinato del sargento Gonzalo Lacayo. Ortega sufrió una serie de vejámenes durante sus siete años de encarcelamiento, los que distan mucho de los sufridos por los secuestrados, según su propio testimonio; pero además, la “liberación” de los 222 secuestrados deriva en el delito tipificado como crimen de lesa humanidad, según el artículo 7 del Estatuto de Roma, al referirse a la “deportación o traslado forzoso de población”. Tercer error.

Confiar en la palabra del establishment político de Washington es sumamente peligroso, y siendo Ortega un viejo zorro en esas lides, debe saberlo, pero el altísimo grado de vulnerabilidad de la actual dictadura, principalmente en materia económica, debido a su dependencia de las instituciones financieras “imperialistas”, y al casi nulo apoyo de sus amigos promotores de la multipolaridad -léase China y Rusia principalmente-, no le dan otra opción que la negociación con la administración Biden, y colateralmente con la Unión Europea, a fin de bajar las tensiones y crear las condiciones que le permitan mantenerse en el poder, ya sea “desde arriba” o “desde abajo”, y valga aclarar que en la segunda opción demostró, durante dieciséis años, ser un “especialista”, lo que ahora le resultaría más fácil debido a su inmensa fortuna, su control sobre el ejército y la policía, y su efectivo maridazgo con la oligarquía financiera y agroexportadora; y aquí podría caber la frase del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt (1933-1945), cuando sus asesores le dijeron que Somoza García era “un hijo de perra”, a lo que Roosevelt respondió sucintamente, “Es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”, dando a entender que no importa lo malo que haga, lo importante es que no es parte nuestra, por tanto, el mal causado se convierte en tolerable. Y aunque la dinastía no logró ser fulminada bajo las balas disparadas por el poeta Rigoberto López, es de sobra conocido que el último de los Somoza fue virtualmente abandonado por el gobierno norteamericano. Cuarto error.

Evidentemente la ecuación actual no es una repetición exacta de hechos del pasado, ya que Ortega cuenta actualmente con un desmedido, efectivo y público apoyo de la cúpula empresarial que aglutina y representa a los más connotados empresarios y banqueros del país, pero además cuenta con la disfrazada complicidad de la jerarquía católica. Sin embargo, Ortega no las tiene todas consigo, porque el pueblo de Nicaragua ha identificado claramente quienes son sus enemigos, públicos o encubiertos, y eso seguirá siendo mucho más grave que todos los errores cometidos en conjunto. Los desenlaces, generalmente abruptos, de complejas condiciones históricas, son inevitables.

Ezequiel Molina

Febrero 13, 2023.