Opinión / Ensayos · 18/04/2023

El inicio…

Primera semana de abril del dos mil dieciocho el criminal dictador permitió que un incendio devorara gran parte de la Reserva Indio Maíz ante los ojos del mundo. Despreció ayuda de especialistas brindada del exterior. Hizo su reforma al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (Inss) de forma inconsulta perjudicando a más de 280 mil ancianos (jubilados). Luego mandó a sus turbas a “garrotear” a los viejitos en plena luz del día y ante cámaras de televisión. Los estudiantes eso ya no lo toleraron…

Minutos después, en el corazón de Managua, los asesinos Daniel Ortega y Rosario Murillo lanzaron a su policía personal con fusil en manos y miembros de la juventud sandinista con garrotes y tubos a quebrar el alma de los estudiantes. Eso también lo recogió el periodismo nacional y extranjero.

Subsiguientemente los estudiantes de la Universidad Politécnica (Upoli), Unan-Managua, Universidad de Ingeniería (Uni), dijeron presente en calles vecinales a sus centros de estudios. El sanguinario dictador no dudo en lanzar a su policía personal y comenzaron a caer estudiantes con balazos en las cabezas. Habían surgido francotiradores de la dictadura armados por el ejército, también propiedad de Ortega y Murillo.

Poco después serían familiares de estudiantes los que, solidarios con lo mejor de la patria, comenzaron a poner tranques vecinales a las universidades ante la represión de los uniformados con órdenes de disparar a los jóvenes desarmados. El incremento de la represión por parte de los asesinos usurpadores del poder no se hico esperar. Continuaron asesinando jóvenes,

Monimbó en Masaya, Jinotepe, Diriamba sin invitación alguna se lanzaron a las calles y surgieron los tranques por doquier a fin de defenderse de la escalada violenta de la guardia orteguista. Luego sería todo el país que se paralizó.

Un diálogo primario permitió al dictador y dictadora recomponer sus fuerzas sorprendidas de un despertar nacional. Serían conocidos exmilitares los que reclutarían a muchos exmiembros del Ejército sandinista y ministerio del interior con falsas promesas. Ya, en el parque japonés de la capital, a puertas cerradas, Fidel Moreno, el esbirro mayor de la pareja criminal, bajaba la única orden, por el momento, de Daniel y Rosario: “Vamos con todo”. Es decir, vamos a matarlos a todos.

La “operación limpieza” daba sus primeros pasos en un supuesto ambiente de diálogo en busca de solucionar la grave crisis que embargaba al país. El incendio de la Reserva Indio Maíz y la agresión a los ancianos fue el detonante de la insurrección de abril de dos mil dieciocho. Después de la brutal masacre ante los ojos del mundo los dictadores rompieron el diálogo, ya no era necesario. Se habían impuesto bajo el imperio de las armas. Un país entero desangrado.

Luego, con casi cuatrocientos asesinados, centenares de desaparecidos y las calles llenas de sangre, luto y lágrimas, Ortega y Murillo comenzaron la segunda etapa criminal: La cacería. Uno a uno fue siendo secuestrado de forma ilegal decenas y decenas de opositores. Las cárceles resultaron pequeñas para semejante avalancha en su mayoría jóvenes.

En ese corto período Ortega y su mujer diabólica inventaron el guion jamás creído a nivel nacional e internacional: ¡Golpe de Estado! Olvidándose que esos fenómenos solo los realizan las fuerzas armadas y aquí, en Nicaragua, durante y después de abril del dos mil dieciocho, las armas siempre han estado en manos criminales del orteguismo.

Las elecciones presidenciales del siete de noviembre del dos mil veintiuno puso al descubierto, una vez más, el carácter fraudulento de todo el aparato electoral controlado por la dictadura bicéfala. Previo a este amañado ejercicio la cárcel encerró a todos los aspirantes a la silla presidencial. Encuestas serias aseguraban que ortega perdería el control político si se realizaban elecciones libres y observadas. El fraude se consumó ante la opinión nacional e internacional. Se impuso Ortega y su mujer.

Luego el dúo dictatorial asaltaría mediante fraudes electorales municipales los ciento cincuenta y tres municipios de la nación nicaragüense. El control total lo había logrado ortega mediante asesinatos, violaciones a la constitución, leyes menores, represión, destierro y cárcel.

Fue hasta el nueve de febrero del corriente, mediante presión internacional, que la dictadura desterró a doscientos veinte y dos secuestrados políticos a Estados unidos no sin antes arrebatarles la nacionalidad nicaragüense y robarles sus bienes materiales a lo interno del país. Igual cosa harían, horas después, con noventa y cuatro nicaragüenses que huyendo de la criminal represión habían logrado exiliarse en diversas naciones del mundo.

A cinco años de la necesaria insurrección de abril la lucha no se detiene. Exiliados, desterrados, diáspora y solidaridad militante de países amantes de la democracia coadyuvan en esta lucha cívica. A lo interno del país la represión de la dictadura no descansa, menos que descanse la resistencia de catacumbas la cual hace su trabajo de hormiga esperando el momento oportuno, en combinación con las fuerzas de oposición en el exterior, para dar el golpe final cívico a este sistema criminal condenado por el mundo civilizado.

*Rosario Peralta Guadamuz