Los resultados electorales de la contienda presidencial guatemalteca del domingo recién pasado, muestran la creciente tendencia del desencanto generado por una cada vez más repudiable clase política, y esto no es un fenómeno particularmente centroamericano, es una tendencia global que día a día se profundiza, y parece encaminarse al agotamiento total de esa arista de la vida republicana, o al menos de la forma en que se define teóricamente; y es que para llegar a ser un prominente miembro de un partido político, al menos en este sub continente, se necesitan algunos atributos personales diametralmente opuestos a conceptos como integridad, ética y honradez.
Los partidos políticos se han convertido en reductos de repartición de puestos públicos, tráfico de influencias y groseras manipulaciones del sistema de justicia, pero también en centros donde se urden los más perversos planes para cooptar a los cuerpos de seguridad, desnaturalizando su misión, convirtiéndolos en verdaderos aparatos represores y cómplices de la inseguridad ciudadana; Nicaragua es el ejemplo más dramático de la capacidad destructiva que puede llegar a alcanzar un partido político, cuando el FSLN diseñó la extinción paulatina, pero profunda, de toda fuerza política que pudiera impulsar la participación ciudadana, la democracia representativa y el relevo generacional; y eso los incluyó a sí mismos.
La respuesta ciudadana en abril de 2018, frente a los abusos de Ortega y su camarilla, denominada generalmente como una movilización auto convocada, fue en realidad la respuesta al hartazgo ciudadano frente a una cada vez más abusiva mafia política encabezada por Ortega, pero que también incluía a otras fuerzas políticas; prueba de ello es que una vez que fueron apareciendo en las fallidas negociaciones con la dictadura, diversos personajes identificados como políticos de oficio, y a la par de ello la dictadura elevó la parada de violencia, asesinando a centenares de ciudadanos, la protesta se desinfló y al final fue aplastada por las fuerzas paramilitares, militares y policiales al servicio de Ortega.
Nicaragua no sólo se encuentra acorralada por una dictadura genocida, sino también por la falta de un liderazgo con legitimidad y fuerza suficiente para lograr cerrar este capítulo de vacío de poder, porque la dictadura basa su ejercicio del poder en la coacción, y la experiencia histórica evidencia que su extinción será, seguramente, súbita y permanente. Los pequeños feudos que se pretenden construir alrededor de pequeños grupos opositores, en donde cada uno apuesta a la toma del poder político, carece de una estrategia lógica; estos grupos están obligados a unificarse y lograr articular un movimiento que goce de la confianza ciudadana, y no volver a desperdiciar la oportunidad histórica de una transformación que conduzca al país a la consolidación de un modelo democrático que salde la deuda política, económica y social de una vez por todas. Los profesionales de la política saben como lograr la unidad, los ciudadanos estamos expectantes de sus acciones.
Ezequiel Molina
Junio 27, 2023