Opinión / Ensayos · 26/04/2024

¡Es el sectarismo, estúpido!

*Humberto Belli

¿A qué se deben nuestras desgracias políticas? El profesor Andrés Pérez Baltodano, en un artículo del jueves pasado que todo el mundo debería leer (“¡Es la visión política, estúpido!”) expresa que un primer paso para desarrollar una visión que ayude a unificar a la oposición es buscar “una explicación/interpretación, de nuestros problemas y sus causas”.

Es una buena sugerencia que exige hurgar nuestra historia. Al hacerlo podemos comenzar identificando uno de los problemas que más han dañado al país; el sectarismo; la adhesión fanática a un partido caracterizada por la intransigencia y la intolerancia. Desde muy temprano este síndrome asoló Nicaragua manifestándose en el antagonismo entre León y Granada o entre liberales y conservadores. El historiador nicaragüense Gámez retrata bien el espíritu localista de entonces: “Todo leonés… se considera liberal desde su nacimiento… todo granadino, desde la cuna, era considerado como conservador hasta la muerte… los pueblos pertenecían ciegamente a Granada o León, estando prontos a derramar su sangre en defensa de una u otra ciudad”.

Corolario del sectarismo fue y sigue siendo la pérdida del sentido nacional; la conciencia de pertenecer a una hermandad o colectividad superior, la nación, que está por encima de los intereses partidarios. Lo captó el visitante francés Pablo Levi a finales del siglo 18: “Dada la extraña costumbre de que en Nicaragua cada ciudadano… nace por decirlo así, afiliado a un partido, arriesga su vida… únicamente por no soportar la humillación de ser gobernado por el partido contrario, aunque éste hiciera el bien del país…” ¡Qué desgracia!: que liberales y conservadores amaran más sus respectivas banderas, la roja y la verde, que la azul y blanco de su patria.

David Hume había advertido proféticamente las trágicas consecuencias de este espíritu. “Cuando los hombres militan en una facción, son capaces de olvidar, sin vergüenza ni remordimiento, los dictados del honor y la moral, para servir a su partido… Las facciones subvierten el gobierno, hacen las leyes impotentes y engendran las más fieras animosidades entre hombres de una misma nación… y lo que debería hacer más odioso a los fundadores de partidos es la dificultad para extirpar tan mala hierba una vez que arraiga en un Estado. Se propaga de un modo natural durante generaciones, y rara vez concluye sino con la total desintegración del gobierno en que fue sembrada”.

Nicaragua, efectivamente, estuvo muy cerca de su desintegración definitiva. En su primera etapa, desde la independencia en 1821, hasta la guerra nacional de 1856, los conflictos sectarios produjeron seis guerras civiles y la destrucción de joyas coloniales como León y Granada. En 1857, durante la guerra nacional, el país casi cayó en las guerras de William Walker. No ocurrió gracias a que el 12 de septiembre de 1856 liberales y conservadores firmaron el llamado Pacto Providencial. No fue sino hasta entonces que, por primera vez, como diría el ilustre Pablo Antonio Cuadra, “el nicaragüense experimentó el sentimiento del ‘nos’ nacional, o el sentimiento de la nicaraguanidad, como una identidad capaz de superar sus diferencias particulares y hermanar a todos”.

Parecía marcharse hacia un nuevo horizonte. Tal vez ahora el drama de la guerra nacional cimentaría este brote tierno de sentimiento nacional. El país entró entonces en lo que llamó la República Conservadora (1857-1893), período de paz excepcional en el que cinco de sus presidentes entregaron la banda presidencial al final de su período. Pero, como advirtiera Pablo Antonio Cuadra: “En esos mismos treinta años el sentimiento tribal de los partidos y localismos sólo estaba adormecido bajo una capa delgada de legalidad republicana”.

El sectarismo despertó con furia tras la llegada violenta al poder del general liberal Zelaya. Sometió a contribuciones forzosas y humillantes a las familias conservadores y volvió a convertir al ejército en brazo armado del partido liberal. Esto produjo numerosas rebeliones hasta su caída en 1909 en que los conservadores, con el apoyo decisivo de EE. UU. volvieron al poder. Pero de nuevo el sectarismo: los considerados zelayistas fueron excluidos de la participación política.

Una excepción prometedora ocurrió cuando el presidente constitucional, Carlos Solórzano, integró a varios liberales a su gabinete. Pero fue demasiado para el espíritu sectario del caudillo conservador Emiliano Chamorro quien le dio un golpe de Estado en 1925 y, a continuación, convirtió la Constabularia, la fuerza armada neutral que habían formado los EE. UU antes de salir en 1925, en el brazo armado de su partido.

Decepcionado, el embajador estadounidense Charles Eberhardt escribiría: “Es evidente que no ha llegado aún el tiempo, si es que llegará alguna vez, en que tendrá éxito en Nicaragua una guardia militar no partidaria… Simplemente no se la desea. Sea conservador o liberal el presidente, insistirá en que la organización esté compuesta por miembros de su mismo partido”.

¿Siguen vigente estas palabras escritas cien años atrás? Eso será el tema —Dios mediante— de futuras reflexiones.

*El autor fue ministro de educación y es autor del libro “Buscando la Tierra Prometida, historia de Nicaragua 1492-2019”, en el cual se abordan estos temas en profundidad. Está disponible en librerías locales y en Amazon. Sus ensayos se enviarán sin cargo alguno por e-mail a quien lo solicite a  humbertobelli45@gmail.com

*Artículo de opinión publicado originalmente en La Prensa