*Por Dany G. Díaz Mejía | Tomado de Gato Encerrado
Ahora le toca a Honduras hacer algo por la democracia nicaragüense, y no por quien la corrompe.
Cada vez que escucho la canción Nicaragua, Nicaragüita de Carlos Mejía Godoy pienso en ese primer viaje que hice a Nicaragua en enero del 2010 como estudiante universitario.
Lo primero que aprendí fue que el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó al dictador Anastasio Somoza en 1979. La gente con la que hablé lo recordaba como un triunfo que se celebró cantando. Así fue como supe de Nicaragua, Nicaragüita, una de las canciones que capturó esa efervescencia. Es una suerte de oda al amor por Nicaragua y que dice en uno de sus versos «Pero ahora que ya sos libre, yo te quiero mucho más». Hasta ese momento era impensable que se pudiese derrocar a un tirano en Centroamérica.
Una de las primeras acciones del gobierno sandinista fue lanzar una campaña nacional de alfabetización que dirigió el jesuita Fernando Cardenal. Aproximadamente cien mil voluntarios fueron a lugares remotos de Nicaragua, se quedaron a dormir en hamacas y utilizaron metodologías de educación popular para enseñarle a leer a la gente. Se estima que la campaña logró reducir el analfabetismo del país del 50.35 % al 12.96 %. La campaña tuvo muchos retos, incluyendo el asesinato de voluntarios por los «Contras», el grupo paramilitar financiado por Estados Unidos y en parte entrenado en la base militar de El Aguacate en Olancho, Honduras.
En ese viaje tuve la oportunidad de conocer al Padre Fernando. Habló de cómo comenzó el proyecto sin presupuesto, de cómo para él, el proyecto revolucionario estaba conectado con su fe, y de cómo el sueño había ido pervirtiéndose por la corrupción del partido Sandinista. Antes de terminar su charla, nos dijo que estaba absolutamente convencido de que los jóvenes volverían a las calles.
En la montaña de Estelí una señora recordaba esa campaña de alfabetización. Decía que fue necesaria una insurrección para que la gente del campo fuera tratada con dignidad humana. Hospedó un grupo de estudiantes por más de cinco meses en su casa. Luego los «Contras» llegaron a su aldea. Releo sus palabras en mi diario, «Todo se nos convirtió en lágrimas. Tuvimos que dormir en el monte y los niños se nos morían ahí». Después de que compartió su historia nos invitó a su casa. Esa noche nos quedamos bailando y cantando hasta muy tarde.
Yo tenía 21 años y pocas veces me había sentido tan orgulloso de ser de un lugar rural. En los libros de historia las aldeas de Honduras aparecían como lugares pasivos, periferias amorfas que no pintaban nada en nuestro destino colectivo. Pero esa noche pude ver de cerca cómo una señora, que podría haber sido mi mamá o mi vecina, se la había jugado por el sueño del país en el que quería vivir. Un sueño del que ella era protagonista, un sueño que tantas personas cantaron con Nicaragua, Nicaragüita y que yo también canté esa noche.
Doce años después ya nadie puede cantar Nicaragua, Nicaragüita.
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, han corrompido el sueño de la revolución sandinista modificando la constitución para perpetuarse en el poder, adueñándose de todos sus símbolos, disparando a matar contra manifestantes el día de la madre del 2018, encarcelando a candidatos opositores en el 2021, deteniendo a 205 presos políticos en condiciones de tortura, y creando una poderosa red de grupos paramilitares, cuyo rol es vigilar cualquier indicio de disidencia a nivel comunitario.
La profecía del Padre Cardenal se cumplió: los jóvenes salieron a las calles en el 2018 para pedir reformas, pero fueron reprimidos. Ahora el gobierno está dado a la persecución y secuestro de líderes de la Iglesia Católica como Rolando Álvarez, Obispo de Matagalpa, que se ha negado a callarse ante los abusos de los Ortega-Murillo.
Por su parte, el gobierno de Honduras le otorgó un reconocimiento a Daniel Ortega por su apoyo a la democracia hondureña durante el golpe de estado del 2009.
Entiendo el querer agradecer a quien te ayudó en un momento difícil, aun cuando tu benefactor es un personaje con sombras.
Mi papá fue un alcohólico violento, pero cuando mi vecina se quedó sin comida, él la ayudó. Una noche tuvimos que salir corriendo de casa y escondernos de nuestro papá en la casa de mi vecina. Él llegó a buscarnos. Mi vecina tenía que decidir si pagarle el favor a mi papá significaba decirle que estábamos ahí o si ser una vecina consistía en protegernos. Ella nos protegió.
Por eso me parece un desacierto que la presidenta de Honduras use su capital político para honrar a un gobierno cuya represión llevó a la muerte de 355 civiles en el 2018. Porque hay maneras de ser buenos vecinos, sin avalar la violencia de Daniel Ortega. El gobierno hondureño podría abogar por los presos políticos u ofrecerse a mediar algún tipo de negociación.
Ahora le toca a Honduras hacer algo por la democracia nicaragüense, y no por quien la corrompe. Ahora nos toca a nosotros ser buenos vecinos, para que una vez más se pueda volver a cantar Nicaragua, Nicaragüita.
*Hondureño, licenciado en ciencias políticas por la universidad de John Carroll, máster en políticas públicas por la universidad de Carnegie Mellon (EE. UU.), y consultor en temas de evidencia en políticas públicas en Honduras, Guatemala y El Salvador. Facilitador de talleres de liderazgo para jóvenes en América Latina. Apasionado de la libertad de expresión en Centroamérica. Autor de La Quebrada. Correo electrónico: ddiazmejia@alumni.cmu.edu