Lo sucedido en 1989, con las votaciones que derrotaron al sandinismo, y en 1990 con la asunción de la Unión Nacional Opositora en abril del 90, son hechos relatados con una fuerte carga de parcialidad e intereses creados. Hasta hace pocos años se reconoce como una guerra civil la protagonizada por el Ejército Popular Sandinista y la Resistencia Nicaragüense, todavía hay versiones que niegan el conflicto como parte del ajedrez geopolítico de la llamada Guerra Fría, también se reconoce tímidamente la inviabilidad de la aplicación del recetario del llamado Consenso de Washington a través de las medidas económicas neoliberales, además, se reconoce desde lo políticamente correcto el pacto entre sandinistas y la administración Chamorro a través del Protocolo de Transición, mismo que oxigenó la operatividad de Ortega para “gobernar desde abajo”. Todo eso y más, es lo que nos mantiene en el actual estado de cosas, el que pareciera prolongarse más allá de lo imaginable.
Visto lo sucedido en Venezuela con el reciente proceso electoral, vale la pena una calistenia mental de lo que pasaría en Nicaragua si se siguieran las recomendaciones de algunos profesionales de la política, quienes pregonan la necesidad de un cambio a través de elecciones, con la participación del eterno candidato del sandinismo. Basta enumerar el control total y absoluto del candidato sobre la policía y la guardia sandinista, el control total e irrestricto sobre el Consejo Supremo Electoral, el uso indiscriminado de los recursos del Estado, incluyendo a los servidores públicos, para llevar adelante su campaña política, la existencia de una fuerza paramilitar criminal respaldada por los órganos de seguridad, el control de todos los medios de comunicación y la supervisión y vigilancia del proceso con participación de Rusia, Cuba y Venezuela como garantes de la transparencia del proceso.
Planteada esa ecuación, los resultados son predecibles. La salida de Ortega y familia del poder, es condición indispensable para que Nicaragua pueda ejercer su derecho al voto con verdadera libertad. Los factores que vulneran la estabilidad del régimen siguen su inexorable camino: la resistencia ciudadana silenciosa que conspira desde sus casas, el repudio de servidores públicos que aumenta día a día, el policía y soldado que quiere abandonar el cuartel cuanto antes, el crecimiento de una militancia que reconoce la inviabilidad del sistema, y sobre todo, el aumento imparable de alimentos y artículos de primera necesidad que hunde cada día más en la pobreza y la desesperanza a millones de nicaragüenses. Es cuestión de tiempo, pero se pudieran dinamizar procesos, tanto dentro como fuera del país, que aceleren la caída de los mafiosos atrincherados en El Carmen.
Ezequiel Molina
Julio 30, 2024
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