Opinión / Ensayos · 06/08/2024

Tía Chus (retrato de la valentía)

*Manuel de la Iglesia-Caruncho | Economista

Aunque es más habitual reseñar un libro o comentar una película, en esta ocasión me permitirán que me haga eco de un relato que es una obra de arte. Su autor, Nacho Carretero, lo publicó hace años en la primera temporada de la Revista Orsai con el título: “Mi tía Chus”. 

Debo decir que en mi juventud traté a la madre de Nacho -éramos de la misma pandilla- y conocí a sus hermanos, los tíos y tías de Nacho, incluyendo a Chus quien, si recuerdo bien, ocupaba un lugar intermedio, por edad, entre ellos. A quien no tengo el gusto de conocer es a Nacho. Tal vez algún día se presente la ocasión de expresarle cuánto me gusta como escritor y como persona.

Y ahí va mi versión resumida de su relato. Está escrita con humildad, pues el texto original es insuperable:

Chus nació hace algo más de sesenta años. Nacho nos recuerda que, en aquella época, las personas con síndrome de Down eran conocidas como “anormales”, “subnormales”, “deficientes” y “mongólicos”. Hoy puede parecernos increíble pero era así, y los consejos de que a esas personas se las mantuvieran medio encerradas en sus casas para que no avergonzaran a sus familias no eran infrecuentes.

Los abuelos de Nacho decidieron que a su hija no la iban a confinar entre cuatro paredes y comenzaron una búsqueda que les condujera a algo mejor. Descubrieron entonces que existía una “Asociación de Familiares de Personas Anormales”, con ese nombre, en Valencia. Allá se encaminaron, y regresaron a Coruña con la idea de fundar una asociación igual.

Y se producen entonces dos momentos especialmente emocionantes en la vida de los padres de la Tía Chus. El primero después de la convocatoria de una reunión de padres y madres de personas con síndrome de Down efectuada a través de un periódico gallego. “Aviso importante -rezaba-: a todos los padres y familiares que lo sean de un niño o niña anormal (mongólico), se les invita a una reunión para tratar asuntos de mucha importancia para este colectivo. Esta reunión tendrá lugar en el local social de Cáritas Territorial, sito en…, a tal hora del día tal”. La Coruña, 9 de marzo de 1962. Firmado: Martín Pou Díaz”.

Cuando los abuelos de Nacho lanzan la convocatoria no tienen ni idea de si aparecerán cuatro personas o cuarenta. ¡Y aparece un centenar! ¡Qué emoción debieron sentir entonces! Celebran su asamblea, se organizan y deciden buscar un local para las actividades que piensan serán útiles para sus hijos e hijas. 

Ahora bien, en aquellos primeros tiempos, todo son negativas. Apoyos, ninguno. Un jerarca del régimen les dice que, si por él fuera, encerraría a todos aquellos niños. Nacho narra lo que el personaje le espetó a su abuelo: “¿Sabes lo que te digo? Que a tu hija y a los demás como ella a donde tenéis que llevarlos es al Castillo de San Antón”. (El Castillo de San Antón era una antigua cárcel coruñesa). ¡Qué increíble parece hoy la ignorancia supina y la insensibilidad de entonces!

El segundo momento emocionante para los padres de Chus se produce cuando van a pedir un préstamo a una Caja de Ahorros. Quieren comprar un chalet que podría servir para los propósitos de la Asociación que han creado, pero el dinero no alcanza. Hablan con el director de la sucursal y resulta que tiene un hijo con síndrome de Down, así que les concede el crédito y hace una donación importante; pero, no contento con eso, toma la decisión de que los intereses del préstamo irán por cuenta de la Caja de Ahorros.

Y así comenzó la “Asociación pro personas con discapacidad intelectual de Galicia” (ASPRONAGA) la cual cumplirá 62 años este mes de septiembre. En A Coruña, ASPRONAGA ha sido colegio, centro laboral y residencia de día para las personas con discapacidad  intelectual que lo precisasen.

Tía Chus disfrutó así del cariño y cuidado de sus padres y hermanos y también del que le profesó la institución que la valentía de sus progenitores, y de otros como ellos, fue capaz de levantar de la nada. Una valentía que les permitió romper con la tradición de encerrar a estas personas y lograr algo mejor para ellas.

Al final de la entrevista, Nacho pregunta a sus abuelos: “¿Qué os ha dado Chus a cambio?” 

“Somos mejores. Nos hizo mejores”, responden.

Y cuando termina la conversación y Nacho cierra la libreta de notas en la que ha apuntado todo lo que ha escuchado, el abuelo le dice: “Si escribes algo sobre todo esto, que no parezca que queremos dar pena o que exageramos. Hicimos lo que cualquier padre haría por sus hijos”.

Así que, otra lección, ésta de humildad y dignidad, se añade a la lección de valentía que aquellos abuelos dieron entonces; una valentía que no es la de los héroes de las películas de guerra ni la de los superhéroes de Marvel, sino la de unas personas comunes que, movidas por el amor, lograron una vida más feliz para su hija y para otras personas con el mismo síndrome que ella.

Y me parece que todo esto es también una lección de valentía y de generosidad del propio Nacho Carretero, quien se atrevió a desnudar intimidades familiares para constatar que hay iniciativas maravillosas que dependen de nosotros, del común de las gentes, y que no necesitan, para materializarse, de la voluntad de autoridades y gobiernos, ni de la de individuos ricos y poderosos. Claro que si esa voluntad existe, mejor, pero, si no la hay, basta con el coraje de las personas conscientes y de buen corazón. Como el abuelo Pou y la abuela Romay.

(El texto completo de Nacho Carretero puede leerse pinchando aquí)

*Tomado de Mundiario

Manuel Iglesia-Caruncho

Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Trabajó en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional y en la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay.