Opinión / Ensayos · 23/03/2021

Qué hacer entre Abril y Noviembre

*Por Francisco Larios

 ¿Elecciones para qué?

En un régimen tiránico moderno el calendario electoral no existe para dar a la ciudadanía la oportunidad de elegir a sus gobernantes. En una era en la que el absolutismo, la servidumbre y la esclavitud han sido purgados de la legitimidad ideológica universal, y en el caso de estas dos últimas, ilegalizadas, los interesados buscan, y con frecuencia encuentran, máscaras y disfraces para perpetuar los sistemas.

De hecho, son escasos los regímenes absolutistas que en nuestros días no se prueben al menos el ajuar eleccionario. Y en el caso de Nicaragua, un país sujeto a poderes extranjeros que utilizan “la libertad” como elemento esencial de su discurso, no les queda más remedio, a los monarcas chapiollos, que escenificar, con inevitable cursilería provinciana, la burda farsa de “elecciones democráticas”. 

Y decir “burda” es dejar incompleta la frase: ya verán los historiadores del futuro (ya lo saben las víctimas hoy) que la temporada del 2021 es además cruel y con ribetes de demencia. Estamos, ni más ni menos, ante la versión contemporánea del dictador caricaturesco cubierto de medallas y charreteras, rodeado de paniaguados y serviles que saludan las glorias del caudillo, se arrastran ante él y luego ejercen vicariamente sobre el resto de la población la cuota de poder opresor que les corresponde. Esto es lo que hay. Este es el punto de partida.

El dictador que pregunta, en el apogeo de su poder (como hizo Castro), “¿elecciones para qué?”, lo deja entrever.  Quienes ven en esas elecciones “la única alternativa realista” son su contraparte: la aceptación sumisa de una realidad hecha a imagen y semejanza del tirano y ajustada a sus necesidades.  Por eso están dispuestos a participar en la tragicomedia como si no tuvieran opciones, como un niño que hace lo que le ordenan, a regañadientes, pero con obediencia fatalista: el “hombre” es el que manda; nada se puede hacer. No dicen más “el hombre” en público. Alguna corrección política importada ha modificado los modales de la sumisión. Pero es de forma, nada más: además de culpar a “Ormu”, dicen “la comunidad internacional”.

¿Nada?

Los señores opositores, acostumbrados como están a jugar bajo las reglas de la tiranía, que son una versión más cruel de las reglas bajo las cuales ellos mismos juegan en sus mundos [este el significado profundo de “cultura política”] quieren mantenernos en la creencia de que “nada puede hacerse” sino obedecer las reglas, a menos que “la comunidad internacional” (recordemos: el refuerzo de “el hombre”) intervenga maternalmente y obligue a Ortega a jugar sin atropellar.

Esto es, por supuesto, una mentira estupefaciente, un narcótico para adormecer la voluntad de cambio del pueblo. No voy a intentar siquiera repetir el inventario de estas falsas medicinas que los señores opositores han sacado a dispendio en los últimos tres años. En lugar de eso, propongo lanzarles el reto de considerar una estrategia que aproveche, sin someterse, la circunstancia de esa fecha en el calendario: 7 de noviembre de 2021. Es una fecha, nada más que una fecha, pero una oposición real debería aprovecharla, como haría con todas las fechas hasta derrocar a la dictadura.

¿Aprovecharla para qué?

Sencillamente, para dar pasos hacia la democracia, es decir, hacia el derrocamiento del sistema dictatorial. Por definición, si no se derroca al sistema dictatorial, no puede haber democracia. No pueden “convivir” la dictadura y la democracia. No es tan difícil el concepto como quieren hacerlo.

¿Qué pasos?

En el arduo proceso de poner en acción la fuerza latente del sentimiento democratizador que yace temporalmente reprimido en Nicaragua, y de asegurarnos aliados internacionales, hay que insistir en que, si la dictadura no deja de ser dictadura, es decir, si no se rinde al pueblo democrático, debe dejar de ser reconocida como legítima representante del Estado nicaragüense. Esto tampoco es tan difícil como fingen creer.

Y hay que hacer que la dictadura pague un costo político mientras atraviesa el período electoral: si quiere aparecer como “democrática”, que ceda espacio para la movilización popular, que habría que ocupar para buscar desbordarlos; si se niega a ceder espacios, que quede claro a todos que esta negativa comprueba, una vez más, que la dictadura no es legítima.

La oposición debe entender que el carcelero también está preso, que su inflexibilidad y su constante bullying son reflejos de su inseguridad, de su fragilidad política, por ser, para la inmensa mayoría de la población, un poder ilegítimo. Este es el sentimiento que la oposición debería llevar al mundo, si es que quiere representarnos.  

Para poder explotar el proceso electoral en beneficio de la causa democrática, los grupos que se dicen opositores necesitan, a su vez, ganar legitimidad ante la población y ante el mundo. No lograrán esto fragmentados y exhibiéndose, como lo hacen, en sus pleitos constantes que—todo el mundo entiende—no son por principios, sino por las diputaciones y las prebendas post-electorales.

Tienen todavía oportunidad de demostrar que son oposición verdadera, y no funcional:

Exijan, no mendiguenque no es generosidad del amo, sino derecho del ciudadano, que de inmediato se restablezcan condiciones universalmente reconocidas para que pueda haber elecciones al menos formalmente libres: libertad de reunión, movilización, propaganda y organización; libertad de todos los prisioneros políticos; desarme de las fuerzas paramilitares; fin del asedio policial y paramilitar a ciudadanos opuestos al régimen; entrada inmediata de observadores internacionales, no solo para visitar centros de votación el 7 de noviembre, sino para verificar el cumplimiento de todas las garantías democráticas indispensables, incluyendo el regreso seguro de los exilados, la organización del voto de los nicaragüenses en el extranjero, la validación de cédulas y la revisión del padrón electoral, entre otros tantos.  Exijan que se nombre de inmediato un nuevo Consejo Supremo Electoral, y nombren ustedes candidatos a esos puestos. Exijan ruidosamente el derecho a vetar a individuos fieles a la dictadura para un puesto que debe ser ocupado por gente de probada integridad.

Rechacen, no justifiquen, que la dictadura intente imponer un precio –la impunidad del tirano y sus cómplices–al derecho ciudadano a elecciones libres. 

Comprométanse, no rehúyan, a rechazar un proceso que no incluya estas dos demandas, que son irrenunciables si se quiere avanzar a democracia.  Pongan ya una fecha firme, inamovible, que no necesita ser más que un plazo perentorio, porque al cumplir las condiciones discutidas en los párrafos anteriores, el régimen no haría más que dejar de violar la ley, doméstica e internacional, dejar de oprimir y matar, y para dejar de cometer abusos basta decidir no cometerlos. Comprométanse a imponer, en nombre de la ciudadanía, ese plazo, digamos, para ser generosos, hasta mediados de Abril. Imponer quiere decir que, si la dictadura no cumple ese plazo, la oposición unida pida a sus aliados internacionales que desconozcan la legitimidad del régimen y apliquen sanciones que realmente afecten al sistema, no solo a individuos que pueden escaparlas a través de testaferros.

Únanse, como está unido el pueblo, no hablen de unidad mientras pelean incesantemente ante las cámaras, ferozmente tras bambalinas. Si, como políticos que son, quieren –lo cual es legítimo–acceder a influencia y poder, pero, si como dicen, son demócratas, abran paso a la democracia primero, y después compitan por influencia y poder. Por hoy, abran paso a la democracia, si es que son demócratas.

Aglutinen fuerzas alrededor de una figura transicional, y si se puede simbólica. La idea es que, en lugar de una disputa desgastante entre ciudadanos con evidentes aspiraciones políticas de largo plazo, se designe a otros que aceptan un papel transicional, y que sean creíbles y respetables, admirables incluso, para una población que está obviamente harta de mezquindades.  ¿Por qué no, por ejemplo, pedir a la madre de un mártir, jugar el papel de representante del pueblo en la elección? ¿Alguien duda que–repito, un ejemplo— si a la madre de Alvarito Conrado se la propone para dar su nombre al esfuerzo, el poder propagandístico y espiritual del movimiento cambiaría radicalmente? ¿No fue esto lo que hicieron cuando en 1989 hicieron candidata a doña Violeta Barrios, viuda de mártir también? Y si don Fabio Gadea Mantilla –otro ejemplo—está dispuesto a desempeñar un papel transicional, y si a la mayoría le parece un señor mayor de perfil moral respetable y sin ambición desmedida, ¿no podría encargársele a él la representación? Yo no digo esto basado en coincidencias ideológicas. No creo, ni espero, ni debo esperar, que mis ideas y las de don Fabio sean muy similares, por supuesto. Pero ese, señores, no es el tema. El tema (¿no es lo que ustedes repiten a diario?) es salir de la dictadura orteguista.

Conviertan el proceso actual en un referéndum contra la dictadura, no en una competencia ideológica o de largo plazo; acéptenlo como tal al aceptarse como puentes en una transición. ¿No dicen que les gusta la “salida chilena?”  Con todo y los defectos—que serían fatales para nosotros, como permitir la impunidad del dictador—el experimento chileno tuvo la virtud de que al menos no fue una elección con Pinochet de candidato, sino un referéndum sobre la continuidad del régimen.

Dejen los salones y banquetes, y movilicen a sus partidarios, como se hace en cualquier elección. La ‘voluntad política’ de permitir elecciones ‘libres’ no se mide solamente por cambios legales.  ¿Dicen que quieren demostrarle a “la comunidad internacional” que hicieron todo lo posible porque hubiera un cambio “por vía electoral”?  Pues entonces, respondan: ¿no es normal que en un proceso de cambio “por vía electoral” los partidos convoquen a una campaña intensa de marchas y movilizaciones? ¿No es esa una medida de la ‘voluntad política’ del régimen? ¿Y no dicen que les interesa que el pueblo se movilice y resista? ¿No dicen estar en la “resistencia”? ¿Hay una mejor oportunidad para hacerlo que bajo el supuesto amparo de un proceso electoral?

Entiendan: no solo Ortega está bajo la mira popular. Ustedes, señores opositores, están también bajo observación. Si en lugar de utilizar el proceso electoral para avanzar hacia la meta final, el derrocamiento de la dictadura, lo hacen para ganar puestos y prebendas, que, aunque ustedes llamen “espacios” preservan el sistema, estarán colocándose frente al pueblo, contra el pueblo. Deben atenerse a las consecuencias políticas de tal comportamiento. Es hora de definiciones.