Opinión / Ensayos · 19/09/2023

Que solo el que huye escapa

*Por Manuel de la Iglesia Caruncho

Rafael Garranzo vuelve a sorprendernos, por su originalidad, con su segunda novela, Que solo el que huye escapa.

Rafael Garranzo ya nos había sorprendido con su primera novela, La chica que dejamos atrás, tanto por su buena prosa como por su originalidad, y vuelve a sorprendernos con la segunda, Que solo el que huye escapa, por las mismas razones: la calidad de su narrativa y su atrayente temática.

Si aquella acertaba de lleno al reunir historias sobre los pioneros del lejano oeste, un asunto que probablemente estará bien tratado en la novelística de Estados Unidos pero que es muy desconocido por estos lares -sin que tampoco hayan ayudado las magníficas películas de John Ford, dedicadas sobre todo a glorificar a la caballería yankee-, Que solo el que huye escapa se ocupa de la necesidad de soledad, esa necesidad que posiblemente todo ser humano padece en algún momento, incluso aunque no se lo reconozca, incluso aunque no lo sepa; necesidad de soledad y de silencio en medio del ruido ensordecedor que emerge constantemente de nuestra sociedad: ruido en decibelios provocado por vehículos y obras en la calle, ruido mediático, ruido generado por nuestra propia mente casi siempre imposible de parar… Llamada a la soledad que seguimos a ratos, cuando nos refugiamos en la cama con un buen libro antes de dormir, o cuando nos lanzamos a un sendero montañoso el fin de semana. En algunas ocasiones, esa llamada es un grito que se hace sentir con tanta fuerza que lleva a quien lo escucha a abandonar la vida mundana y abrazar el retiro espiritual. Ahí están los monjes, los eremitas, los ermitaños, las monjas de clausura o los gurús tibetanos buscando esa paz de espíritu desde hace cientos o miles de años.

En Occidente, debido a la sociedad opulenta, hedonista, consumista y desigual que nos rodea, se diría que, por pocos que sean, cada vez hay más seres que se sienten atraídos por prácticas como la meditación, o por el retiro temporal en monasterios o en centros budistas, o por un peregrinaje de cierto recorrido a la tumba del apóstol Santiago en la ciudad compostelana o, en fin, por sentir por unos días la inmensidad del cielo en el desierto del Sahara.

A pesar de esos nuevos comportamientos -y ojalá que no sean modas pasajeras- no es tan habitual, al menos hasta donde discierno, encontrar novelas que se ocupen de esas escapadas espirituales e iniciáticas con el acierto con el que lo consigue Que solo el que huye escapa. De ahí su originalidad. Porque este libro no es una guía para retiros, ni para la práctica de la meditación y menos aún para hacerse mejor persona, sino una novela; una entretenida obra de ficción.

Andrés, el personaje principal, lleva una vida cómoda, típica de clase media citadina, una vida a la que no le falta nada: es funcionario, tiene una mujer florentina que lo ama, comparte con ella viajes y paseos por la sierra, disfrutan de algunas amistades escogidas… Sin embargo, la caída de un meteorito en su automóvil cuando regresan de una de esas excursiones, saliendo ilesos del accidente de milagro, conmociona a Andrés y le lleva a reflexionar sobre el sentido de su vida. Algo le sucedió, “cuya manifestación principal parecía ser ese progresivo extrañamiento de todo cuanto hasta entonces había constituido su mundo”, narra el autor. En medio de esa infinita apatía, sólo encuentra una cosa que le entusiasma: la vida de los anacoretas. Andrés se pregunta si esa ansia que los lleva a alejarse del mundo es la misma que la que a él le embarga y se pregunta también si esa renuncia merecerá la pena o si será un sacrificio en vano.

A partir de entonces, cada día se le hace más difícil ir a trabajar, y también conversar, o hacer el amor, hasta que se ausenta de su oficina -lo que recuerda a la “gran fuga” de tantos cientos de miles de trabajadores/as después de la pandemia COVID, tal vez más conscientes de que vivían una vida muy mejorable-. Finalmente, abandona su hogar.

Comienza entonces la búsqueda sobre su lugar en el mundo, búsqueda similar a la que habrán experimentado cientos o miles de personas a lo largo de los siglos, insatisfechas con lo que les ofrecía la sociedad de su tiempo; personas con la valentía suficiente como para arriesgarse a perder las comodidades que ofrece la vida cotidiana, incluso riquezas, a cambio de un futuro incierto y la remota promesa de encontrarse a sí mismos. Una gran pregunta: ¿qué es lo que hace que, a lo largo de los siglos, siempre haya quienes han experimentado la necesidad de estar solos y de entregarse a la meditación?

Garranzo entremezcla con acierto la trama principal de la obra con pequeños relatos colaterales, siempre oportunos. Algunos de ellos, como el del tigre, o el de la seducción del asceta Pafnucio o el del estudio de las reacciones humanas bajo situaciones de gran stress, son tan deliciosos que bien merecerían la publicación, aunque no hubiera más texto. Pero es que, desde el momento en que Andrés rompe amarras y transita por las distintas peripecias que dan sentido a su deambular, hay mucho más. Sobre todo, cuando llega la tercera parte, la del desenlace, titulada “Teoría del retorno”, sencillamente espectacular -y que no debo desvelar aquí.

Que solo el que huye escapa es un libro aconsejable para cualquier persona y no sólo para quienes hayan sentido alguna vez esa necesidad de búsqueda más allá de lo que les ofrece la vida cotidiana. Quedarán atrapados por la trama de Garranzo, disfrutarán de su escritura y hasta es posible que encuentren un espejo donde reflejarse y entenderse un poco mejor. A las personas iniciadas, aquellas practicantes de la meditación o del retiro, este libro tal vez no les enseñe nada nuevo ya que, como apunté, no pretende desvelar caminos que permitan ayudar a la felicidad ajena, aunque también se deleitarán con esta lectura amena y fluida.

Llegados a este punto, ¿podríamos hablar de un “mundo Garranzo”, de un modo particular de narrar historias que se van adobando con breves relatos que complementan el guion de forma magistral? Esperemos a la tercera novela para dilucidar la cuestión.

Nota final: la edición del libro, que se integra en la colección “Máquina de las palabras” de CICEES (Centro de Iniciativas Culturales), el mismo que publica la revista cultural Ábaco, merece también felicitaciones por su gran calidad. 

*El autor, MANUEL DE LA IGLESIA – CARUNCHO, es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, se especializó en Economía Internacional y Desarrollo. Trabajó para la cooperación española en distintos puestos en la Agencia Española de Cooperación Internacional en Madrid y durante casi quince años en Nicaragua, Honduras, Cuba y Uruguay. También pasó un año en Inglaterra como Visiting Fellow, en el Instituto de Estudios de Desarrollo de la Universidad de Sussex. Como ensayista, ha publicado numerosos artículos y obras como El impacto económico y social de la cooperación al desarrollo y The Politics and Policy of Aid in Spain. Como narrador, ha publicado el libro de relatos Atractores Extraños y las novelas Los dioses de la sombra juegan pelota y A pocas leguas del Cabo Trafalgar.