Opinión / Ensayos · 22/12/2023

Reflexiones de un joven, que apuesta a un diálogo intergeneracional con voluntad política en Nicaragua

*Enrique Martínez

La historia está escrita, y es una herramienta clave para valorar los roles que han jugado los actores respecto al panorama político, social y económico de Nicaragua. Analizando la juventud como actor político desde una concepción interseccional, han marcado muchas pautas de cambio, y la más reciente fue el planteamiento cívico y pacífico del 2018 contra la tiranía impuesta por el sandinismo, lucha que sigue en curso, impulsando cambios de consignas, métodos de resistencia y liderazgo político ante la brutalidad de una dictadura.

Esta realidad de la juventud va paralela al compromiso de cambio, partiendo primero desde la responsabilidad individual para luego trascender al colectivo. Esto se ha demostrado desde múltiples aristas, principalmente apostando a la desconstrucción de prácticas políticas tradicionales, donde resaltan el sectarismo, la manipulación, la violencia y la corrupción. Hacia una visión de inclusividad, reconocimiento, pluralidad, diversidad, transparencia, diálogo y respeto entre actores. La juventud lo ha manifestado como un proceso en curso y como una resignificación de los errores como un peldaño de aprendizaje y reflexión colectiva para que los próximos pasos sean más eficientes e inspiradores para las próximas generaciones.

¿Pero qué pasa con la generación que nos antecede? ¿Será que se han sentado a analizar esta realidad más allá de intereses políticos sobre un panorama en crisis, donde no pueden descartar ningún joven porque cada vez hay menos motivación política de este sector? Desde una visión crítica, considero que no. Si bien han impulsado múltiples espacios de formación integral que recopilan esos elementos de transformación de prácticas en el desarrollo político de los nuevos liderazgos, no encontramos que algunos actores políticos antecesores desconectan el discurso con la práctica. Donde realmente los jóvenes hemos percibido desde una realidad adultocéntrica la manipulación, la violencia, la exclusión, la limitación de recursos, el sectarismo y el menosprecio de capacidades de la juventud. Esto no quiere decir que los jóvenes estén alejados de estas prácticas. La desconstrucción de una cultura política tan equivocada como la de Nicaragua no se logra en 5 años, que es el tiempo que llevan algunos de los principales liderazgos juveniles nicaragüenses. Debe entenderse como una evolución paulatina en el tiempo que incorpore los aprendizajes naturales de los desaciertos, que en toda generación política ocurren y algunos son imprevistos y nuevos en razón al contexto.

Pero el problema radica en cómo nuestros antecesores nos han trasladado sus errores pasados para no cometerlos. ¿En realidad lo han hecho? ¿Ha sido la forma correcta? Lo que puedo asegurar es que han existido intentos, pero falta voluntad de hablar con mayor franqueza y reconocimiento real de las distintas visiones del pasado, sin que prevalezca el discurso de las partes ganadoras en cada momento de la historia de Nicaragua. Es una realidad factible, y sobre todo cuando un joven o un colectivo de juventud comete un error o realiza un cambio, el juzgamiento y sentencia se vuelve en la mayoría de los casos tan cruel, que muchos jóvenes por estos motivos han abandonado la lucha por el cambio, que no debemos olvidar sigue en curso y se materializa esencialmente en una incorporación legítima de los derechos humanos como modo de vida.

Acá otras reflexiones: ¿Quién juzga los errores de nuestros antecesores? ¿Aceptan las críticas constructivas? ¿Los jóvenes no tenemos derecho a cuestionar? Entendiendo que la mayor parte de la ciudadanía nicaragüense es joven, podemos decir que los han señalado, y los liderazgos juveniles también desde una visión constructiva. Poniendo por ejemplo cuando internamente en ciertas organizaciones de oposición a los jóvenes se han tratado como cuotas o como instrumentos políticos en la búsqueda de legitimidad, más allá del impacto significativo que puede tener potenciar un joven como actor político en crecimiento, que debe sí o sí potenciar sus ideas en espacios de toma de decisiones. Pero cuando se han realizado estas críticas la respuesta ha sido la exclusión y la desarticulación de ese discurso disidente. Porque la oposición compuesta en su mayoría por esos antecesores no puede permitir esas críticas. Y lo conveniente es tratar de reprochar estas situaciones a los jóvenes «inmaduros», «irreverentes», «incapaces», «que no han logrado la desconstrucción absoluta de las prácticas políticas tradicionales». Y que lo más conveniente es implementar estrategias como la instrumentalización de luchas sociales legítimas para juzgar y dilapidar a la juventud, sin el mínimo margen de legítima defensa, procesos justos y presunción de inocencia como derechos humanos. Porque al igual que la dictadura, muchos se creen jueces morales para emitir sentencia sobre el amplio accionar que representa ser joven.

Pero incorporando y reflexionando sobre estos planteamientos, es donde surge la necesidad de un diálogo intergeneracional con voluntad política, donde trabajemos estas problemáticas y encontremos soluciones conjuntas. Donde podamos evaluar la historia, para dar pasos más propositivos y prospectivos en beneficio de toda Nicaragua, y que las nuevas generaciones se sientan motivadas a participar en los procesos políticos.

Los jóvenes de mi generación, seguiremos adelante, desde esa complicidad y dialogo generacional, para seguir siendo el faro de esperanza y motivación de cambio que el pueblo de Nicaragua ha visto a lo largo de la historia, hasta algún día no muy lejano poder vivir en libertad, democracia y justicia.

*Enrique Martínez, vocero de Plataforma de Unidad por la Democracia (PUDE) y vocero de AVANZA