Opinión / Ensayos · 27/06/2023

Daniel Ortega y el ecosistema de dictadores

Por Félix Maradiaga

Como todos los movimientos de origen marxista en América Latina, el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, se sostiene sobre raíces ideológicas anti norteamericanas. Esos orígenes fueron los que llevaron al Frente Sandinista (FSLN) a tomar bandos durante el final de la Guerra Fría. Así como la URSS y Cuba fueron los patrocinadores del proyecto Sandinista en la década de los 80, desde su regreso al poder en el año 2007, Ortega anda buscando un nuevo padrino de su segunda dictadura. Busca además, ser parte de lo que considera un eje “antiimperialista”, que pueda hacer un contrapoder geopolítico para la influencia de Estados Unidos en Centroamérica.

Ortega ha procurado alianzas con Rusia, Cuba, Venezuela e incluso con Corea del Norte y Bielorrusia. Ortega no entiende el mundo de una manera distinta al conflicto frente a Estados Unidos. Nunca ha podido entender que las relaciones naturales de comercio de Nicaragua, como parte de Centroamérica, son con Estados Unidos y Europa y que poco o nada se puede ganar de una relación que tiene poca vinculación geográfica, cultural o económica, como es el caso de Irán.

En 2007 el entonces jefe de gobierno Iraní, Mahmud Ahmadineyad, hizo ofertas vacías de miles de millones de dólares de cooperación que nunca se materializaron. A partir del año 2016 con la visita de alto nivel de una delegación del gobierno iraní, Ortega retomó las negociaciones con Irán con la esperanza de poder llenar el hueco de financiamiento dejado por el colapso de la economía venezolana. Después del 2022, el acercamiento acelerado con Irán China y Rusia se da en el contexto post abril 2018, en el cual la dictadura nicaragüense empezó a ser sancionada y aislada debido a los crímenes de lesa humanidad cometidos durante las protestas ciudadanas.

La invasión de Rusia a Ucrania abrió un nuevo contexto geopolítico. La resistencia ucraniana dejó al desnudo la debilidad rusa, que ya claramente no es la potencia que decía ser. Quienes como Ortega, ambicionaban a tener un polo geopolítico guiado por Rusia para hacerle contrapeso a Estados Unidos, se dieron cuenta que eso era sólo un anhelo nostálgico de la Guerra Fría. Sin embargo, es China la que ha consolidado más rápidamente un eje de contrapoder a Estados Unidos, incluso dentro de territorios que históricamente pertenecían al área de influencia de Estados Unidos, como es América latina.

Una de las movidas de Ebrahim Raisí desde su llegada al poder en 2021 es afianzar sus relaciones con China y sus aliados, como lo anunció en su visita a Beijing el pasado 14 de febrero de 2023. En ese sentido, la visita de Raisí en Nicaragua se da en el contexto de un afianzamiento de ese polo de contrapoder a Estados Unidos.

Raisí fue sancionado por Washington en 2019 por su participación en la «comisión de la muerte», un comité judicial secreto responsable de sentenciar a miles de presos políticos a la pena capital a fines de la década de 1980. Ortega y Raisí comparten el mismo discurso de no injerencia, para usarlo como excusa de una política de estado de prisión arbitraria contra toda la disidencia y la oposición política.

La visita de Raisí a Nicaragua ocurre en un momento en que las tensiones entre Irán e Israel siguen en ascenso. Sin embargo, el problema no radica solo en Raisí, sino en el propio estado de Irán. Afianzar relaciones con Irán es una mala noticia para el pueblo de Nicaragua. De forma similar a lo que sucedió con la Unión Soviética en los años 80, esas relaciones nos meten en un problema geopolítico del cual deberíamos estar lejos. La única explicación es precisamente la obsesión de Ortega de ser parte del ecosistema de dictadores, ya que entre ellos se entienden bien.