Opinión / Ensayos · 27/06/2023

Sentarse con el diablo

*Por Ariel Montoya

Nicaragua continúa atornillada gravemente bajo dos grandes  escenarios,  inconcebibles y sollozantes: El primero, el régimen de Daniel Ortega,  despótico, solitario  y represivo sin interlocutores políticos opositores por ninguna parte, haciendo y deshaciendo sobre sus anchas.

Y el otro, una creciente y numéricamente reproductiva Sociedad Civil desde el exilio que vive entre atroces guerrillas virtuales en las que se dice y acusa de todo a todos y contra todos, digna representante de un linaje de egos en los que pululan aquellos que reclaman espacios invadidos por quienes conforman la nueva diáspora a partir de 2018, y otros que bajo las riendas de la utopía y las efímeras glorias mediáticas o carcelarias erigen  desde sus propias acechanzas, el autonombramiento de ser los  “lideres” de  este proceso, y están también aquellos que aspiran a ser caciques aunque sea desde sus ghettos o fundaciones, movimientos o asociaciones y luego los santos inmaculados, (o santas), capaces de inventar cualquier calumnia con tal de desbaratar a alguien que pretenda subir al olimpo de esta lucha.  Los fantasmas de Mata Hari, Juan Pujol o agentes como James Bond también caben  en esta heterogénea mezcolanza

La imposición de estos dos escenarios, mantiene trabada la ruta de una agenda para llegar a una salida en la cual los nicaragüenses, con el derecho a ser libres, aspiren al advenimiento de una democracia y a una vida tranquila, en paz y armonía como ha sido el sueño deseado en tantos años de zozobra y barbarie.  Pero la única salida a este atolladero está en llevar a cabo acuerdos transparentes y bien intencionados, encaminadas a alcanzar el bien común, como lo expresara el Canciller Alemán Konrad Adenauer décadas atrás: “!Si las negociaciones están orientadas a lograr el bienestar del país, entonces me sentare a la mesa con el Diablo…!”

Sin embargo todo indica que quien se atreva a dar el primer paso para buscar un entendimiento seguramente será llevado a la horca, fusilado, acusado de “sapo” y quien sabe cuántos disparates más que estarían por aplicársele por parte de sectores de esta amalgamada “Sociedad Civil” opositora a Daniel Ortega, la cual sigue siendo incapaz de comprar el discurso de que así como en las guerras, los contendientes deben ir armados, a la política y a los políticos se les debe enfrentar con la misma medicina, es decir, —y en este caso concreto de Nicaragua, pero también de Cuba y Venezuela—, con actores políticos que incorporen el discurso de la negociación política y el  acuerpamiento institucional partidario, independientemente de que sea bajo un movimiento o partido desde el exilio sin base legal pero con creatividad y empuje accionario político. El referente más cercano vendría a ser La Contra Cívica de los 80.

Mucho se critica a la Comunidad Internacional por no actuar con más beligerancia contra el régimen de Nicaragua, y esto tiene sentido hasta cierto punto, pero mientras no exista un liderazgo político al frente de esta lucha, la salida a la crisis actual tenderá a prolongarse.

Dentro del país están intactas las bases liberales tanto en el campo como en la ciudad, y en estos años desde la insurrección de 2018 las mismas han sido abandonadas por las cúpulas de los partidos políticos en general, pero ahora están  trabajando silenciosamente, mano a mano, liberales de dentro y fuera quienes hoy por hoy validan la única alternativa real, objetiva, de voto duro masivo, para un cambio.

La otra crisis perenne en esta amalgama cívica opositora es la pretenciosa y oportunista actitud de los sandinistas ahora arrepentidos de haber estado con Ortega en los 80, quienes hábilmente se han coludido con sectores de la mala derecha (también oportunista) para pretender entronizarse como vanguardia de lucha, lo cual dialéctica ni políticamente le conviene a Nicaragua. Ellos, los llamados ahora “Unamos”, tendrán su derecho, pero las fuerzas opositoras al sandinismo no los necesitan. La Comunidad Internacional debería comprenderlo mejor.

Luego de esta compleja maraña en la que se vive a diario, el replanteamiento de  una salida a la crisis vuelve al tapete.  Si ya la opción armada queda descartada, si no existe una oposición política salvo un par de excepciones, no quedará más camino que retomar el legado de estadista, visionario  y excepcional del Canciller Adenauer (1949-1963), época preliminar de la Guerra Fría cuando la Alemania Occidental se separó políticamente de la Alemania Oriental, de que si las negociaciones son para el bien del país, siendo limpias y transparentes, es necesario sentarse hasta con el Diablo a dialogar, pues hay que hacerlo. Esto lo dijo tras los Acuerdos del Sarre, y aunque dicho planteamiento no sea viable, chocante y desleal para dichos sectores cívicos mencionados, no quedará de otra.

*El autor es poeta y periodista en el exilio. Columnista Internacional y presidente del Partido Libero-Conservador Clásico Organización Política Accionaria (OPA).