Opinión / Ensayos · 12/09/2023

De Santiago a Managua: A 50 años del golpe, una nueva dictadura

José Alberto Montoya

Con la conmemoración del cincuenta aniversario del golpe de Estado cívico – militar dado al gobierno del democráticamente electo presidente, Salvador Allende, Chile se ha convertido en estos días en la sede de la memoria, la verdad y de la petición del Nunca Más. Quizás por cuestiones naturales, los países que viven en democracias plenas son los más interesados en resaltar dicha coyuntura, ya que, América Latina es una región que sus instituciones se han forjado a costo de mucho sufrimiento y contextos que han fracturado el tejido social; no obstante, las poblaciones que actualmente son víctimas de otras dictaduras deberían de ser también otras interesadas en ver a Chile como una referencia de lo que se debe de aprender para seguir y para evitar.

No es secreto que la mayoría agentes políticos tildan a conveniencia ideológica los sistemas políticos, pero a estas alturas de nuestra historia seguir ignorando los crímenes cometidos por la dictadura pinochetista no solo es irónico, es poco humano, a como lo es, el seguir intentando justificar el bombardeo al Palacio de la Moneda que terminó con la muerte de un presidente en funciones.

Es probable que después de un siglo de convivencia inestable en Nicaragua, no hemos aprendido a diferenciar los rasgos de la democracia y los límites de ella. Es preocupante que quienes enarbolan la bandera de las libertades para nuestro país no solo callen ante un hecho tan importante como el que todo el mundo se una a Chile, incluyendo la propia derecha chilena para hacer un pacto social de no repetición, nuestros liderazgos se hacen de la vista gorda y algunos, hasta intentan justificar el golpe; lo que resulta claramente alarmante, pues, representan luz verdes para cualquier dictadura siempre y cuando no sean los Ortega o no provengan de la izquierda.

Tras vivir dos dictaduras con dos génesis distintos en tan poco tiempo, el consenso nacional debe de girar en torno a condenar los autoritarismos sin importar sus aceras políticas, en rescatar la memoria histórica porque de ella partimos para construir futuros democráticos, en no intentar eliminar posicionamientos políticos porque si algo somos los nicaragüenses es diversos.

Pensar en Pinochet es pensar en Ortega, así de simple, dos hombres que le quitaron a todo un pueblo la posibilidad de construir sus caminos; dos hombres que han dejado cuotas importantes de exilio, asesinatos, anulación de libertades, dolor, desaparecidos  y han convertido un país entero en esquinas donde el recuerdo se transforma en algo que no se quiere olvidar pero tormenta mucho recordar. Es cierto que los contextos del Chile de ayer y el de la Nicaragua de hoy son muy distintos, mucha gente quiere vender la moto del Pinochet democrático que permitió un referéndum aunque ignoren que dicho referéndum se hizo en una montaña de presos políticos y personas asesinadas, donde solo por una hora de la madrugada la oposición pudo hacer campaña – pero aún con todo eso, nosotros pudiéramos decir que Ortega permitió que Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños  fueran presidentes  y ni una ni la otra cosa hacen menos dictaduras ni a Pinochet ni a Ortega.

De Chile los nicaragüenses tenemos la esperanza de recobrar nuestro país, de hacerlo caminar económica, social y políticamente, donde la memoria histórica sean los cimientos de nuestro futuro, donde el Estado sea quien sea que esté en el poder busque como reparar a toda una sociedad víctima del terrorismo implantado por la dictadura. También tenemos que aprender que a los culpables no hay que darle ninguna impunidad, porque eso sería dejar al desamparo a muchas personas que ahora viven en todo el mundo, un exilio grueso que espera reivindicarse por medio de sus derechos, algo que con impunidad solo causa dolor.

Es probable que Ortega muera como Pinochet, creyéndose intocables, con las botas puestas de comandantes en Jefes, aunque ambos han sabido muy bien que en las páginas de la historia, así como en el imaginario colectivo, no son más que pobres dictaduras aisladas de la vida.