Opinión / Ensayos · 15/06/2020

El vendepatria y el fantasma – Enrique Sáenz

En su discurso del 14 de junio del 2013, Daniel Ortega, rebosante de júbilo y arrogancia, elevando el brazo del especulador chino Wang Jing, proclamaba: ¡Aquí está el fantasma! y agregaba “Llegó el día y la hora de alcanzar la tierra prometida”, mientras exhibía el acuerdo suscrito con el especulador.

La mención al “fantasma” obedecía a las dudas que en algunos medios se habían planteado sobre Wang Jing.

Un día antes, Los 62 diputados que impuso Ortega mediante el fraude electoral de las elecciones del 2011, aprobaron la oprobiosa ley que hipoteca la soberanía nacional por el período de cien años.

A lo largo de nuestra historia, distintos gobernantes ejecutaron actos calificados, con justa razón como vende patrias. Pero ninguno se iguala a la concesión vendepatria otorgada por Ortega.

Es válido rescatar que veinticinco diputados se opusieron al proyecto de ley y votaron en contra.

Más tarde, el 22 de diciembre del año 2014, Ortega y Wang Jing, juntos de nuevo, participaron en lo que pomposamente denominaron “Acto de Celebración del Inicio de las Obras de Construcción del Gran Canal de Nicaragua”.

Y así pudimos escuchar la arenga triunfal de Wang Jing:

“Hoy podemos decir con orgullo que hemos superado todos los retos –afirmó el especulador chino-…Hemos dado con plena confianza el primer paso histórico y monumental de empezar la Obra”.

Presumían que era la más portentosa obra de la humanidad. Personalmente escuché a una diputada del Frente Sandinista expresar que “Dios en su infinita sabiduría” había resuelto construir la obra más prodigiosa de la humanidad en Nicaragua. Y también, esa infinita sabiduría había encomendado semejante prodigio a Daniel Ortega. Esta alocución se encuentra registrada en los archivos de la Asamblea Nacional.

Y los nicaragüenses pudimos ver en los medios de comunicación oficialistas los camiones y maquinarias que comenzarían a desguazar la tierra para abrir la zanja más fabulosa de la historia, por donde transitarían gigantescos buques de un océano a otro. Y pudimos ver altos funcionarios del régimen, acompañados de chinos con atuendo de ejecutivos, algunos encorbatados bajo el inclemente sol tropical, y todos estrenando cascos relucientes, posando orgullosos en el sitio preciso donde despuntaba la nueva aurora. La tierra prometida.

Fue un día feliz y de fanfarria para los personeros del régimen: rugir de motores, discursos, fotos, sonrisas, videos, banquetes y brindis. Todo era frenesí y alborozo.

En aquella oportunidad escribíamos: “Un desenfreno de delirios alborotó a todos los estratos del régimen. Los sindicalistas, como locos, anunciando y elaborando listas y listas de los miles y miles de trabajadores a ser enganchados. Y Paul Oquist, el ministro de Ortega para propaganda en el exterior, como loco, haciendo presentaciones y presentaciones preñadas de fantasías, en un país y otro. Y Telémaco, como loco, inventando y pregonando mil cuentos más…”

A propósito… ¿Alguien sabe qué fin tuvo Telémaco Talavera?

“Y grupos empresarios, como locos, hablando de contratos pasmosos. Hasta un debate se produjo sobre qué iban a comer los miles de chinos que trabajarían en la obra. Unos argumentaban que nuestros agricultores debían aprender a producir los extraños alimentos de la dieta china, otros, inflamados de nacionalismo sostenían acaloradamente que los chinos debían acostumbrarse a comer gallo pinto.” Expresión pura del realismo mágico de nuestras tierras.

Después se supo que todo fue una farsa. Resultó que los camiones y maquinarias pertenecían a una alcaldía municipal, de donde los cogieron para la función de circo. El primer contrato que con tanto júbilo celebraron los empresarios beneficiados con una dudosa licitación, al final se redujo a la rehabilitación de una trochita de unos pocos kilómetros. El puerto, donde desembarcarían las gigantescas esclusas, quedó en el olvido.

Y Wang Jing no volvió a aparecer. Si en algo tuvo razón Ortega fue en llamarlo el fantasma.

A siete años de aquellos desaforados augurios el silencio y el abandono envuelven el germen de la tierra prometida. En la trocha que se alborotó con tanta fanfarria no se escucha el rugir de las maquinarias, sino el mugir de vacas, que pastan, ajenas a las quimeras que yacen enterradas bajo sus pezuñas.

El cuento chino del canal ha sido uno de los mayores embustes del régimen. Una colosal estafa mediática que engolosinó a miles de nicaragüenses -empobrecidos unos, enriquecidos otros- quienes depositaron fervorosas esperanzas en la tierra prometida que ofreció el dictador.

Sin embargo, no podemos cometer la ingenuidad de olvidarnos del asunto y darlo muerto. Solamente Ortega y su círculo saben qué ocurrió con el proyecto. Solo ellos saben en qué quedaron los millones de dólares que anunciaron se habían invertido en los estudios y actividades iniciales. Solo ellos saben los compromisos en que metieron al país con estos amarres. Solo ellos saben cuántos negocios turbios y capitales fraudulentos se trasegaron -o trasiegan todavía- al amparo de la concesión oprobiosa.

Puede ser que el fantasma de Wang Jing no aparezca más, pero el problema para los nicaragüenses no desaparece. Mientras Ortega se encuentre en el poder y siga reconociendo la concesión, todos seguiremos amenazados, porque las obligaciones que impone la ley vendepatria son de variado contenido y abarcan todo el territorio nacional. La hipoteca es, entonces, otra razón poderosa para salir cuanto antes del régimen genocida de Ortega.

Finalmente, la fecha sirve para recordar no solo la colosal estafa mediática para los ingenuos que se tragaron el cuento chino de Ortega. Sirve también para remarcar que los discursos patrioteros de Ortega son solamente eso: discursos patrioteros. Porque a la hora de las realidades es el dictador nicaragüense que ha cometido el mayor acto vendepatria de la historia nacional.