Opinión / Ensayos · 05/02/2022

LA EDUCACIÓN COMO PRÁCTICA DE LA LIBERTAD

Dedicado a mi primera alma mater y a mis estudiantes de la UPF

Fui estudiante becado en la Universidad Centroamericana (UCA) y he sido catedrático en la Universidad Paulo Freire (UPF). De ambas entidades nicaragüenses me consta su inexpugnable compromiso por la educación superior y su proyección social con espíritu humanista.

LA UCA: un ambiente único, vibrante y colorido

A pesar de mi indisciplina irreverente y mis inquietudes juveniles (como anunciando una actitud rebelde hacia la autoridad), mis notas acreditaban eso que llaman “excelencia académica”, lo cual fue determinante para que el Departamento de Becas de la UCA me otorgara una beca 100% a partir del tercer cuatrimestre de mi primer año como estudiante de Ciencias Jurídicas (año que conseguí 98% de promedio académico). En el curso del año lectivo, el área de Cartera y Cobro me mantuvo en la lista de morosos hasta que mi señora madre me puso al día con su tenacidad característica de “luchar y no sólo soñar”. La Prof. Karla Matus, entonces secretaria académica de mi Facultad, creyó noblemente en aquel postadolescente de baja estatura, algo desaliñado y memorablemente delgado; quien, con 17 años y acompañado de su padre, le dijo con cualidades oratorias y un fuego interno de ingresar a la educación superior: “deme un punto de apoyo y le moveré el mundo”. De modo extemporáneo y con autorización especial de Vicerrectoría, quedé matriculado en la mejor universidad del país sin un chelín para pagar los aranceles y con el desafío de ganarme una beca para poder quedarme. 

Un «chico UCA» de aquel tiempo se encontraba por todos lados el lema “somos UCA: calidad, prestigio y tradición”, valores universitarios de una casa de estudios que predicaba formar a los mejores estudiantes para el mundo (y no del mundo). Para alguien afín al pensamiento filosófico como yo, la frase “veritas liberabit vos” (“la verdad os hará libres”), exhibida en el antiguo frontispicio, tendría un impacto profundo. Chavalos y chavalas de todas las clases sociales, intereses y estilos hacen de la UCA un ambiente único, vibrante y colorido; ciertamente, es una comunidad heterogénea y plural. Uno veía de cerca cómo el joven de Altos de Villa Fontana le pedía ayuda sobre un tema de clase a su compañero procedente de una zona rural o bien la hija de una magistrada del Poder Judicial era anotada al “raid” en el ensayo hecho por la hija de una trabajadora del hogar. Era normal llevar clases con algún chavalo con romanticismo revolucionario heredado de sus padres y/o abuelos, como normal es vérselos hoy «cambiando el sistema» desde una rotonda o una oficina pública.

Recuerdo la arteria estudiantil en la famosísima “pasarela” y en el “bar de las Castillo” (bar central) donde compraba con mi estrecha mesada unas papas fritas. A un paso me quedaba la biblioteca “José Coronel Urtecho” donde era de los pocos que prestaba y leía libros como “Teoría del Estado” de Hermann Heller, “Vida de los Filósofos Ilustres” de Diógenes Laercio y las “Filípicas y Olínticas” de Demóstenes. Son legendarios los coloquios intelectuales con mis amigos y colegas Carlos Pérez (el ruso), Sergio Prado (el orador) y Bismarck Dávila (el mejor estudiante de nuestra generación); disertábamos con una sed de ilusiones infinitas. Mi buen promedio académico me dio el boleto para ir al Banco Central, donde se intensificó mi pasión por la Ciencia Económica.

Mi aventura académica en la UCA culminó con una defensa monográfica de 98 puntos (máxima cum laude) sobre un estudio histórico de la constitución económica nicaragüense. Pude costearme mi título profesional, pero no hubo ceremonia de graduación, party ni after-party.

De mis buenos docentes y estudios de Derecho, me acompaña –como sombra al cuerpo– un poderoso sentido de justicia, un concepto claro de institucionalidad y una racionalidad jurídica consolidada con la experiencia profesional. Soy prueba viviente de la población universitaria becada gracias a la amplia política de becas que adoptaba la UCA en su gestión del 6% constitucional.

La UPF: una academia consciente de la condición humana

Conocí la quintaesencia de la UPF conociendo primero el carácter del Rector que la ha liderado: Adrián Meza Soza. Coincidimos en un foro sobre autonomía universitaria y educación superior en un contexto políticamente crítico. Las cosas habían cambiado desde mis años en la UCA; como economista en formación y representante estudiantil estaba convencido de ser un intelectual comprometido con mi tiempo. En 2018 se cumplían 100 años de la Reforma Universitaria iniciada en la Universidad de Córdoba en Argentina y se cumplían 60 años de la promulgación de la autonomía universitaria en Nicaragua. La autonomía universitaria fue concebida por los reformistas para que las universidades fueran pequeñas «repúblicas académicas». 

La hora americana que se vivía daba a luz grupos juveniles y estudiantiles emergentes con nuevas formas de pensar, sentir y actuar. El Rector se convirtió en amigo y consejero de quienes estábamos preocupados por el estado de la autonomía universitaria, la educación superior y las libertades académicas. La sala de reuniones de Rectoría era el escenario de una elegante exposición jurídica sobre los derechos, mecanismos y recursos legales contemplados en el ordenamiento jurídico nacional y regional frente a las injustas expulsiones académicas decretadas en perjuicio de la comunidad estudiantil de las universidades públicas. En estos caminos conocí a mi amigo de lucha Elthon Rivera, con quien he tenido el gusto de hacer equipo en diferentes proyectos y espacios. 

La UPF es una universidad con más de 15 años de existencia. Nació como instituto homónimo con la convicción de trabajar bajo los principios de la pedagogía popular y liberadora del famoso educador brasileño. Tiene recintos en Managua (sede principal), San Marcos y San Carlos, así como proyectos académicos en Rivas y Estelí. Cuando me sumé a su claustro docente como titular de Economía, Filosofía y Desarrollo no demoré en darme cuenta del gran propósito de esta modesta casa de estudios: brindarle oportunidades de estudios técnicos y universitarios a la gente de los estratos sociales menos favorecidos. Los relatos que uno escucha son como el que sigue: una joven “de tierra adentro” llegó a la capital buscando la vida y fue albergada por una familia de buena voluntad. Tiempo después de recibir una volante de la UPF y que fuera admitida con beneficio de beca, la joven relegada a los oficios domésticos pasó a obtener un título de licenciatura con honores.

A decir verdad, la UPF es una academia consciente de la condición humana. Sus puertas están abiertas para los “de abajo y los del fondo”, que en Nicaragua son muchos. Esta manera de gestionar y servir la enseñanza supone limitaciones materiales y logísticas de todo tipo. Esta especie de estoicismo académico es la actitud con la que se ha conducido el barco hasta cosechar alianzas con entidades académicas, centros de investigación y organismos de cooperación dentro y fuera del país.

Entre mis estudiantes he tenido a adolescentes, madres de familia, adultos mayores y docentes. Una vez tuve en clases virtuales un grupo con estudiantes residiendo en 4 países de 3 zonas horarias diferentes. Me consta la calidad académica y el arrojo personal de mis estudiantes de Ciencias Políticas, a quienes les transmito fuerza y optimismo porque una vez más luchan por no colapsar psicológicamente desde dentro por la arremetida del mismo agresor. No puedo dejar de mencionar a la Prof. Ana Cecilia, una coach de lujo que me ha acompañado en el fascinante viaje docente con la UPF desde mi despunte en el programa.

La libertad como valor supremo

La libertad es el valor supremo al que aspira el ser humano durante toda su existencia. La educación –como sostenía Paulo Freire– es una práctica de la libertad. La educación convierte súbditos en ciudadanos. Las libertades de pensamiento, cátedra y expresión han ayudado a sacarnos de las penumbras de monarquías absolutas, dictaduras militares y familias ebrias de poder que han ofendido constantemente la naturaleza humana. Por tanto, me solidarizo con la comunidad universitaria afectada y me sumo al coro de voces que rechazan los flagrantes atropellos vistos recientemente.

El ideal ha sido universidades libres, con hombres y mujeres libres, para sociedades libres. La educación debe ser materia de los apóstoles de la enseñanza y no de los fariseos de la política. Es alarmante e incivilizado el proceso involutivo y degenerativo del subsistema de educación superior nicaragüense en términos de juridicidad, institucionalidad y calidad educativa.  Las universidades privadas están asechadas por la Hidra de las mil cabezas. Pero esto no significa que siempre será así. Las tormentas de malos inviernos son temporales en los ciclos de la naturaleza y el universo.

Como sentenció aquel mártir del Gólgota: “cuando veáis caer las hojas de los árboles, sabed que el verano está cerca”.

*Marco Aurelio Peña | Abogado, economista y docente