Opinión / Ensayos · 17/08/2023

La inteligencia en fuga

Por Xavier Ruiz Ribes | Tomado de La Prensa

Es cuento sabido: el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, se produjo un enfrentamiento verbal entre su rector, el escritor y filósofo Miguel de Unamuno, y el general fascista Millán Astray. Era el acto protocolario de apertura del curso en un año poco propicio: la guerra civil española había comenzada en julio, a raíz de una insurrección militar contra el gobierno republicano, y los ánimos estaban caldeados.

Cuando Unamuno estaba pronunciando su discurso, le interrumpió el general de muy malos modos y la sala se convirtió en un bullicio de gritos y arengas a favor y en contra. Al no quedar testimonios sonoros del hecho, las fuentes difieren sobre las palabras exactas pronunciadas por Millán Astray, pero la leyenda le otorga la funesta frase “¡Muera la inteligencia!”, que a su vez fue respaldada por alguien del público con otra sentencia no menos macabra: “¡Viva la muerte!”.

Pareciera que desde la mansión expropiada desde donde opera el régimen nicaragüense alguien tomó buena nota del mencionado episodio, y han aplicado con fervor su consejo. Si desde 2018 se desató la jauría para dar carta blanca a policías y paramilitares, con el consiguiente asesinato de más de 300 personas (“vamos con todo”), posteriormente le tocó el turno también a la tan denostada inteligencia: 26 universidades privadas han sido despojadas de su personería jurídica desde 2021, les han arrebatado sus bienes y equipos y han obligado a huir a muchos rectores y profesores. La reciente cancelación de las cuentas bancarias de la UCA y la inmovilización de sus bienes inmuebles son apenas el penúltimo episodio de una persecución que va mucho más allá de lo estrictamente material.

Todas las dictaduras, de manera más o menos notoria, han tenido siempre un problema con la gente pensante. El dictador, por definición, no admite discusiones ni dudas a su poder omnímodo, y mucho menos si la querella está argumentada con los andamiajes de la lógica y del sentido común. Su poder nace y se perpetúa, precisamente, a partir de la destrucción del adversario, de su aniquilamiento total. Y es entonces cuando el intelectual incomoda al principio y puede ser al final un serio peligro para el déspota si su voz se extiende y acaba prendiendo entre la población.

La lista de escritores, cantantes, científicos o periodistas nicaragüenses que han tenido que salir al exilio o se les ha impedido regresar a su país conforma ya un catálogo de excelencia de difícil compensación. ¿Debería un pequeño país centroamericano de 130.000 km 2 permitirse el lujo de tener a un premio Cervantes o a una reciente premio Reina Sofía de poesía escribiendo en Madrid sus obras? ¿Por qué no está el microbiólogo Jorge Huete investigando en su laboratorio de la UCA? ¿A qué vientos lejanos y melancólicos lanzan sus canciones de profunda raíza nica los hermanos Mejía Godoy desde Estados Unidos o Costa Rica? ¿Cuántas verdades han dejado de escudriñar Carlos Fernando Chamorro, Wilfredo Miranda o Fabián Medina (tres entre tantos) por no poder deambular por el lugar de los hechos, allá donde ocurren las noticias? Ninguno ha bajado su voz en el extranjero y su producción intelectual sigue firme, pero Nicaragua ha quedado huérfana de presencias.

El inmenso problema que se avecina ahora, y que sufre el país desde hace varios años, es que la dispersión del sector artístico e intelectual va asociado a la demolición de la estructura educativa de (hasta el momento) una generación entera de jóvenes. Muchachos y muchachas que solo han conocido un régimen autoritario en sus vidas y que han visto cómo sus centros de estudios eran prohibidos y a partir de ahora tutelados por la propaganda oficial que domina las aulas desde el púlpito.

Cierto también que el rezago en la calidad educativa en Nicaragua era un tema pendiente y que la proliferación de universidades diminutas no es un indicador halagüeño en sí mismo. Pero ya no hay salida: el aprendizaje está bajo sospecha cuando la libertad de cátedra ha sido cercenada.

La capacidad creativa en el país siempre ha sido inversamente proporcional al desarrollo humano de una población sumida en la pobreza, las guerras y las dictaduras. Debe ser por aquello que Vargas Llosa describe como una especie de motor de ignición de la escritura: “La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor”.

El faro de Rubén Darío ha iluminado toda la literatura posterior a él, y por extensión la creación y la investigación, en un territorio repleto de injusticias y necesidades no cubiertas. Quizá no habría habido un Salomón de la Selva, un Alfonso Cortés o un Ernesto Cardenal si la felicidad de los nicas los equiparara con cierta prosperidad suiza. Y aunque parezca a veces que la sonrisa impregna los rostros de la gente y que los pájaros danzan con ingenua alegría, Pablo Antonio Cuadra nos advertía que “en la grieta oscura de uno o dos corazones / calladamente anidaba la nueva tiranía”. La historia repetida una y otra vez.

La diferencia con el pasado es que esta tiranía de ahora no solo persigue la disidencia y manda al creador al exilio, sino que condena al futuro poeta o al aprendiz de músico a no poder formarse adecuadamente. No les bastará con escribir a escondidas: también tendrán que buscar fórmulas para estudiar desde la clandestinidad. Las aulas públicas se transformarán en espacios de adoctrinamiento y las asignaturas estarán al servicio del discurso predominante. Baste el grosero ejemplo de los discursos inaugurales del curso académico de la UNAN Managua o de la Uraccan, balbuceados por los hijos de la pareja presidencial sin asomo de vergüenza. Ni el infausto Millán Astray concibió jamás que su frase llegaría a ponerse en práctica hasta ese nivel.

La urgencia para salir de este abismo es impostergable, y sólo las armas de la razón y del intelecto pueden voltear de nuevo la situación. El ejemplo de la diáspora se alza como un espejo para Nicaragua: esas mentes inquietas siguen imaginando para el mundo lo que desde su propio país se les negó. Más libros, más canciones, más aulas para los exiliados ávidos de conocimiento, más medios de comunicación activos y combatientes… Soy testimonio diario del hervor que brota en cada nicaragüense expatriado y de cómo la inteligencia cruza fronteras. Y todo ello es lo que un día regresará para suplantar a los usurpadores del saber: esos que intentan ahogarnos, ayer a través de 26 universidades y hoy mediante la UCA, con la soga de su bruta ignorancia.

*El autor es cooperante catalán español en América Latina