Opinión / Ensayos · 10/12/2020

La tierra no es plana [elecciones, burbujas de acero y falsas narrativas]

por Francisco Larios

No es difícil imaginar que el actual presidente siga siendo un problema para la sociedad– y para la verdad—por algún tiempo. Pero ya no será Presidente de Estados Unidos a partir del 20 de enero del 2021. La tierra no es plana.

Cierto buen amigo me invita a aceptar un desacuerdo amistoso sobre si hubo o no una conspiración que él llama “Soros-chavista” para despojar al actual presidente de su codiciada reelección. Amigos podremos ser, pero la amistad no puede bendecir una falsa discrepancia de opiniones. En este caso, no hay desacuerdo: hay rechazo o aceptación de la realidad. Guiados por la evidencia, directa e indirecta, no hay nube de incertidumbre ni rincón de duda en el asunto. No se trata de una cuestión pendiente, de una pausa entre la ignorancia temporal y la certeza razonable.  No hay pausa en un debate sobre si la tierra es plana. No hay pausa, sencillamente no hay debate. 

Que la campaña del actual presidente y sus aliados haya ido cincuenta veces a las cortes estatales y federales–independientes en un país cuyo eje político es la independencia del sistema judicial– y haya perdido en todos los casos, con excepción de una victoria menor, sin trascendencia; que incluso jueces federales nombrados por el actual presidente hayan rechazado tales demandas; que el jefe de seguridad electoral en el Departamento de Homeland Security [Seguridad Nacional], nombrado por el actual presidente, atestigüe que la elección no sufrió ninguna interferencia externa ni cibernética; que Secretarios de Estado y Gobernadores Republicanos en estados claves, como Georgia y Nevada, hayan certificado que la elección fue limpia y que ganó el candidato opositor; que se hayan contado los votos tres veces en Georgia, confirmando la victoria de Biden; que se hayan contado de nuevo, a solicitud de la campaña del actual presidente, en algunos condados de Wisconsin, y que en dichos recuentos el margen de victoria de Biden haya más bien aumentado; que se haya hecho un recuento, también a mano, en Nevada, confirmando la victoria de Biden; que el Fiscal General William Barr, uno de los aliados más cercanos al actual presidente, haya dicho en público que aunque ha investigado [anunció que lo haría; el anuncio fue controvertido, por inusual] no ha encontrado ninguna instancia de fraude que pudiera alterar los resultados; que la Corte Suprema de Justicia, con tres magistrados propuestos por el actual presidente, y una mayoría presuntamente Republicana de 6 a 3, haya rechazado unánimemente la solicitud de intervenir en la votación de Pensilvania; que se haya confirmado una diferencia de votos a nivel nacional, enorme en un sistema como el de EEUU, de más de 7 millones, o 4.5% del total; que los procesos de votación hayan sido administrados, no desde Washington, sino de manera descentralizada por más de tres mil condados gobernados por funcionarios de ambos partidos; que la votación haya favorecido al partido del actual presidente en las competencias por el Senado y la Cámara de Representantes; que un juez nombrado por el actual presidente haya dicho, a los abogados del actual presidente, que no basta con vagos alegatos retóricos, que hacen falta reclamos «específicos», y luego hace falta presentar evidencia, y que los abogados del actual presidente no han hecho ninguna de las dos; que cuando los jueces preguntan a los abogados del actual presidente– grabado esto en registros orales y escritos– «¿Están alegando que hubo fraude?«, los abogados, temerosos de las sanciones establecidas contra litigantes que presentan demandas «frívolas», contestan, «no, señoría«; que cuando les dan la oportunidad ante los medios de comunicación para que presenten la evidencia, dicen «vamos a presentarla en la corte«, donde—véase arriba—no la presentan… todo esto quiere decir que la tierra no es plana. Nadie puede, racionalmente, indignarse ante este hecho; no es un robo negar a los quejosos la imaginada planicidad; es, sencillamente, mantenerse en el quicio. Porque la tierra no es plana. Sencillamente no lo es, quiéralo quien lo quiera por la razón que lo quiera. Y no hace bien a nadie creerlo o intentar que otros lo crean, o permitir que engañen a engañables y deseosos de engaño con tan falsa narrativa planicitaria. 

Narrativas así crean burbujas de acero, dañinas en extremo, blindadas emocionalmente por violentas antipatías hacia personajes centrales de alguna ilusión conspirativa. Pero la tierra no es plana, el mono no existe, el coco no existe, el Chupacabras no existe, el monstruo de la laguna negra no existe, Hillary Clinton no dirige una red de prostitución infantil desde una pizzería en Washington, Barack Obama nació en Estados Unidos. La tierra no es plana. 

Que «la tierra es plana» no es una idea respetable. Por más que los planicitarios lo quieran, nadie va a caer al vacío si alcanza el borde del horizonte. Fin de sueño. Hora de despertar. La tierra no es plana. La elección del Presidente de Estados Unidos ha pasado. No es difícil imaginar que el actual presidente siga siendo un problema para la sociedad– y para la verdad—por algún tiempo. Pero ya no será Presidente de Estados Unidos a partir del 20 de enero del 2021. La tierra no es plana.